martes, 8 de octubre de 2019

Dietario del poeta premiado


En el año 2005, Adam Zagajewski aterrizaba con fuerza en nuestro idioma gracias a la traducción de su poemario “Deseo” y los ensayos “En defensa del fervor”, y luego vio la luz «Dos ciudades», el relato autobiográfico de su infancia y adolescencia desde que abandonara Lvov de bebé tras incorporarse la ciudad a la URSS. Era al inicio de sus estudios universitarios cuando su destino literario empezaba a asomarse, en paralelo a las preocupaciones políticas, pero sin victimismos sino con gran independencia, pues como también decía, a los dieciocho años «no sentía ni envidia ni rechazo ni ira proletaria». Algo que se sigue respirando en “Una leve exageración” (traducción de Jerzy Slawomirski y Anna Rubió), cuando se ve como “un representante de la vieja escuela de la discreción de la Europa del Este: aquella que no habla nunca de divorcios ni reconoce que uno está deprimido”.

Fue en 1982 cuando se vio obligado a exiliarse e instalarse en París y los Estados Unidos, donde ejerció de profesor universitario, desarrollando una poesía de línea clara que se ensimisma con las pequeñas cosas del día a día, deudora de sus admirados Machado y Vallejo, y que le valió el Premio Europeo de Poesía 2010 y, siete años más tarde, el Princesa de Asturias de las Letras. Es justamente tamaño prestigio lo que justifica libros como este dietario misceláneo y heterogéneo que no tiene más asideros que su experiencia y memoria.

El título hace referencia a una posible definición de la poesía, y a lo largo del libro Zagajewski habla tanto de cuestiones poéticas como de música clásica, de su amigo Joseph Brodsky –sobre su funeral en Venecia, por ejemplo–, o la deportación de su familia tras la ocupación de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Hay páginas sobre sus lecturas (Gottfried Benn, Robert Musil…), son inevitables las remisiones a Czeslaw Milosz, y se asoman comentarios de pintura, como los pasajes dedicados a Miquel Barceló, diversas sensaciones al volver a París y Lvov, las historias particulares de tíos y abuelos, rememoraciones sobre su etapa como estudiante de Filosofía o el recuerdo de su primer poema publicado, más la Cracovia de hoy enfrentada a la del pasado remoto. “El científico versus el artista, el científico versus el poeta. El escritor o el poeta es un loco en Cristo que de vez en cuando se exhibe al mundo en sus momentos cómicos, angustiosos o grotescos (aunque, si puede, también en sus momentos de grandeza)”, dice en un momento dado el mismo que se fija en lo que la gente lee en el metro parisino o en los aviones.

Publicado en La Razón, 3-X-2019