En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Carlos Elijas.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La casa
que habito, mismamente, que es donde mejor se está. Quienes hemos nacido en
ciudades con mar no tenemos demasiada elección. Necesitamos saberlo ahí. Ver
desde el cerro, a diario, su nuevo rostro. Pisar, si acaso, su arena. Respirar
sus ondas.
¿Prefiere los animales a la gente?
En cierta
ocasión crie una pareja de pastores alemanes al mismo tiempo que criaba a la
hija: salía de casa y me seguían los tres. La niña devoraba el pienso y los
canes le birlaban el bocadillo de chorizo a la hora de la merienda. No tengo
claro que se tratara de una simbiosis. Ella los sobrevivió, asunto que me reconforta
con la ley de la vida. El idilio duró una docena de años. No he vuelto a
convivir con más animales. Tampoco con más hijos. Echo de comer a diario a
trece gatas silvestres. Me complace observar las ardillas a primera hora de la
mañana. Conozco algunas personas que no son mala gente.
¿Es usted cruel?
Solo,
quizás, cuando escribo teatro y pongo en pie a un personaje recurrente, Daniel Bilioso
–o Dan Bilioso, según la obra–, un tipo que salió a la francesa de Andorra y se
refugió en Londres, sobre el que pesa una sentencia en rebeldía desde el
Principado. Vuelco en él los atributos menos ejemplares que puede dar de sí la
naturaleza humana. Pero todo queda ahí, en la literatura, nada que ver con la
realidad: según el código de la justicia poética, lo acabará devorando su
propia estulticia.
¿Tiene muchos amigos?
Yo diría que no,
pero habría que preguntárselo a quienes se atreven a definirse como tales.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ni busco ni espero.
Así, todo son hallazgos. El humor es importante. Ayuda que sean optimistas,
para compensar mi condición algo cenicienta, ya que, bien mirado, parezco un
habitante de un cuadro de Hopper. Para ejercer de amigo, es importante no ser
un pesado, que es lo peor que se puede ser en esta vida. Es posible que se
necesite algo de talento para practicar la amistad: no todo es instintivo,
aunque la bondad y la generosidad no son malas credenciales.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por supuesto. Es
más, creo que buscan mi amistad con la única intención de decepcionarme.
¿Es usted una persona sincera?
¿Es usted una persona sincera?
A decir
verdad y militando en la ciencia de la mentira que es la literatura, yo diría
que ni puedo ni debo serlo, aunque tengo tendencia y propósitos. Dicen que
sentó cátedra al respecto un tal Pessoa, ya que dicen que dijo algo relacionado
con esto, pero como si dijera que no lo decía. O como si no dijera que lo
decía. La ficción me da la oportunidad para mostrarme realmente sincero. Un poco
Cervantes quisiérame: resido en los otrónimos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
He oído hablar de
él, pero no tenemos el gusto de conocernos.
¿Qué le da más miedo?
Supongo
que, siendo uno tan vulgar, asuntos como el sufrimiento, el dolor, la
enfermedad, la desgracia, la respuesta del odio, los fusilamientos, las fosas
colectivas, las guerras civiles, el abuso de los soberbios, la peligrosa vanidad
de los altaneros, las decisiones hipócritas de los arrogantes, los negocios de
los presuntuosos, según qué diagnósticos. Como ve, represento la antítesis del estoicismo
y el espíritu ordenado.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Las banalidades lingüísticas
que se editan como poesía, por ejemplo. O que un crítico literario se queje de
que no entiende un poema e inmediatamente lo atribuya a la afectación de la
retórica del sufrido poeta. O que un ceporro espabilado ostente un cargo electo
en su pueblo y cobre más que el presidente del gobierno: los incentivos de lo
corrupto, en líneas generales (barroco que es uno). Aunque no sé si se trataría
de escándalo propiamente dicho, así, a lo Raphael. Lo primero me pone
melancólico y lo segundo me subleva o me deprime. O al revés, quizás.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Hubiera
opositado para ser poema. Si te conviertes en poema, te ahorras todo el trabajo
de escribirte y puedes dedicarte a otros asuntos. Y encima los juglares y
rapsodas se te aprenden de memoria. Todo son ventajas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Menos del
que debiera, le susurran mis ciento dos kilos a mi escasa estatura, alejandrino
arriba, alejandrino abajo. Pero el día que me ponga…
¿Sabe cocinar?
