domingo, 23 de febrero de 2020

Entrevista capotiana a Michelle Roche Rodríguez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Michelle Roche Rodríguez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La vida ya eligió por mí: Madrid. Y, si me apuran, Madrid Centro.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente, aunque solo por períodos breves de tiempo.
¿Es usted cruel?
Sí, cuando tengo hambre digo cosas muy feas. Por eso, cuando hago dieta me vuelvo intratable.
¿Tiene muchos amigos?
Sí. No comprendo muy bien por qué, quizás sea porque me va la marcha.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Comprensión y lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En toda mi vida, solo dos.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, eso a veces me mete en problemas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo en la cama. Soy perezosa.
¿Qué le da más miedo?
Las injusticias. Y algunos payasos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Siempre estoy escandalizada. Creo que el mundo es un circo enorme. Estamos en una época cuando cualquier bufón con poder o dinero puede abusar de grupos enormes de personas. Hace décadas que no me río de ningún chiste, por si acaso.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Siempre quise ser escritora. Nunca me planteé ser otra cosa en la vida, ni siquiera cuando era una niña.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Correr. Pero me temo que no soy muy buena. Y nada de maratones: una vez hice una media maratón y llegué detrás del camión de la limpieza, ese fue uno de los momentos más humillantes de mi vida.
¿Sabe cocinar?
Sí. La llamo «cocina de subsistencia»: preparo lo estrictamente necesario para proteger el presupuesto y la salud.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¿Uno solo?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Buenos días.
¿Y la más peligrosa?
Adiós.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Pensé que esta entrevista no sería política.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me temo que sí es una entrevista política. Soy antimilitarista a ultranza y antichavista sin contemplaciones. Me considero de izquierda, porque muchas de las grandes reivindicaciones en la historia del mundo se las ha arrancado esa postura política, con mucho trabajo, al statu quo y a las élites conservadoras en el poder. El feminismo, cuando se estudia en sus 300 años de historia como movimiento global, lo demuestra. Y, dentro de la izquierda, me considero específicamente socialista, postura que, como venezolana, me obliga a explicarme. El llamado «Socialismo del Siglo XXI» fue una estrategia populista del fallecido comandante Hugo Chávez que funcionó en dos frentes. Ofreció a la comunidad internacional una supuesta ideología dentro del chavismo acorde con reivindicaciones poscoloniales de vieja data y las consignas antiyanquis que nunca pasan de moda en América Latina —básicamente, porque la política internacional de ese país no lo permite—. Ese aire rusoniano que se emanaba desde Caracas en los primeros años del siglo XXI permitió, en el frente interno, un proceso de sustitución de una casta por otra. De esa manera, a los viejos políticos y los empresarios del siglo XX, a los cuales el «Socialismo del Siglo XXI» bautizó como «oligarcas» —y otras bellezas como «pitiyanquis» o «majunches»—, los sustituyeron por lo que entonces era la nueva generación de la única casta venezolana que tiene siglos en el poder: la militar. Como tenían acceso a los negocios con el petróleo y otras industrias asumidas por el sector público, pronto se convirtieron en los plutócratas que, en el fondo, siempre ansiaron ser. Estos hombres y mujeres, producto de la economía rentista y del capital internacional, así como aquellos que se les enchufan, desde esa época hasta el presente son el obstáculo para que Venezuela obtenga el cambio democrático que necesita. Una de las indignidades de ser venezolana es sentirme en la obligación de explicar esto, cada vez que señalo mis tendencias políticas. Quizá, por eso he escrito una novela entera que funciona como una metáfora del poder de la plutocracia militar en mi país. Se llama Malasangre y la protagonista es una hematófaga con hambre en una sociedad de vampiros.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Creo que esta ya te la respondí antes. No puedo ser más que escritora.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate.
¿Y sus virtudes?
Pocas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La cara de mi padre cuando se sentaba a hablar conmigo, la sala llena de libros de mi apartamento en Los Palos Grandes de Caracas y la sonrisa de un novio que tuve a los 24 años.
T. M.