sábado, 4 de abril de 2020

Entrevista capotiana a Guillermo Galván

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Guillermo Galván.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En un rincón de mi imaginación. De no poder moverme, es el lugar más amable que se me ocurre.
¿Prefiere los animales a la gente?
En absoluto. Todavía pertenezco a la especie humana.
¿Es usted cruel?
Creo que no, pero eso deberían responderlo las presumibles víctimas de mi crueldad.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos, y antiguos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La buena conversación y la sinceridad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Raramente. En todo caso, no me decepcionarían ellos, sino mi propia percepción de la realidad.
¿Es usted una persona sincera? 
Lo intento, al menos en aquellos territorios que exigen sinceridad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leo, investigo, veo series, escucho música y, si se presta, charlo.
¿Qué le da más miedo?
No saber expresarme con la debida claridad.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muchas cosas, por desgracia. El abuso sobre las mujeres y la infancia, la pobreza institucionalizada, la corrupción impune.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
He sido periodista durante toda mi vida laboral, lo que exige bastante creatividad para no comprar las motos que te quieren vender. La pintura y la música me entusiasman. Cambiaría la docena novelas publicadas por saber tocar el piano con mediana soltura.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Poco, aparte de algún paseo para hacer recados. Fui deportista en mis años mozos, y no tan mozos. Creo que hasta los cuarenta y tantos gasté todo el ejercicio que me correspondía.
¿Sabe cocinar?
También poco, aunque por falta de práctica. Mi récord es un mero al chocolate para chuparse los dedos, pero eso fue hace tantos años que ni me acuerdo de la receta.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Al rey Leovigildo, el último de los auténticos visigodos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La propia palabra: esperanza; es válida para cualquier situación. Dicen que es lo último que se pierde, lo único que queda en el fondo de la caja de Pandora.
¿Y la más peligrosa?
Libertad. En su nombre se cometen las barbaridades más atroces contra la libertad, y hoy cualquiera se la apropia para esconder sus ansias de absolutismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ninguna partidista, en concreto. Me considero de izquierdas, aunque hoy día esa palabra, como la palabra libertad, está tan devaluada que casi hay que pedir perdón para pronunciarla.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Músico, naturalmente.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy bastante perezoso para ponerme en marcha, y muy reacio a detenerme cuando lo he hecho. Es un binomio bastante vicioso.
¿Y sus virtudes?
Esta respuesta le corresponde al prójimo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Viví esa situación de niño, y la experiencia quedó plasmada en un poema y una novela. Me pareció una situación absurda. Y desde entonces quedó como paradigma de mi percepción de la muerte: un sinsentido.
T. M.