A Dashiell Hammett sólo le bastaron un par de años –de 1929 a 1931– y unas pocas
obras –entre esas fechas, «Cosecha roja», «El halcón maltés» y «La llave de
cristal»– para llegar a lo más alto en la literatura de su tiempo, agradando
además al público más diverso, recibiendo los elogios de los críticos, abriendo
las puertas a otros colegas para la creación de una nueva novela detectivesca.
Por lo demás, se dedicaría a publicar cuentos en las revistas de la época en
los años veinte y a firmar guiones para Hollywood. Y luego, el silencio
literario casi absoluto hasta una muerte que tal vez no esperaba tan tardía, en
1961, a
los sesenta y seis años, pues la enfermedad y el alcoholismo le habían
acompañado fielmente desde la juventud.
Nathan Ward recorre esa existencia, pero poniendo el acento en el
escritor que antes fue investigador privado, en “Un detective llamado Dashiell
Hammett” (traducción de Eduardo Iriarte), desde los veinte y pocos años, cuando
contestó a un anuncio de prensa. Ese comienzo tan azaroso acabaría por marcar
su vida y al fin y a la postre su mirada literaria. “Para un hombre joven cuya
instrucción formal había terminado apenas unos meses después de empezar
secundaria, la Agencia Pinkerton ofrecía una educación única que él siguió
complementando en las bibliotecas públicas. No hay indicios de que ya en 1915
quisiera escribir, pero la agencia contribuyó a formar al escritor en que se
convirtió del mismo modo que si hubiera estado trabajando en un periódico”,
apunta Ward al comienzo. Luego, se dedica de forma apasionante a desgranar
algunos de los casos en que Hammett colaboró, su trabajo en diversas ciudades, muy
especialmente San Francisco, y también su vida personal, con sus relaciones
personales y descendencia, entre la que destaca la escritora Lillian Hellman, y
su decisión de participar en la Gran Guerra.
Sin embargo, la tuberculosis le obligaría a abandonar el ejército menos
de un año después; lo volvería a intentar en 1942, pero sería destinado muy
lejos de donde se luchaba contra Hitler, en unas islas cercanas a Alaska. Con
gran tino narrativo y exponiendo bien el contenido de su obra literaria, Ward
aborda la trayectoria de un autor que, tras publicar «El hombre delgado» (1934)
–la serie cinematográfica que rodó la Metro Goldwyn Mayer a partir de esa
novela le hizo un hombre rico–, se manifestó en contra de la guerra de Corea y
padeció seis meses de cárcel, en 1951, por no atestiguar en el Civil Rights
Congress contra cuatro comunistas acusados de conspiración gubernamental.
Publicado
en La Razón, 9-V-2019