sábado, 24 de febrero de 2018

Zombis en Varsovia


Se diría que sobre los padecimientos bélicos que sufrió Occidente en el siglo XX ya lo sabemos todo, pero de súbito surgen nuevas visiones que vuelven vírgenes los ojos –este mismo mes, dos novedades en Seix Barral, «Desviación», de Luce d’Eramo, y «Diario del gueto», de Janusz Korczak–, pues el escalofrío de lo sanguinario, no por viejo y conocido, es menos impactante. Hay innumerables ejemplos, pero yo destacaría, en el alud infinito de bibliografía, la insuperable «Historia de un Estado clandestino», de Jan Karski, que la editorial Acantilado publicó en el año 2011: un documento excepcional sobre la invasión de los nazis en Polonia, sobre los guetos formados en Varsovia, sobre los campos de exterminio, sobre todo un «mundo derrumbado».

El lector lo pudo comprobar al recorrer el episodio «Tortura», en que el autor contaba cómo le machacaron los agentes de la Gestapo hasta dejarlo moribundo y con todas las ganas de un suicidio que no pudo consumar; o el llamado «El gueto», donde contactó con dos líderes judíos de la Resistencia que le encargaron una misión capital: «Estábamos a comienzos de octubre de 1942. En dos meses y medio, en un barrio de Polonia, los nazis habían cometido trescientos mil asesinatos. En efecto, yo tenía que informar al mundo exterior de un tipo de criminalidad sin precedentes». Karski, con su excelente tono narrativo, se convertía es nuestro particular Virgilio: caminábamos con él por esa «ciudad de la muerte», «espantosa ruina de sí misma», que fue Varsovia desde septiembre de 1939, cuando los nacionalsocialistas, «como represalia por las pérdidas sufridas, comenzaron con las matanzas de cientos de inocentes». Hasta alcanzar casi dos millones de muertos a inicios de 1942. «Juegan antes de morir», tal era el comportamiento de los niños esqueléticos en el gueto, mientras los adultos vagaban como zombis en escenas tan macabras que a Karski le provocaron náuseas durante días.

Algo parecido vemos ahora en «Pan para los muertos» (traducción de Elzbieta Bortkiewicz), cuando a las personas se las llama a veces esqueletos en medio de un paisaje blanco por la nieve y negro por el barro. Su autor, Bogdan Wojdowski, es todo un descubrimiento para nosotros, un escritor que acabó suicidándose y que eligió la narrativa de ficción para contar su honda verdad. Una verdad desde dentro, siguiendo los pasos de un niño de diez años, David Fremde (significa «extranjero»), que es trasunto del propio escritor, quien, junto a su hermana, podría ser rescatado gracias a una organización y llevado a la «zona aria». La frontera entre dos mundos la había establecido un muro empezado a construir en otoño de 1940 y al que hace referencia Wojdowski al inicio de un breve prólogo donde evoca cómo pudo huir.

Da comienzo acto seguido una novela donde lo judío en lo cotidiano y familiar tiene un fuerte peso, muchas veces en la voz del abuelo, siempre declamando palabras de las Sagradas Escrituras; es una cotidianidad algo demente que se obliga a resistir con dignidad pero que vive atemorizada por el infierno al que todos, al fin y al cabo, acaban por acostumbrarse. «El gueto no es un lugar de este mundo; olvidado por Dios, es un mar de ruinas, de escombros, con cadáveres por las calles, en las casas; un espacio sin una brizna de hierba, sin árboles. Hasta el sol parece evitar mandar sus rayos allí. No hay nada que pueda ofrecer una partícula a la esperanza», dice la traductora en la introducción. Y, sin embargo, David ejemplifica lo esperanzador de seguir con vida en medio de piojos, hambre, enfermedades, por más que el chico también enloquece, ve su alma corromperse presa de la inercia de un sufrimiento que abotarga todas las conciencias.

Wojdowski sorprende por su audacia narrativa incluyendo escenas de toque teatral y hasta surrealista para enfatizar diálogos o discursos llenos de reflexiones oportunas. De ahí que la voz de los personajes, entre los que destaca un maestro, una prostituta, un violinista, niños... sea crucial para verbalizar el asombro al que se ve sometida la población frente al acoso nazi. No llevar el brazalete prescriptivo que te señala como judío es sinónimo de ser ejecutado, rezan los carteles. La palabra escrita firmada por los nacionalsocialistas es una amenaza letal, y ojos invisibles te vigilan por doquier. Al comienzo, el muro despierta en David impotencia y pánico, «sin atreverse a adivinar el mañana»; y, al final, el mañana llegará en forma de deportación a campos de exterminio.

Publicado en La Razón, 22-II-2018