sábado, 6 de octubre de 2018

Nietzsche para el filósofo moderno


Hace unos meses llegó a nosotros, gracias a la editorial Hermida, “Los años de la locura”, que estaba compuesto por las cartas que la madre de Nietzsche envió a un amigo del filósofo, Franz Overbeck Franziska, considerado un pionero de la crítica teológica liberal y profesor de la Universidad de Basilea, donde había conocido a Nietzsche en 1870 y con el que vivió durante cinco años. Esta universidad tenía un papel central en estas epístolas, pues se aludía a la pensión que daban al filósofo por motivos de salud y cómo Overbeck conseguía que se prorrogara cinco años más a partir de los dos concedidos inicialmente. 

Es un Nietzsche maltrecho por una demencia que arrastraría en el último periodo de su vida y al que su madre cuida: pasea con él, le lee, permite que toque el piano, todo lo cual iba contándole a Overbeck, al que le brindaba un agradecimiento tras otro. Eran, en suma, páginas conmovedoras: las que se veían y las que se adivinan entre líneas en torno a una mente prodigiosa y fatalmente enferma. Es un Nietzsche este, el personal, que no deja de constituir materia de interés pero que esta novedad, “Nietzsche. La zozobra del presente” (traducción de Jordi Bayod), del francés Dorian Astor, deja a un lado para concentrarse en su filosofía, teniendo como enfoque cómo ésta se concibió y desarrolló para hablarle al lector futuro.

Denso y mistérico

Astor ya había biografiado la vida del autor de “Más allá del bien y del mal” en un libro del año 2011, y estudiado la obra de otro artista fundamental para el filósofo como Wagner. Ahora, Astor nos propone un Nietzsche denso y mistérico, consciente de que su lector aún no existía cuando él escribió sus obras, recalcando tanto su carácter visionario como la vigencia de sus reflexiones. Tomando la excusa de que Nietzsche llamaba “hombre moderno” al hombre al cual interpelaba en sus obras, es decir, hoy a nosotros mismos, y el concepto de “zozobra”, que según el estudioso es el primer móvil del camino iniciático de su filosofía, construye un libro cuya atractiva estructura tripartita (“Intempestividad”, “Modernidad”, “Eternidad”) es un continuo reto intelectual, pues no en vano el propio Nietzsche “no dejará nunca de preocuparse por la cuestión de su incomunicabilidad, sea para reivindicarla, sea para temerla, según el estado de sus fuerzas”. 

Primero, Astor se adentra en “El nacimiento de la tragedia”, tratando de explicar por qué el filósofo alemán lo consideraba “un libro imposible”, por la dificultad de revivir el espíritu de la antigua Grecia. Más adelante, medita sobre la historia de la modernidad y el peso en ello en el pensamiento de Nietzsche, hasta el punto de denominarlo un apasionado antimoderno, por temer y despreciar la pesadez de la historia, y continúa hacia la voz de Zaratustra, en la que a mi juicio es la parte más estimulante de este trabajo, llamada “El eterno último hombre”. En ella, se afianza la idea de que tenemos que intentar nuevas evaluaciones en la lectura nietzscheana en busca de la ética del ser democrático de hoy en día: acerca del devenir del ser humano, o de su permanencia, en torno al liberalismo clásico.

Publicado en La Razón, 4-X-2018