lunes, 6 de abril de 2020

Entrevista capotiana a José Morella


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Morella.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si con lugar te refieres a un pueblo o ciudad, creo que el mejor suele ser el mismo en el que ya se vive: ahí están tus vínculos, ya sean familiares o de amistad. La gente con que te tomas una cerveza, con quien vas al cine y con quien charlas. La gente que se enfada contigo cuando eres impuntual o irrespetuoso. En mi caso, Barcelona.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, pero me da mucha rabia que los humanos usemos al resto de animales como si fueran objetos o seres sin capacidad de sufrir. Hace 13 años que no los uso para comer ni para vestirme. No necesito que mi marca de champú torture a un ser para que a mí no me escuezan los ojos. No necesito ir a ningún espectáculo con animales para divertirme. Me avergüenza la tauromaquia, que es una tradición delirante sostenida por personas aferradas al pasado con uñas y dientes. Es alucinante el contorsionismo dialéctico que la sociedad en su conjunto tiene que hacer para seguir justificando el maltrato y asesinato innecesario de millones de seres. Por otro lado, no soy para nada de los que mistifican a los animales, ni de los que andan por todas partes anunciando que los aman mucho. Creo que esta capa de cursilería le quita fuerza al animalismo. No tendría que ser necesario amar a alguien para no torturarlo. No amo a mi vecino del segundo primera, pero no lo despellejo.
¿Es usted cruel?
En términos convencionales, diría que no. Pero no me fío de la gente que se piensa a sí misma como redondamente buena, que está convencida de su propia bondad. Estoy mucho más tranquilo rodeado de personas que saben que no son mejores que nadie. Recomiendo mucho la lectura de Claus y Lucas, novela de Agota Kristof, donde los protagonistas, dos gemelos, han nacido y se han criado en la lógica de la guerra. Da que pensar.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos tengo pocos, porque necesito una considerable cantidad de tiempo para estar conmigo mismo. Respecto de la amistad, estoy empezando -muy tarde- a entender algunas cosas: creo que a veces doy señales contradictorias sin darme cuenta, y la gente confunde mi afabilidad con un deseo (rarísimo, en mi caso) de tener relaciones más profundas. También creo que hoy en día la gente está tan desesperadamente necesitada de afecto que confunde el simple hecho de ser tratada con respeto y amabilidad por otra persona con un deseo de amistad. Eso me ha hecho tener que lidiar con algún que otro pelma.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Yo no busco amigos, así que no busco ninguna cualidad. A mí me pasa como a Vinicius de Moraes, que decía que uno no hace amigos: los reconoce. De repente aparece alguien nuevo y tú reconoces a esa persona como si fuera un pariente tuyo de otra vida. No creo que sea posible salir a la calle con la intención de hacer amigos y, como quien sale a comprar el periódico, hacerlos. La amistad forzada no funciona. Por eso hay tantas relaciones de supuesta amistad que resultan tortuosas: hay demasiado esfuerzo por que el amigo o amiga se adecue a lo que proyectamos en él. El rollo del alterne, del colegueo, de ser visto en sociedad con determinada gente. Qué aburrimiento y qué fastidio todo eso. Y sobre todo, qué pereza.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. He tenido amigos a los que he perdido, pero cuando una relación se difumina y desaparece nunca hay un solo responsable. Echar balones fuera no es mi estilo. Por otra parte, la decepción es algo bueno. Tenemos que aprender a vivir con ella, porque de lo contrario estamos frustrados siempre. Si tus amigos no te decepcionan nunca, es porque: a) los estás idealizando, o b) tienes muy poca paciencia y escurres el bulto en cuanto la gente no hace lo que tú esperas que haga. ¿No dices que son tus amigos? Pues discute un poco con ellos, que tampoco te vas a morir.
¿Es usted una persona sincera? 
Ser sincero me ha resultado siempre muy difícil: huyo del conflicto, como tantas otras personas. Es un problema muy común. Me mueve un deseo interno de gustar a los demás, de ser visto, de ser querido. Y eso, que en sí mismo no tiene nada de malo, es un problema cuando no se es consciente de ello. Poco a poco me voy curando, pero no es una tarea fácil. Lo curioso del caso es que cuando te atreves a ser sincero, el mundo te lo agradece mucho. Todo es más fácil.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En mi experiencia no hay un corte claro entre trabajo y tiempo libre. Puedo estar viendo una película medio mala y mi mente de repente conecta con la novela que estoy escribiendo: se pone a trabajar. O puedo estar dando una clase y divirtiéndome mucho, sin sensación de estar trabajando. Pero eso no significa que no sepa que trabajar puede ser una verdadera mierda, una esclavitud, la famosa rueda de hámster que nos vuelve locos. No es lo mismo limpiar baños durante ocho horas o dedicarte a poner firme a la gente que trabaja en un supermercado que dar clases de escritura creativa, como hago yo. Es muy fácil hablar de esto desde aquí, con los privilegios que yo tengo en este momento de mi vida. Lo único que puedo decirte de mi “tiempo libre” es que hay muchos libros cerca y que no colecciono sellos ni “tuneo” coches.
¿Qué le da más miedo?
