lunes, 6 de noviembre de 2017

Entrevista capotiana a Rafael Jiménez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael Jiménez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El Raval de Barcelona.
¿Prefiere los animales a la gente?
Casi que sí.
¿Es usted cruel?
Todo lo contrario.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Estar cuando los necesitas, que tengan memoria.     
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Más de uno, sí.
¿Es usted una persona sincera? 
En la medida de lo posible, sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leer, escribir y hacer deporte.
¿Qué le da más miedo?
El paso del tiempo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El adoctrinamiento de las masas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo que soy. Ser policía.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Desde luego. Es mi mejor terapia.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Garibaldi.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Cualquiera que se utilice en nombre del pueblo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Pues... no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Un batiburrillo de ideas en las que impera la cordura, la flexibilidad pero también el control social.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Agente secreto en el Berlín de la posguerra.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Fumar y ser del Barça.
¿Y sus virtudes?
Ser simpático, solidario y responsable.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Luchar hasta que no pueda más. Y cuando vea que me ahogo dedicarle el último segundo un recuerdo a mi hijo.

T. M.