miércoles, 24 de octubre de 2018

Entrevista capotiana a Yolanda Guerrero


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Yolanda Guerrero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
No me gustan las fronteras, de modo que, si eligiese un sitio donde vivir que no me permitiese salir jamás de él, creo que dejaría de ser mi lugar favorito sobre la tierra. Me gusta vivir en ciudades grandes y bulliciosas, aunque también junto al mar y en silencio de vez en cuando. Pero, sobre todo, me gustan las personas con las que pueda compartir todos los lugares.
¿Prefiere los animales a la gente?
No los veo comparables ni excluyentes. Diría que me gusta la gente, pero de algunos animales tengo mucho que aprender (otros me infunden respeto, hasta miedo; como alguna gente). Lo que escojo por encima de todo es la vida en cualquiera de sus formas y, a ser posible, con inteligencia. Siempre preferiré al ser vivo que demuestre más de lo último.
¿Es usted cruel?
Quiero contestar que no. Pero… ¿quién no se ha permitido un momento (o dos) de crueldad? La vida es larga y tropezar con la misma piedra es una especialidad humana. Me reformulo a mí misma la respuesta: creo que no lo soy casi nunca y que trato de no serlo con la mayoría de la gente.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos. Y en cada uno de los grados de la amistad: desde la social, pasando por la lúdica y la laboral, hasta la familiar y la de la intimidad. Hay quien dice que únicamente los del último grado son los verdaderos amigos. Y, sin embargo, cuando llegan las tormentas, sorprende (y se agradece) comprobar cómo responden todos, incluso aquellos a quienes algunos describen casi despectivamente como “solo” conocidos pero en el fondo son más amigos de lo que imaginamos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que rían y que lloren conmigo. Y que me dejen reír y llorar a su lado.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Apenas un par de casos que, para una edad ya madura, suponen un porcentaje ínfimo. Y aquellos que lo hicieron posiblemente también se sintieron decepcionados por mí, de modo que fue recíproco. Lo que me lleva a pensar que muchas de las decepciones de la vida no son más que malentendidos.
¿Es usted una persona sincera? 
Pues lo soy en proporción inversa a la crueldad mencionada en la pregunta anterior. Trato de ser sincera lo más que puedo (si excluimos las fórmulas que nos imponen las reglas de cortesía, que no son más que fórmulas educadas para mentir) y lo mejor que sé. Pero a veces finjo: por cobardía, por negligencia, por debilidad, por pereza, casi nunca por maldad… Sí, lo confieso. Sinceramente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con libros, paseos, teatro, buen cine, música, experiencias gastronómicas… Pero todo, siempre cerca de las personas que me importan: a ellas estoy dispuesta a dedicar todo mi tiempo, sea o no libre.
¿Qué le da más miedo?
El dolor. El mío y el de los míos. La enfermedad o la desgracia… cualquier cosa que cause dolor y ante la que yo carezca de suficientes armas para combatirla.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Yo creía que, con la edad, dejaría de escandalizarme como lo hacía cuando era joven, impresionable, tormentosa y quería cambiar el mundo. Pero, para mi sorpresa, cada día surgen ante mis ojos nuevos motivos de escándalo: los casos de pederastia, los asesinatos machistas, la avaricia corrupta, el hambre, la violencia… Sigo escandalizándome, será porque sigo queriendo cambiar el mundo.
Si no hubiera decidido ser escritora, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
He sido periodista durante treinta años antes de decidirme a escribir mi primera novela. Ya sé, ya sé: ser periodista es ser escritora, también escribía cuando hacía periodismo… así que la respuesta no vale. O sí vale: creo que, si no hubiera trabajado con las palabras, no habría servido para nada más.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Dije que hago un esfuerzo diario para ser sincera y lo mantendré en esta respuesta: soy alérgica a los gimnasios y, aunque el deporte como actividad ajena me parece encomiable, lo considero irrealizable como propia. Además, me aburre como espectáculo. Mi único ejercicio físico es una de mis aficiones en momentos de ocio: caminar, largos paseos por campos, arena o asfalto, me da igual. Dicen que, aunque se haga para disfrutar, también sirve para estar en forma, así que… ¿cuenta como deporte?
¿Sabe cocinar?
¡Ojalá! Me gusta la buena comida y me fascina la cultura de la gastronomía, afortunadamente hoy extendida como tal, como cultura. Pero solo desde un lado de la barrera. Desde el otro, soy un desastre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La pregunta equivale a la que siempre nos han hecho a todos los periodistas y todos los periodistas nos hacemos alguna vez: ¿a quién me habría gustado entrevistar? Mi respuesta vale para responderlas todas: a Cervantes. Sin duda.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Guerra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca, por muy deleznable que alguien me parezca. Ni siquiera cuando en una película el espectador siente ganas de advertir a gritos al bueno que remate al malo, que no le deje con vida porque nunca se sabe… yo, no. Solo soy capaz de matar a un personaje creado por mí en la ficción y únicamente como símbolo de redención.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo en los valores del progresismo intelectual y de la izquierda social, pero hoy no encuentro en la práctica un ejercicio político puro con el que me identifique, como quien, preguntado por la religión, asegura creer en Dios pero no en la iglesia, cualquier iglesia. Yo digo lo mismo: soy una huérfana política. Puede que, en el fondo, solo sea una revolucionaria pasiva. O ingenua. O, como dije antes, puede que solo siga queriendo que el mundo cambie.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Alguien que supiera hacer (y muy bien) cosas que me encantan pero que hago fatal: pintora, cantante, actriz, chef, somelier…
¿Cuáles son sus vicios principales?
Dejé el tabaco hace tiempo, así que ahora solo me queda el café. Y a eso no pienso renunciar.
¿Y sus virtudes?
Una que también puede incluirse en la nómina de los defectos: la cabezonería. Mi madre decía que ella siempre terminaba haciendo lo que se proponía, solo que tardaba mucho más que el resto de la gente en conseguirlo. Incluso se cumplieron algunos de sus sueños después de que muriera. Me dejó ese gen en herencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Solo puedo suponerlo, claro, pero estoy segura de que las imágenes no serían de situaciones vividas, según dicho esquema clásico, sino de personas. Creo que vería el rostro de los seres a los que he querido. Al menos así, contemplándolos a todos, es como me gustaría morir.
T. M.