miércoles, 9 de diciembre de 2020

Entrevista capotiana a Bárbara Blasco

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Bárbara Blasco.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El valle que se forma justo sobre el esternón de mi marido.

¿Prefiere los animales a la gente? Pues no, me encantan algunos animales (las cucarachas las odio) pero me inquieta la gente que prefiere los animales a las personas, me apena esa pérdida de fe en la humanidad. Por otra parte, decimos animales y metemos en un mismo saco a un delfín y a una esponja marina. Por otra parte, ¿en qué nos diferenciamos de un mono?

¿Es usted cruel? No. Y déjese usted de preguntas impertinentes. Es broma, la respuesta sigue siendo no, aunque seguro que encontraríamos algún testimonio de mi crueldad. A veces la cobardía de los que queremos evitar a toda costa un daño provoca aún más daño.

¿Tiene muchos amigos? Los justos y estupendos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La bondad necesariamente.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Cada vez menos, la edad, además de hacernos degenerar hacia fuera, sirve para regenerarnos hacia dentro. Cada vez elijo mejor.

¿Es usted una persona sincera? Bastante, aunque practico a diario cierta hipocresía, casi como un pegamento social, precisamente para soslayar la crueldad. Creo que vivimos tiempos en que se confunde ser crítico, superlisto y sincero con faltarle a la gente, y a mí eso no me gusta. La amabilidad nunca está de más.  Por regla general cuanto más amigo, más me puedo permitir ser sincera.  

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Cada vez me cuesta más distinguir entre trabajo y tiempo libre y eso, si lo pienso, es tan bueno como malo. Esa frontera por supuesto se llama escribir. También me gusta cantar canciones francesas con mi guitarra.

¿Qué le da más miedo? No sentir. Haber agotado esa capacidad, caer en el coma emocional, la muerte en vida.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Eso mismo, la gente que ha negociado con no sé qué diablo la renuncia al dolor a cambio de la renuncia al placer. Me parece obsceno.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Puede que tener muchos hijos, o trabajar en una ONG, o ser maestra quizá.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Soy muy vaga físicamente. Hace años había un grupo de Facebook que se llamaba Señoras que pasean y se paran para enfatizar la conversación. Siempre me he excusado en eso. Paso muchas horas sentada o tumbada, pensando. Pero he de ir al gimnasio, mañana me apunto al gimnasio. De verdad.

¿Sabe cocinar? Sí, hago un curry tailandés riquísimo, aunque a mi pareja le gusta más que a mí, así que me dejo cocinar.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Marilyn Monroe o a Gabriel Ferrater. En general, siento devoción por los suicidas, Sylvia Plath, Pedro Casariego, John O´Brien.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? No sé en el resto de idiomas pero en español me encanta la palabra reconocer, no por su sonoridad evidentemente, es una palabra fea, casi médica, sino porque es un milagro de la lengua, se lee igual de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, es como si la palabra se girara sobre sí misma para reconocerse. En ella se enamoran grafía y significado.

¿Y la más peligrosa? Marketing.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Claro, como todo el mundo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Las que tienden a la justicia, a una organización más igualitaria del mundo, donde penas y alegrías estén mejor repartidas. Cada día me importan menos las siglas y más las acciones.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Cantante de boleros.

¿Cuáles son sus vicios principales? Soy vaga, y voluble, y tiendo a ser radical en mi cabeza, aunque no en mis actos. Y la cerveza me pierde.

¿Y sus virtudes? Me equivoco mucho pero hay una luz de sentido común al final que me impulsa a elegir bien.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? El remolino en el pelo mi hijo recién nacido, las manos de mi madre, el pecho del hombre que amo, por terminar siendo circular, como esas olas, como la vida.

T. M.