miércoles, 26 de septiembre de 2018

Entrevista capotiana a Santiago Posteguillo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Santiago Posteguillo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sin duda, en la Ínsula Barataria bajo el gobierno de Sancho Panza. Seguro que, por una vez, me sentiría gobernado por el sentido común.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, pero sí soy amante de los animales y tengo una perra mestiza adoptada a la que todos queremos mucho en casa.
¿Es usted cruel?
Sólo con mis personajes más malvados a los que doy muerte incluso varias veces, hasta que encuentro la forma en que fallezcan con mayor dolor. Pero es por conseguir justicia poética.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo unos pocos muy buenos amigos. Eso es mejor que muchos no tan amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad y capacidad de escuchar. Y, bueno, si les gusta la cerveza y el vino, mejor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Lo cierto es que no, nunca lo han hecho. Espero no gafarla ahora al haber respondido esto.
¿Es usted una persona sincera? 
¿Y usted?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo o documentando para escribir nuevas novelas. Es lo que hay: escribir es como una adicción.
¿Qué le da más miedo?
La soledad en la vida, el decepcionar a mis lectores si pensamos en la escritura.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estupidez reiterada. Y es tan abundante como cansina, pero hay que convivir con ella. Pero es importante escandalizarse ante ella, de lo contrario, si pensamos que lo estúpido es lo normal, vamos mal.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser sólo profesor. La docencia es otra actividad vocacional en mi vida. Por eso, pese a que la escritura cada vez me coge más tiempo, no abandono la universidad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Senderismo. Andar por la montaña es relajante. Hicimos el Camino de Santiago desde la frontera de Portugal hasta Santiago. Fue una experiencia maravillosa.
¿Sabe cocinar?
Sí, no maravillas, pero me apaño bastante bien y, de cuando en cuando, preparo yo cenas o comidas en casa.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Pues a Trajano o Escipión. A ver, pasé seis años con cada uno se ellos. Les tengo cariño.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Paz. Si hay paz todo es posible. En la guerra, o en el conflicto, nada se puede conseguir que merezca la pena. Excepto el heroísmo, claro. Pero es mejor tener paz y no necesitar héroes.
¿Y la más peligrosa?
Incultura. Al inculto se le manipula con facilidad, es dócil para el gobernante demagogo. La incultura es el peligro mayor que nos acecha. No nos deja ver la realidad cómo es.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Supongo que todos, alguna vez, podemos sentir esas ansias. Yo no la he sentido aún, pero tengo claro que si a algunos personajes históricos perversos, como Hitler o Stalin, por ejemplo, los hubiera matado alguien de jóvenes, el mundo habría sufrido menos. Matar a alguien no tiene necesariamente que ser una barbaridad. Está la propia defensa.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Las que creo que benefician más al conjunto del país, el continente y el planeta que habito.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un olivo milenario. Tanta paciencia me admira.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Robarle tiempo a mi familia para escribir. Sé que a veces abuso de eso. No está bien y, aun así, vuelvo a caer en lo mismo.
¿Y sus virtudes?
Escuchar a la gente y saber elaborar buenas tramas para recontar la historia de la forma más entretenida posible.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La familia, mis libros, todo lo que me quedaba aún por hacer y por escribir…
T. M.