La vieja historia en que el bien vence sobre el mal. Eso es el
territorio del País de Oz. Desde que la pequeña Dorotea llega a ese lugar
mágico, llevará a cabo sus dos propósitos que le salen al paso: ayudar a los
personajes que lo necesitan y acabar con los malvados. ¿Hay mejor mensaje,
realmente imperecedero, para los niños de cualquier época y rincón del mundo?
Por eso, y otros motivos más, muy especialmente, claro está, la adaptación al
cine que protagonizó Judy Garland, este cuento clásico que conoce todo el mundo
pero que no muchos sabrían quién firmó ha llegado a nuestros días en plena
forma. Han pasado cien años desde la muerte de su autor, Lyman Frank Baum, que
escribió catorce libros relacionados con Oz, pero muchos otros títulos para
niños y jóvenes: en total, cerca de sesenta novelas y más de ochenta relatos, a
lo que hay que añadir unos doscientos poemas e innumerables trabajos como
guionista.
De hecho, Baum, nacido en Chittenango, estado de Nueva York, en 1856,
después de debutar con una colección de cuentos infantiles ilustrados por el
gran pintor Maxfield Parrish, tuvo un primer éxito llegó en 1899 con una
antología de poesía disparatada con dibujos de otro magistral ilustrador y
caricaturista como W. W. Denslow. Y con este precisamente, al cabo de poco
tiempo, publicaría “El mago de Oz”, que conseguiría tamaño éxito que se
adaptaría a la escena teatral de Broadway en los años 1903-1904. El libro ha
sido ampliamente traducido y publicado, pero este próximo día 20 El Paseo
Editorial pone en las librerías “El maravilloso mago de Oz” –en una nueva
traducción de Óscar Mariscal–, recuperando las ilustraciones de Denslow, para
proporcionar al lector la increíble peripecia de Dorothy y su perro Toto,
perdidos en el fantástico mundo de Oz, donde conocerán al Espantapájaros, al
Leñador de hojalata y al León cobarde. Juntos, emprenderán camino hacia la
Ciudad Esmeralda, en que tendrán la esperanza de lograr que el Gran Oz les dé
una solución a sus peticiones de mejora personal a través de su poderosa magia.
Ya en el 2016 El Paseo publicó “Historias mágicas de Oz”, con los
dibujos originales de otro de los grandes artistas que colaboraron con Baum,
John R. Neill; en esa ocasión, se trataba de una serie de cuentos que preparó
el propio escritor con el objetivo, en 1913, de que sirviera de introducción al
maravilloso mundo de Oz para aquellos que no lo conocían aún, y en que
destacaban algunos personajes menos conocidos, como la princesa Ozma, Jack
Cabeza de Calabaza, Tik-Tok el hombre mecánico, el Tigre Hambriento, el rey
Nomo y el Caballete. Tres años antes, Baum se había trasladado con su
familia a Hollywood, con el ánimo de trasladar sus historias a la gran
pantalla; para ello, fundó la Oz Film Manufacturing Company, pero el destino le
tendría reservada una muerte cercana: moriría en su casa el 6 de mayo de 1919,
a causa de un derrame cerebral.
Amor,
inteligencia y valor
«Baum, como Shakespeare, albergaba en su cabeza una fiebre por querer,
desear, moldear, soñar, que es la que hace que todos continuemos buscando la
historia de Oz, y que nos nutramos de ella», dijo el gran escritor de
ciencia ficción Ray Bradbury; «Ese autoproclamado mago de Oz tiene una larga
genealogía, podría ser desde un chamán hasta el Próspero de Shakespeare y
siempre encuentra su par en cada época», afirmó la veterana autora canadiense
Margaret Atwood; «Baum era un verdadero educador y los que leen sus libros de
Oz a menudo se hacen lo que no eran: imaginativos, tolerantes, despiertos a las
maravillas del mundo y a la vida», apuntó el guionista y narrador Gore Vidal.
Declaraciones todas estas que remiten a la vigencia de un libro en que se
proponía a sus héroes superar pruebas difíciles, venciendo sus miedos y
teniendo el coraje para enfrentarse a lo desconocido para, en última instancia,
descubrir sus ocultas pero infinitas capacidades.
El hombre de hojalata quería tener amor, el espantapájaros deseaba
inteligencia, y el león ansiaba ser valeroso. Baum, con “El mago de Oz”, les
estaba diciendo a los niños y adolescentes que todos poseemos esas cualidades y
que, para desarrollarlas, lo único que tenemos que hacer es practicarlas, como
nos recuerda Josep Santamaría en el apartado de actividades de una edición
referencial de esta obra, la de la editorial Vicens Vives, la cual contó, desde
su primera aparición en el año 2000 –el libro se reimprime de forma constante–
con las bellísimas ilustraciones de Victor G. Ambrus. Y es que, como vemos,
texto e imagen estuvieron de la mano desde el inicio en este caso; y así, en
1939, se estrenó en la gran pantalla la celebérrima adaptación cinematográfica
que dirigió Victor Fleming después de un rodaje complicado, con una Garland a
la que tuvieron que caracterizar para que no pareciera tan mayor (tenía
dieciséis años) y que ya era adicta a las drogas y al alcohol, y a la que
explotaban trabajando días enteros película tras película.
Entre brujas y
magos
Todo comenzó cuando el todopoderoso Louis B. Mayer, de la Metro Goldwin Mayer, vio las posibilidades fílmicas de “The Wonderful Wizard of Oz”, y decidió que se convertiría en el primer filme en color de la MGM para competir con David O. Selnick, que estaba rodando también en color “Lo que el viento se llevó”. La primera opción fue Shirley Temple, para el papel de Dorothy, pero no fue posible. Aun así, las aventuras de una valiente niña que es arrastrada por un ciclón desde Kansas a la tierra de Oz, gobernada por brujas y magos, donde los animales hablan, los monos vuelan y un par de zapatos de plata tienen poderes mágicos, se llevó a término felizmente. Y además, devendría no sólo un film de culto, sino que dio la que se considera la canción más importante del siglo XX por parte de la RIAA (Recording Industry Association of America).
“Over the rainbow” es obra del compositor Harold Arlen y el letrista Yip Harburg; se cuenta que se necesitaba solamente una última canción para el inicio de la película, y que estaban apurados de tiempo. Pero, entonces, un día que Arlen iba en coche a casa con su mujer, tras salir del cine, vio un arcoíris y se le ocurrió la idea de una melodía que se ha versionado desde entonces por parte de todo tipo de cantantes y músicos. Una letra, que escribió a todo correr Harburg, que ha tenido múltiples interpretaciones: la de trasfondo bélico en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, la que expresa simbolismo religioso, la que apuesta por la libertad sexual… La pieza sería merecedora del Óscar a la mejor canción original, y no podía ser menos en el país de las oportunidades: se decía en ella que los sueños pueden alcanzarse, ¿por qué no? Eso consiguen el león, el espantapájaros y el hombre de hojalata, en un cuento en que la amistad y la compasión son prevalentes y en que se nos enseña que las apariencias a veces son falsas: el mago de Oz es al fin y al cabo un viejo farsante, y Ciudad Esmeralda sólo es verde porque los que la habitan son obligados a llevar gafas de ese color. Y hay que mirar más allá, siempre por encima del arcoíris.
Publicado en La Razón, 5-V-2019