domingo, 10 de mayo de 2020

Entrevista capotiana a Virginia Moratiel


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Virginia Moratiel.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi imaginación, el único lugar capaz de preservar la belleza y la paz de una casa frente al mar, recostada en la boscosa falda de la montaña, llena de la música y los ritmos de la naturaleza.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de los animales y de la gente, además de la actividad a realizar.
¿Es usted cruel?
Me cuesta mucho actuar con hipocresía, por lo que muchas veces parezco ser cruel ante los ojos de los demás.       
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco cualidades en los amigos, porque los amigos no se buscan, se encuentran. En la amistad, el reconocimiento tiene que ver con la afinidad emocional.   
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Cuando alguien desilusiona por su comportamiento, es que no era amigo.
¿Es usted una persona sincera? 
Dentro de ciertos límites de conveniencia social, sí lo soy.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Dada mi edad, todo mi tiempo es libre y lo ocupo haciendo sólo lo que me gusta.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad, volverme dependiente de los demás, no ser consciente y responsable de mis actos, convertirme en una carga. Ser testigo impotente del sufrimiento de los que más amo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Vivimos en el escándalo permanente, en medio de la mentira -que ahora se denomina posverdad-, en la indiferencia y el egoísmo propios de una sociedad que pretende detentar su riqueza -conocida ahora como solidaridad-, en la discriminación de la excelencia por defender lo que no puede ni quiere valerse por sí mismo -la mal llamada diversidad-. Vivimos en la crueldad, la frustración, el miedo, la impostura, la manipulación, la impotencia, la estupidez, la ambición desmesurada y el afán de protagonismo. Ya nada me escandaliza porque lo habitual es hacer valer los propios intereses como legítimos. Cuando el abuso, la explotación y el dominio de los demás se justifican y son generalizados, ya nada puede asombrar.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser escritor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, camino mucho, soy nadadora y buceadora de profundidad.
¿Sabe cocinar?
Sí, pero no me gusta hacerlo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay millones de personajes interesantes ocultos entre los pliegues de la historia: héroes silenciosos, martirizados por ser diferentes, peligrosos, apologetas de la libertad de todos y defensores de grandes ideales, en suma, benefactores de la humanidad, aunque también con sus propios defectos. He escrito un libro sobre poetas, todos ellos inolvidables así como cantidad de cuentos y otras narraciones centradas en personajes reales, aunque poetizados. Es que lo real es neutro y de por sí carece de significado, requiere de la imaginación para alcanzar sentido. Siempre estoy a la busca de estos seres que me estimulan e inspiran.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Yo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por supuesto. Soy persona apasionada y algunas veces he odiado, es decir, que he deseado la muerte simbólica de alguien. Otra cosa es que siempre haya sido capaz de superar el exabrupto y ni siquiera me haya molestado en planificar la muerte real del prójimo.  
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy una anárquica sentimental, porque amo ser libre y confío en la autorregulación de la libertad. Me repugna el ejercicio efectivo de la política a cualquier nivel, por el partidismo y su búsqueda desesperada del poder. Se trata del reino de la astucia y la razón pragmática, un mundo contrario a la moral. Por eso, podría ser considerada apolítica, en el sentido de que evado cualquier militancia o ideología predeterminada, porque -a mi criterio- coartan la libertad de pensamiento. No obstante, no soy indiferente e incluso reconozco que la sociedad requiere de instancias que la organicen. Alguien podría decir que tengo vocación de “alma bella”, “temo mancharme las manos” y prefiero estar criticando en retaguardia. Mi respuesta sería, en ese caso: Una vez asumí el poder en instituciones universitarias, donde hice con éxito todo lo que pude hasta que la desilusión ante el inmovilismo de mis compañeros y las dificultades irremontables para cambiar el statu quo que rige las relaciones de poder dentro de la Universidad me llevó a renunciar.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Querría ser sirena, para poder disfrutar del mar en toda su plenitud. Pero, dado que eso es imposible, reconozco que me gustaría hacer infinidad de cosas humanas: jardinería, pintura, música, arquitectura, medicina, astronomía,  física atómica, deportes…, pero, al final, terminaría siendo escritora. Parafraseando lo que André Malraux dijo sobre la muerte, ocurre que la edad va convirtiendo la vida en destino.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy austera, porque nada real me satisface completamente. Ya he abandonado mis adicciones. Hoy por hoy, mi mayor vicio es la escritura.
¿Y sus virtudes?
Mencionar públicamente virtudes propias es un acto de narcisismo. Prefiero enumerar las que admiro, como las cuatro virtudes cardinales que enunció Platón: prudencia, justicia, templanza y coraje. A ellas agregaría otras virtudes cristianas que también aspiro a alcanzar, como la paciencia, la humildad, la generosidad y la diligencia. Por naturaleza, soy optimista, es decir que tengo fe y esperanza. No en vano he dedicado gran parte de mi vida a estudiar el idealismo ético y su filosofía de la acción, pero, como la gran mayoría, dudo y decaigo en los momentos malos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Cuando tenía siete años, estuve a punto de ahogarme en el mar y realmente pasaron delante de mí, como una ráfaga, escenas de mi vida. Si pudiera elegir, me quedaría con la imagen del rostro de mis dos hijos, justo después de que hubieran nacido, cuando los puse contra mi pecho y pudimos disfrutar de la primera mirada y del primer contacto exterior.  
T. M.