Qué casualidad: en mi última novela he escrito una lista de cosas que me dan miedo. Me da miedo que ridiculicen a mi familia o a mi gente. Pero creo que lo que me da más miedo es perder el control sobre mi propia ira. Es algo que me ha pasado un par de veces, y lo pasé fatal. No es recomendable burlarse de la gente pacífica como yo, porque tenemos sorpresas desagradables dentro, que a menudo no conocemos ni nosotros mismos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Es curioso: me indignan cosas distintas a las que me escandalizan. Me indignan cosas como la aporofobia, el clasismo o el maltrato animal. Pero esas cosas no me escandalizan. Creo que lo interesante del concepto “escándalo” es que nos toca teclas internas que no controlamos desde la razón. En el escándalo hay algo persona, casi íntimo. A mí, por ejemplo, me escandaliza el chovinismo. Me pongo insoportable con ello, me pongo incluso pedante. Pero es que puede conmigo: ¿cómo alguien que no ha salido de su país en la vida está tan absolutamente convencido de que todo lo de su tierra es lo mejor? Pero lo delirante es que esto pasa en casi todas partes. Mucha gente cree en serio que vive en el mejor sitio del mundo. Lo he comprobado en Italia, en Brasil, en Francia. Sé que ocurre en China, en Estados Unidos, y por supuesto en España. Es una especie de futbolización de la vida. “Somos los mejores”, se dice la gente. Sé que esto es menos grave que otros grandes problemas del mundo, pero no puedo evitarlo. Me saca de quicio. Otra cosa que me escandaliza: los activistas egocéntricos. A menudo oigo a activistas que trabajan por causas que me gustan, pero me molestan ellos. Me irrita que hagan de la causa un vehículo para su propio narcisismo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Creo que habría estudiado psicología. No tengo la más mínima idea de qué estaría haciendo ahora.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Llevo muchos años intentando decidir cuál. Es una tarea compleja. Le dedico horas en mi mente, sentado en mi sofá. Busco información en Internet, comparo las disciplinas, las ventajas y desventajas de cada una, las posibles lesiones, los beneficios para la salud. Miro vídeos. Correr, patinar, bici, natación, saltar a la cuerda… No acabo de encontrar la solución perfecta, pero como tengo mucha disciplina, sigo buscando. De joven me encantaba el baloncesto, y a veces hasta lo practicaba.
¿Sabe cocinar?
Desde niño. Raro es el día que no cocine. Creo que lo hago moderadamente bien. Disfruto mucho de ello.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay un montón. Tal vez elegiría a Vera Schmidt, una pedagoga rusa que hace cien años dirigió el Detski Dom, una escuela basada en los principios del psicoanálisis. Había más profesores que estudiantes, y entre ellos se promovían las relaciones igualitarias. También se daba carta de naturaleza al hecho de que somos seres sexuales desde el nacimiento, y se intentaba acabar con la represión de impulsos básicos como la masturbación. Durante un tiempo, el propio Stalin llevó a su hijo a esa escuela. Pronto empezaron a recibir críticas, tanto de la Asociación Internacional de Psicoanálisis como de políticos y funcionarios soviéticos. La cosa se fue al garete enseguida. Me parece fascinante porque la vida de Schmidt ilustra cómo pasamos de la ilusión de los inicios (tras el fin del zarismo todo parecía posible) al brutal aprendizaje de la decepción. La revolución acabó siendo una dictadura igual de injustificable que el sistema previo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Paremos”. “Parad un momento, por favor” es una frase que me encanta. Me gusta aderezarla con un poco de mala leche: “¿Podéis levantar la cabeza un momento, parar lo que estáis haciendo y daros cuenta del pitote que estamos montando para nada”? Quizás Podemos, el partido político, debería cambiarse de nombre. Unidas Paremos. Ese me gusta más.
¿Y la más peligrosa?
“Yo”. Sobre todo, la expresión “yo creo que”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, que yo recuerde. Aunque quizá lo haya borrado de la memoria. He querido darle una gran lección a alguien, pegarle, escupirle, ridiculizarle, pero creo que no he llegado al extremo de querer su muerte.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy de izquierdas, pero lo soy incómodo. Como decía García Márquez, lo soy como si fuera un niño al que han puesto un vestido de pana verde que le aprieta en alguna parte.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me muero de envidia cuando veo a gente haciendo música, gente normal y corriente que toca un instrumento como si tal cosa. No lo entiendo. Yo, si canto y a la vez golpeo la mesa con el puño, ya pierdo la coordinación.
¿Cuáles son sus vicios principales?
A veces me opino encima. Es muy aparatoso, y muy humillante. Opinarse encima es de lo peor que hay. Aunque he conocido a muy poca gente que tenga opiniones verdaderamente fundadas. Cuando se tiene fundamento, se habla poco. Los que saben mucho no se opinan encima.
¿Y sus virtudes?
Soy curioso. Tengo disciplina. Y soy cándido: confío por principio en la gente. No sé si eso es una virtud, pero me pasa.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me da miedo el agua, y morir ahogado. Esta pregunta me cuesta. Hay una escena cinematográfica horripilante que no puedo olvidar: alguien cae a una piscina que está cubierta con una capa de lona o de plástico, y al hundirse en el agua la persona queda envuelta en la lona, como si estuviera envasada al vacío, y le resulta imposible salvarse. Es increíble cómo el cine se incrusta en nuestros recuerdos, cómo muchas de las imágenes que acuden a nuestra mente a menudo no son del mundo real. Ya no sabemos muy bien qué es el mundo real.
T. M.