En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Luis Puerto.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Las Batuecas, como emblema del territorio del origen, del espacio de la inocencia, también de ese paraíso hacia el oeste, hacia el misterio, hacia la ‘terra incognita’, hacia el ‘finis terrae’. Junto a Las Hurdes. Junto a Alfranca, el ámbito en el que vine al mundo. Juan Eusebio Nieremberg situaba allí el paraíso. Es una ensoñación del viaje a la semilla de que habla el mexicano José Gorostiza en ‘Muerte sin fin’, o el cubano Alejo Carpentier en uno de sus relatos.
¿Prefiere los animales a la gente? De los animales, me quedaría con esa ladera del existir en la inocencia, en el instinto. Pero es terrible que sean criaturas destinadas al sacrificio por los seres humanos, que no les dejamos vivir en su plenitud. Zurbarán representa maravillosamente lo que digo en ‘Agnus Dei’, ese cuadro del cordero maniatado sobre la mesa del sacrificio, que cuelga en el Museo del Prado. No podría vivir, sin embargo, sin conciencia y sin afectos. Y ahí aparecen los demás, la gente.
¿Es usted cruel? Por carácter, soy más bien apacible y allí donde estoy trato de que se establezca un equilibrio. Sin ese componente, soy incapaz de ser y de crear. Frente al caos, siempre trato de configurar cosmos. Pero es un modo de ser.
¿Tiene muchos amigos? En todas las etapas de mi vida, la amistad ha tenido y tiene una gran importancia. Sin ella, la vida no tendría aliciente, sería muy triste. Los amigos nos dan sentido y nos salvan. Lo mismo que los seres a los que más queremos. Siempre he tenido y sigo teniendo amigos, nunca muchos, claro está, pero siempre algunos decisivos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean ellos mismos, que tengan alma, que conecten con esas tradiciones de humanización que existen en todas las culturas y civilizaciones, y que irradien esos dones con los que todos venimos al mundo, pese a que no pocos se vayan de él sin haberlos descubierto.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Por lo general, no. Lo que ocurre es que, debido a los avatares de la vida, algunos se van quedando en una lejanía inalcanzable… Pues –como dijera en su momento Manuel Alvar– la vida nos zarandea y acabamos lejos de lo que amamos.
¿Es usted una persona sincera? Sí que creo serlo. La falsedad y el morbo no me interesan para nada; los aborrezco. Como dijera el poeta portugués Jorge de Sena, en un poema memorable, todos venimos al mundo desnudos y nos vamos del mismo modo. Y a todos nos ocurren cosas muy parecidas. Por ello, la sinceridad nos reconcilia con nosotros mismos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Tiendo, posiblemente también por carácter y, en el fondo, por educación, a buscar la horaciana ‘aurea mediocritas’, que Fray Luis de León recreara en su “pobrecilla mesa de paz bien abastada”. Me gustan la naturaleza, la lectura, el arte, escuchar música… y hablar con la gente más humilde, con los campesinos; en ella descubro casi siempre la verdad más hermosa del mundo.
¿Qué le da más miedo? El fanatismo y la intolerancia, las perspectivas absolutistas y cerradas. Esas gentes que se niegan a aceptar que el mundo y los seres humanos somos muy diversos…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? No suelo escandalizarme por casi nada. Trato de comprender las perspectivas humanas que me causan extrañeza. Como dijeran nuestros paisanos europeos en el arranque de la modernidad: “nada de lo humano me es ajeno”; nada de lo humano nos ha de ser ajeno. Eso sí, siempre en al absoluto respeto de la vida y de la dignidad de todos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?Procedo del mundo campesino, de la pobreza. Mi padre fue emigrante en Francia y en Alemania. Y, de no haber tenido la suerte de estudiar y de descubrir ya en mi primera adolescencia que mi pasión era escribir, creo que hubiera sido –como otras gentes de mi pueblo y como mi padre mismo– emigrante en el País Vasco o en cualquier país de la Europa occidental.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Caminar por la naturaleza y por la montaña, pues soy serrano, del Sistema Central, de la Sierra de Francia. Caminar es un ejercicio físico y metafísico, ya que pone en funcionamiento nuestra capacidad de meditar, de observar, de contemplar…, facultades todas ellas derivadas del don de la conciencia que nuestra especie posee.
¿Sabe cocinar? Sí que sé cocinar. Aprendí en mis tiempos universitarios. Y sé que, más allá del componente práctico que tiene, la cocina es un territorio de creatividad. La contemplación de los bodegones, por ejemplo, no tanto los exuberantes de los artistas de los Países Bajos, sino los más ascéticos y esenciales de los españoles, estimulan mi creatividad.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi abuelo Pablo, uno de los seres decisivos en mi vida; del que aprendí, sobre todo, que, en la vida, hay que ponerse en juego y hay que tener ánimo para abordar siempre, pese a todas las trabas e impedimentos, lo que más amamos. También, en otro plano, a quien para mí se acerca más al arquetipo del poeta, el romántico alemán Friedrich Hölderlin…
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? ‘Fascinación’. Sentimiento que surge de todo aquello que nos encandila, que nos impulsa a maravillarnos ante el prodigio que es existir, que es el bien supremo. Y la fascinación siempre nos hace arder, estar de frente a la vida.
¿Y la más peligrosa? ‘Envidia’. María Zambrano, en ‘El hombre y lo divino’, la califica como el mal sagrado, frente al bien sagrado que es la piedad. El catecismo, cuando éramos niños, la definía muy bien: “es la tristeza por el bien ajeno”. ¿Hay algo más peligroso?
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, por Dios. La vida, de todos y de cada uno, es el bien supremo. Creo que cualquier ideología que necesite una sola gota de sangre de un ser humano queda ya invalidada de raíz por ese solo hecho.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Vengo de orígenes humildes. José Martí, en uno de sus poemas más memorables, que constituye la letra de la muy popular canción del “Guantanamera”, tiene dos versos que siempre he hecho míos: “Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar”. Me interesa mucho el acceso a la dignidad de la gente más humilde. Pero esto es más un ideario social que político… Me situaría dentro de las perspectivas progresistas, en todo caso.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Creo que un árbol. Mis árboles primordiales son el castaño y la nogal (este último en femenino, como ocurre en mi lugar de origen). El árbol es fiel al lugar, a los cambios de las estaciones, está vinculado con el cielo y con el subsuelo, participa en su quietud del misterio del cosmos…
¿Cuáles son sus vicios principales? A veces, el ensimismarme, el estar a lo mío y distraerme con excesiva frecuencia de lo otro…
¿Y sus virtudes? La laboriosidad y la constancia, que creo que tienen mucho que ver con mis orígenes campesinos…
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Un espacio celeste lleno de aire y de luz. Mi abuelo Pablo era asmático y, debido a su enfermedad, que pasaba por periódicas crisis de ahogo, conozco desde niño la importancia del aire. Mi padre, en su estado de agonía, del que fui testigo, realizaba dos operaciones que, cuando las contemplaba, en su lecho en el hospital, me dejaban sobrecogido: respirar y latir.
T. M.