Rancho.
Mediterráneo, eso sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda, a mis
abuelos. Ella, la tía Juana, casi cuarenta años en una silla de ruedas –dechado
de resignación extremeña– y él, pastor y hombre de campo. Recorría andando
kilómetros y kilómetros diariamente por serranías y vaguadas para ir desde la
masía al refugio del ganado. O sobre ellos, o sobre Frank Zappa, claro.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Respeto.
¿Y la más peligrosa?
Son tres:
“Confía en mí”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
En mis obras de
teatro he matado a Pantaleón Valerio, por ejemplo, que muere en la silla
electrónico-digital durante la Tercera República española. También a Daniel Bilioso,
que fallece envenenado por su propio hijo, e incluso en el Purgatorio se
comporta como el auténtico ‘castañas’ impertinente que fue durante toda su
vida: un personaje que convierte al Odioso Señor de Mihura en un tipo
entrañable. Lo de los pastores alemanes se lo atribuyo al veterinario.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Cuando mi
otrónimo gobierna lo pasa mal, porque se acaban los idealismos: tiene cien mil
euros y ha de decidir entre dos policías locales y unas motos o una guardería y
una pizarra digital. A otro otrónimo lo tengo en la oposición y es diferente,
se le llena la boca de palabras enormes: libertad, igualdad, derechos,
impuestos, justicia, bien común, autopistas gratuitas, desempleo. Otro otrónimo,
reflexivo, piensa que la dignidad laboral y social –salud, educación, vivienda–
es una prioridad del habitante de este mundo, y las tendencias políticas,
generalmente por su insolvencia, desinterés, coacción y avaricia, son incapaces
de ofrecérsela. El gobierno defectuoso, el que más abunda y se padece con
frecuencia, es una cuestión de irresponsabilidad. Hay muy poca gente capaz de
vehicular una política económica satisfactoria para toda una comunidad, llámele
estado, país, nación, municipio, región o continente. Con estos presupuestos,
me definiría como un nadaísta totalitario, desde luego. O como un
contradistante. Si uno y sus otrónimos son biznietos de mendigos, no ha lugar otro
discurso, porque habla el dolor de la estirpe.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Superhéroe
de pueblo, supongo: un personaje de Cuerda, pero con poderes. Quizás vampiro,
si lo pienso a conciencia. Vampiro de pueblo. Si existiere un Cicely con algo
de mar en Asturias, tal vez sería mi lugar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Cuando al vicio se
le puede llamar costumbre entramos en otra dimensión. Se le llama fenotipo o
estilo o personalidad o manera de ser o manera de vivir. En mi caso, tengo ya la
edad de educarme para convivir con la enfermedad, la propia y la de los
cercanos. El horno tienta, por supuesto, con sus frescos racimos y sus cantos
de sirena al poeta que se debate entre el exceso de nicotina y la orquesta
gintónica, para cuatro endecasílabos mediocres: sombras de bohemia.
¿Y sus virtudes?
Nunca nadie se ha referido
a mí con tales propiedades. Debo deducir que carezco.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Dentro del esquema
clásico y suponiendo que uno se acabara ahogando en su propio mar, esperaría
hasta el último momento a que se presentara un compasivo capitán Nemo. La banda
sonora, a cargo de Dr. Feelgood, de Johnny Winter o de ZZ Top. Nautilus, oh
patria, o mores.
T. M.