Hace trece primaveras,
a los sesenta y siete años, Hunter S. Thompson se descerrajaba un
tiro de pistola en la cabeza, en su casa de Colorado. Ponía fin así a una vida
dedicada tanto a la narrativa y al periodismo como a las drogas, al alcohol y a
las armas; la misma vida cuyo rastro fue posible seguir gracias a las “Cartas
de aprendizaje y madurez” que Anagrama publicó en el año 2012 y que configuraban
un libro risueño y enloquecido, aniñado y desconcertante. Un libro que sólo
podía ser de Hunter S. Thompson, que ahora protagoniza otra recopilación de
escritos en esa línea: “Antigua sabiduría gonzo” (traducción de Javier
Guerrero). Si en aquel caso se seleccionaron unos doscientos cincuenta textos
de entre una correspondencia que rebasaba las veinte mil cartas, ahora se reúne
una cincuentena de entrevistas que han estado a cargo de su viuda, Anita
Bejmuk, del que le separaban treinta y cinco años de edad.
Más allá de sus elementos
literarios, sobre todo asentados en la curiosidad del periodista de turno con
respecto a si Thompson consume drogas cuando está en pleno proceso de
escritura, este libro descansa en dos temas: la política y las drogas, desde la
primera entrevista, de 1967, hasta la última en 2005. Las referencias a
determinadas convocatorias presidenciales o convenciones políticas y a
mandatarios importantes se hacen continuas, y así, aparece un Nixon que según
el autor fue “un criminal absoluto, una bestia desvergonzada”, como afirma en
1987; Bill Clinton, un “capullo traicionero” que está más a la derecha que
George Bush; o Jimmy Carter, al que siempre estimó y admiró, además de otras
figuras de la política norteamericana, incluso relacionándolas con los
estupefacientes. No en vano, Thompson fue corresponsal de “Rolling Stone” para
Washington e incluso en 1970 se postuló como sheriff en Colorado, con el
partido Aspen Freak Power Uprising.
De todo ello habla profusamente,
así como de su libro –que aceptó hacer para pagar el alquiler– “Los Ángeles del
Infierno”, un reportaje sobre los famosos moteros de California que le dio
tantas satisfacciones como disgustos, entre ellos recibir una paliza de un
grupo de ellos que casi le mata. “Empiezan con pastillas. Barbitúricos y
anfetaminas, todo junto, luego cerveza, más tarde llega el vino y después algo
de LSD. Todo se mezcla”, dice sobre ellos, pues de una u otra forma todo
conduce a las drogas. Comenta sus favoritas (en especial, el LSD-25), y al
mismo tiempo, explica que “Miedo y asco en Las Vegas” fue escrito de manera
disciplinada, contra lo que se pudiera sospechar, mediante cuatro reescrituras
y sin estar colocado. El whisky y el tabaco, con algo de “speed” tal vez,
fueron su gasolina cada noche frente a la máquina de escribir, si bien se
declara “un verdadero yonqui de la adrenalina”. Drogas aparte, “Antigua
sabiduría gonzo”, será una forma magnífica de conocer cómo se cimentó y
desarrolló ese tipo de periodismo que surgía de lo fragmentario y espontáneo (comenta
varias veces el origen de “gonzo”), y hacerlo a través de anécdotas asombrosas,
surgidas de una voz libre y sincera, desinhibida y provocadora, aunque
inofensiva, que rememora momentos pasados con Allen Ginsberg, Jack Nicholson,
Bill Murray o Johnny Depp.
Publicado en La Razón, 19-IV-2018