jueves, 19 de noviembre de 2020

Entrevista capotiana a Dani Rivera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Dani Rivera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Podría decir Praga, quizá Roma, tal vez Londres, pero si debe ser para siempre, prefiero elegir el «con quién» en vez del «dónde».

¿Prefiere los animales a la gente? Son formas de acompañarte muy diferentes. Intuyo que es porque hace años que murió el último animal tuve al lado, pero supongo que me quedo con la gente.

¿Es usted cruel? Pues es algo sobre lo que he reflexionado recientemente. Creo que la crueldad nace de pequeños y responde al miedo de ser el marginado. Es decir, tú eres cruel para que nadie sea cruel contigo, cuando los demás se ríen de alguien, tú también te ríes para que el próximo del que se rían no seas tú. Luego creces y quiero creer que una gran mayoría de nosotros logra dejar eso un poco más atrás, trata de vivir sin prejuzgar, sin valorar, sin ajusticiar. Supongo que siempre queda un reflejo de aquello, pero sin duda se puede, y se debe, ir superando.

¿Tiene muchos amigos? La amistad es una palabra inmensa donde entran muy pocas personas. Para mí, los verdaderos amigos se deben contar con los dedos de una mano. Así es en mi caso.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No creo que sea algo que se busque, sino que más bien sobreviene. Me parece que yo no he elegido nunca a mis amigos, se han dado circunstancias y la vida te termina juntando con la gente que comparte algún gusto, alguna afición, pero no creo ni que eso sea necesario. Al final, si no llegas a haber ido a aquella esquina del patio del recreo, si no hubieras ido a aquella facultad o no te hubieran contratado en aquel trabajo, tus amigos, al menos los míos, serían completamente diferentes.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, no. Es una relación muy sana en donde hay un porcentaje importante de comunicación que es, al fin y al cabo, la herramienta principal a la hora de gestionar bien cualquier tipo de relación en la vida. Mientras se hablen las cosas, es difícil que haya decepciones de por medio.

¿Es usted una persona sincera? Sí, me gusta serlo, aunque también creo que hay momentos en los que uno no puede ser sincero. Allí donde se puede herir a una persona y no vaya a servir para nada. No me gusta la palabra piedad porque implica que, de alguna manera, estás por encima de alguien, pero sería algo similar a lo que venimos conociendo como mentira piadosa. Si con la verdad sólo vas a ganar hacer daño a una persona y, ocultándosela, la otra persona no va a sufrir ningún perjuicio, no veo por qué tienes que ser sincero.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me paso ciento de horas frente al ordenador, me fascina aprender cosas nuevas, manejar mil programas, leer todos los artículos que pueda, ver series, especialmente descubrirlas por mí mismo. Me gusta mucho retarme a mí mismo, creo que es con eso con lo que ocupo la mayor parte de mi tiempo libre.

¿Qué le da más miedo? Decepcionar a mi hermana, la soledad cuando no se busca, hacer daño sin darme cuenta, una película de terror sin compañía, el futuro, la vejez, qué será de mí cuando los que me ayudaron a crecer ya no estén… Aunque no sé, supongo que todas estas cosas dan miedo, pero más miedo me daría no tener un techo, tener deudas e hijos o ser mujer y encontrarme sola en un callejón a oscuras un sábado de madrugada. Eso es otro nivel de terror.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que ganen los que más gritan, los que promueven el odio, el rencor, las fobias. Los que pretenden dividirnos agitando una bandera que debería ser de todos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Cualquier otra cosa, la que fuera, pero teniendo eso presente. Quizá me hubiera dedicado a dibujar, a cantar o lo que fuera, seguro que habría encontrado otra salida diferente para contar lo que a veces pienso y lo que otras veces vivo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, me apasiona el deporte en cualquiera de sus formas. He hecho prácticamente de todo y, aunque descubrí el fútbol tarde, es el único deporte que a día de hoy aún práctico con regularidad. O practicaba, vaya, al menos antes de que todo esto se nos viniese encima.

¿Sabe cocinar? Sé sobrevivir a diario, que no sé si es lo mismo que saber cocinar. Yo me apaño, incluso tengo algún plato estrella, pero cuando si me toca cocinar para mí solo, me vale con cualquier cosa.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Por tirar por lo patrio, por lo más cercano, por ser además un referente, me quedaría con Karmelo C. Iribarren. Me fascina su mundo, su capacidad para transmitir esa decadencia, esa oscuridad que es capaz de iluminar de vez en cuando hablando del amor. Cuando eres joven piensas que lo difícil de escribir bien es usar tantas palabras rimbombantes, tantas construcciones enrevesadas y luego creces y te das cuenta de que lo más difícil de escribir es escribir fácil. Para mí, Karmelo es el ejemplo de esto.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Ojalá.

¿Y la más peligrosa? Ojalá.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, no, no.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy zurdo de mano, de pie y también de convicción.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Periodista, que fue lo que algún día creí que quería llegar a ser. De niño romanticé demasiado la profesión

¿Cuáles son sus vicios principales? Una inmensa capacidad para la autocrítica. Es algo que en ocasiones se torna en insoportable. He escrito tres libros, pero si no hubiera borrado todo el trabajo que me convencía un día y al día siguiente no me repulsaba, iría por el sexto.

¿Y sus virtudes? Una inmensa capacidad para la autocrítica. Ser consciente de que uno falla, de que uno mismo ha podido errar incluso cuando hay algo dentro de ti que te dice que ha sido todo culpa de la otra persona. Hacer ese balance de daños y no tener miedo a dar tu brazo a torcer, a reconocer tu fallo, me parece algo esencial. Combinado, claro está, con autoestima, que si sólo fuese ser crítico con uno mismo, acabaría todo el mundo hundiéndose en la miseria.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Vería a mi padre pasándolo fatal al enterarse que he muerto ahogado sabiendo la cantidad de años que estuvo llevándome a clases de natación.

T. M.