Entre los años 1935 y 1936, Roberto
Arlt publicaría en un diario porteño, en que colaboraba con artículos con los
cuales alcanzó una inmensa fama, una serie de crónicas en verdad formidable. En
aquellas fechas, estaba viajando por toda España e incluso saltaría al
continente africano para visitar Ceuta, Tetuán y otra ciudad que le recordaba a
Santander, “por su disposición sobre el mar”, y a la que dedicaba estas
palabras: “Tánger, ciudad, estamos en Tánger, señores, Tánger, codiciada por
las potencias, donde conviven fraternalmente los vicios más extraordinarios,
aquí todo está permitido”. Tal cosa la supieron bien muchos escritores, que
acudirían allí atraídos por su clima artístico y exótico, sensual y libertino,
en especial por parte de los autores estadounidenses más transgresores, como
William Burroughs, que se había instalado allí tras un largo trayecto por Sudamérica
en busca de nuevas drogas –“El almuerzo desnudo” (1959), novela acusada de
obscena por varios juzgados americanos, sucede parcialmente en Tánger– y sus
amigos Allen Ginsberg y Jack Kerouac, que fueron a visitarle.
Ahora Rocío Rojas-Marcos se interna
en una ciudad que conoce bien, después de haber escrito libros como “Tánger
ciudad internacional” y “Carmen Laforet en Tánger”, y publica el magnífico
“Tánger, segunda patria”, un libro que nos regala una realidad urbana
apasionante a partir del estudio de “la literatura española en el contexto
tangerino”. Así, surgirán los escritores españoles que eligieron Tánger como su
lugar de vida y motivo de escritura –Juan Goytisolo, Ramón Buenaventura–, y
aquellos marroquíes que eligieron la lengua española como vehículo literario,
como los casos paradigmáticos de un creador que hoy resulta fundamental a la
hora de captar la esencia tangerina: Ángel Vázquez, que ganaría el premio
Planeta en 1962 y firmó una novela a la que recurre la autora para mostrar las características
de la ciudad, “La vida perra de Juanita Narboni”, además de un gran animador cultural
como el malagueño Emilio Sanz de Soto.
Rojas-Marcos apunta enseguida que
Tánger, por su situación estratégica junto al Estrecho de Gibraltar, fue
llamada “la puerta de África”; de resultas de ello se convertiría en un recodo
internacional que, a raíz de ciertas permisividades fiscales y políticas –de
1923 a 1956, hasta la independencia del Reino de Marruecos–, devino un “refugio” para muchos. El caso más famoso es el del neoyorquino Paul Bowles, el autor de “El cielo protector”, y su mujer Jane, pero también pisaron sus laberínticas calles otros compatriotas famosos como Truman Capote y, muy en especial, otros narradores y poetas franceses como Pierre Loti, Saint-Exupéry, Genet, Morand o Yourcenar. Árabe por geografía e historia, española en sus costumbres, el libro demuestra con multitud de ejemplos cómo Tánger fue, además de destino vivencial, un pretexto literario de primera categoría. Lo cual ha seguido de manera tan continua que tenemos al alcance novelas recientes que explotan el magnetismo de la ciudad, como en los casos muy recientes de Arturo Pérez Reverte o Cristina López Barrio.
Publicado en La Razón, 29-III-2018