domingo, 24 de febrero de 2019

Entrevista capotiana a Rosa García Perea


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rosa García Perea.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi ciudad, Sevilla. Para seguir fomentando la fama de ombliguistas que tenemos. No tenemos remedio.
¿Prefiere los animales a la gente?
Eso habría que preguntárselos a mis tres gatos… Normalmente convivo más horas con ellos que con el resto de la Humanidad.
¿Es usted cruel?
Ojalá… soy irritantemente dulce. Sería muy práctico serlo a veces.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos sin h, cuatro o cinco, depende del día. Pero con h de ¡Hola!, un montón.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Risas, muchas risas. El mejor pasaporte para este viaje. Del resto ya me encargo yo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sí, igual que yo a ellos. Gracias a Dios. La perfección es una tara que me da mucho miedo. Me gustan las segundas oportunidades.
¿Es usted una persona sincera? 
Cuando se me pide, sí. En general, con discreción. La sinceridad es tremendamente inútil para pasar desapercibido.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Como por mi trabajo vivo rodeada de libros, de cine y de música, en mi tiempo libre me gusta tejer en silencio al lado de mi pareja, o caminar por mi ciudad conversando, conversando, conversando.
¿Qué le da más miedo?
No poder evitar el sufrimiento de los que amo. Me da pánico, soy una cobarde.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Las verdades absolutas, la gente que lo tiene todo muy claro, que no deja espacio al bendito don de la duda.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De pequeña quería ser cocinera. Aún lo quiero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Muy a mi pesar, voy al gimnasio varios días a la semana. Pero insisto, en contra de mi voluntad. El gimnasio es una perversión que nos recuerda a los hombres lo vagos que somos en nuestra vida cotidiana.
¿Sabe cocinar?
Sí, y perdón por la inmodestia, muy bien. Soy una gran repostera.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Pues dudaría entre Carmen de Burgos y Ramón Gómez de la Serna, su gran amor, y Rafael de León, el poeta entre la copla y la Generación del 27.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Todavía.
¿Y la más peligrosa?
Nunca.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Soy muy patosa y algo escrupulosa para el asesinato, la verdad. Pero no descartemos nada, aún.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Esta mañana me siento un poco antisistema con una pincelada de conservadora. Pregúnteme mañana y se sorprenderá.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Sería mi gato Melón, no he conocido un ser más feliz que él. Cuando le veo dormitar bajo el sol me pregunto cuántas etapas me quedan para llegar a ese estado de placidez y sencillez…
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate y Ángel, mi pareja. El orden depende del día y la hora.
¿Y sus virtudes?
No suelo estar mucho tiempo en cada sitio. Es difícil cansarse de mí.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Las manos de mi madre acariciándome la cara y las de mi abuela Gabriela amasando pan.  
T. M.