En 1972,
Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que
nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los
perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo
con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Patricia Esteban Erlés.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Nueva York.
En un apartamento de renta antigua cerca de Central Park, con escalinata en la
entrada.
¿Prefiere los animales a la gente?
Creo que los
animales son más honestos en la expresión de sus emociones que muchas personas.
El filtro cultural nos provee de estrategias de ocultamiento más efectivas aún
que el cambio de color de los camaleones. Pero por otro lado siempre he pensado
que el hombre es un animal, un ser vivo impulsado por un alma que en ocasiones
es el motor de las mejores cosas que tiene la vida.
¿Es usted cruel?
Literariamente
sí. Cuando salgo de mis historias, procuro mantenerme a salvo de la crueldad
porque me repugna y me asusta. Sin embargo, creo que la literatura es un mundo
aparte en el que debe aparecer como pulsión, si no queremos que los personajes
estén incompletos. Me gusta pensar en la crueldad como motivo literario. Ojalá
no fuera tan frecuentemente un asunto estrictamente real.
¿Tiene muchos amigos?
Los que
necesito. Algunos, no demasiados, porque la amistad verdadera lleva tiempo y
hay que cuidarla y hacerla crecer de forma constante y silenciosa.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La
generosidad, el humor, el optimismo. Me gusta rodearme de personas que ven la
vida como algo bueno que nos está pasando.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, los que
decepcionaron de forma irremediable no eran amigos. Fallar en algo, en un
momento determinado, en una situación, es propio de las adorables maquinitas
imperfectas que somos y así lo entiendo.
¿Es usted una persona sincera?
En general
sí. Pero me gustan algunas mentiras, la literatura lo es y sin ella la vida no
resultaría tan grata.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Pensando que
tengo tiempo libre, desconectándome. Derrochando una hora en un paseo sin rumbo
con mis perros, en la lectura de un libro en un café, durmiendo una siesta
intempestiva… Todo muy caro, como puedes ver.
¿Qué le da más miedo?
La falta de
compasión, la ausencia de escrúpulos que a menudo observo en personas
razonablemente normales. Me da miedo que no importe el daño que se hace cuando
se difunde una foto comprometida o la tortura de alguien. Es un signo de nuestros
tiempos, la banalización de las libertades, el respeto del otro, que tiene
consecuencias instantáneas y a la vez permanentes.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me
escandalizan aquellos que menosprecian la cultura, la educación, el esfuerzo.
Me indignan los que no aprovechan las ventajas que tiene vivir en una sociedad,
la falta de inquietudes, de ambiciones personales. Me parece que la vida es una
oportunidad para convertirse en alguien, para llegar a ser alguien. No pasar de
la categoría ameba o ficus por propia voluntad y además presumir de ello me
parece obsceno.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Ser lo que
soy, una profesora feliz de entrar en clase y hablar de lengua y literatura con
toda la pasión y la fe con la que a mí me hablaron algunos maestros.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino
mucho, subo las escaleras de mi casa y procuro ir al gimnasio dos o tres veces
por semana. También me tumbo muy bien en un sofá y leo hasta que aparecen las
primeras agujetas.
¿Sabe cocinar?
No, claro
que no. Solo se me da bien aliñar ensaladas. Tengo auténtico talento para ello.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Seguramente
a Truman Capote. Nadie adjetivaba como él, nadie entendió tan bien como él que
la vida es una larga entrevista. Me conmueve esa ternura con la que sabía mirar
a sus personajes y que aplicaba pocas veces en la vida real. Era un mal bicho,
escribía tumbado y organizaba fiestas memorables en blanco y negro.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
“Tú”. En ese
pronombre están comprimidas todas las expectativas, todos los deseos que
sentimos. Hacemos a un “tú” responsable directo de todos nuestros sueños.
Pobrecito “tú”, tan corto y tan eterno, tan largo y a veces tan decepcionante.
¿Y la más peligrosa?
“Verdad”. Es
una palabra que solemos rellenar a voluntad y en nombre de la cual se cometen
auténticas atrocidades. Quien se cree su abanderado es alguien peligroso y que
normalmente ignora el significado del concepto.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Constantemente.
Me gusta pensar que como tengo la literatura para explayarme y no llegar a
cometer una locura.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda
saludable.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una
multimillonaria que pudiera dedicarse a leer y escribir y desayunar cada día en
una cafetería art decó donde me conocieran los camareros y me sirvieran las
tostadas tal y como me gustan.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La
vehemencia, la impaciencia. La pereza, que intento vencer a cada momento, antes
de caer irremediablemente en ella.
¿Y sus virtudes?
La
curiosidad, la necesidad de ver algo que merezca la pena hasta en la peor de
mis catástrofes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un perro
blanco y negro llamado Pegaso que era de mi abuelo, aquel folio en blanco que
me pidió que escribiera en él algo que no fuera una redacción escolar, el agua
azul llena de ochos de una piscina, aquel viaje en moto con él, la primera vez
que tuve un libro mío entre las manos. Todas las veces que me he reído.
T. M.