domingo, 25 de octubre de 2020

Entrevista capotiana a Sabino Cabeza

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sabino Cabeza.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, sinceramente creo que me plantearía muy en serio si esa vida merecería la pena de ser vivida. No creo que aguantara mucho tiempo así. Aunque si se tratara de una isla paradisíaca, o un valle de alta montaña, con buena conexión de internet, una casa preciosa y pudiera recibir visitas… Bueno, la cosa sería distinta.

¿Prefiere los animales a la gente? Según qué gente y según qué animales. Pero, desde luego, prefiero mi gata a muchísima gente.

¿Es usted cruel? No.

¿Tiene muchos amigos? No. Tengo muy buenos amigos. Pero no son muchos. A los amigos hay que cuidarlos, y es imposible hacerlo bien si son muchos. Además, no creo que nadie pueda tener “muchos amigos”. Muchos conocidos, muchos seguidores, muchos “amigos” en Facebook… eso sí es posible. Amigos de verdad, desde luego que no.  

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que estén ahí. Para lo bueno y para lo malo. Que sean buena gente, que sean personas interesantes. En definitiva, que sean lo que exactamente ya son.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? ¿Decepcionarme? A veces, claro. Como yo a ellos. Si nunca hay decepción, es que nunca habrá sorpresas. De todas formas, lo de la decepción es muy complicado. ¿Decepcionarme en qué?

¿Es usted una persona sincera? Por supuesto que no. Solo lo necesario. Aborrezco a esa gente que afirma que siempre dice la verdad. Me parece despreciable decir siempre la verdad. Aparte de que es imposible, es una pose artificial que, en sí misma, es mentira. La sinceridad es para cuando toca. No se puede ir martirizando a los demás con una sinceridad machacona e inhumana.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? De muchas maneras. Y no diré “leyendo” porque me parece presuntuoso. A veces me gusta, simplemente, estar tirado en el sofá mirando al techo. O escuchando música, o pensando en mis cosas. O viendo una serie en la tele. O, sí, leyendo.

¿Qué le da más miedo? La sinrazón. La imposición de dogmas, ideas, creencias que ignoren la razón. Algo muy de moda hoy, me temo. Parece que hoy día solo importan los sentimientos, como si los sentimientos, por sí solos, dieran cuenta de la verdad. Lo cual es curioso, porque en la propia palabra ya está la mentira: senti-miento.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandalizan unas cuantas cosas. La desvergüenza a la hora de afirmar o negar lo evidente. La falta de escrúpulos, ignorar al otro, no verlo… La falta de educación, sobre todo. No llevo bien la mala educación.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Soy otras muchas cosas además de escritor, así que esta pregunta se responde fácilmente. Aunque, si no tuviera posibilidad de hacer algo creativo, la vida me parecería invivible. Si la pregunta se refiere a lo profesional, lo cierto es que, profesionalmente, no soy escritor. Por lo demás, escribo, dibujo, canto…

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, soy de práctica deportiva casi diaria.

¿Sabe cocinar? Algo… Lo suficiente como para, además de la supervivencia diaria, ser capaz de dar el pego en cenas en casa en las que parece que he hecho algo de alto nivel.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? El “Reader’s Digest”… Vaya, me trae recuerdos. Hace mucho que no lo leo, pero aún guardo apilados un montón de tiempos añejos. Sin duda, escribiría sobre Sigmund Freud y Jacques Lacan. Bueno, sin duda… La verdad es que ya dudo. Hay para mí muchos personajes inolvidables. Algunos de mi propia vida, desconocidos para el resto. Tal vez elegiría uno de esos. Personas que hicieron de mí lo que soy y que ni son famosos, ni importantes, salvo para quienes estamos cerca.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Por definición, diría que “esperanza”.

¿Y la más peligrosa? Me faltaría diccionario para poner todas las que se me ocurren. Las palabras, en manos de según quién o según qué intenciones, pueden ser terribles. Como la dinamita…

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Decir que no sería mentir y volver a ser presuntuoso. Querer matar a alguien, como idea, como mera idea, es fácil. A menos que lo veas, en un accidente, por ejemplo, o en un familiar que se va; es decir, una muerte real… Bien, pues una muerte pensada es solo imaginaria. Hay una gran distancia del dicho al hecho. Y sí: he imaginado más de una vez tener poderes, no sé, como los de Homelander, y liquidar a más de uno con la mirada. Pero cuando ves a alguien muerto, cerca de ti, en lo real, en su desnudez absoluta de palabras… Es otra dimensión. La verdadera muerte es la desnudez de lo simbólico. Querer matar a alguien es puramente imaginario. Salvo, claro, si eres un criminal…

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Como militar me debo a una escrupulosa neutralidad a este respecto. Así que no diré nada sobre este particular. Salvo, quizá, que juré defender los valores constitucionales.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? ¿Cosa? No me gustaría, en ningún caso, ser una cosa.

¿Cuáles son sus vicios principales? Hablo demasiado. Soy perezoso. Me esfuerzo cuando no me queda más remedio.

¿Y sus virtudes? Tengo mucha imaginación. Soy capaz de escuchar a los demás (incluso aunque hable demasiado). Ah, y tengo un talento enorme para escoger amigos. Son todos gente maravillosa.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?

Ni la más remota idea… Incluso imaginando la situación, imaginando la angustia o la agonía, no soy capaz de suponer qué me pasaría por la cabeza.

T. M.