sábado, 12 de diciembre de 2020

Entrevista capotiana a Gonzalo Escarpa


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Gonzalo Escarpa.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Puestos a pedir, la Península de Samaná, en Santo Domingo. Muchísimo mejor que Madrid, que es en no pocas ocasiones un solo lugar, del que jamás puedo salir. También me valdría cualquier coma de un poema de Andrade, por ejemplo.

¿Prefiere los animales a la gente? Depende de para qué actividad.

¿Es usted cruel? Responder no sería muy soberbio. Responder sí sería cruel. Así que diré que trato de imitar a los animales, y a las plantas, en mi relación con los demás y conmigo mismo. No siempre lo consigo, claro.

¿Tiene muchos amigos? A veces creo que demasiados, y otras que muy pocos. De todos modos me he propuesto tener cada vez menos, por eso me dedico a la poesía.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que les guste su vida y, en caso contrario, que traten de cambiarla. En general, que formen parte de eso que Parra llamaba “el bando de los que construyen”.  

 ¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Los conozco lo suficiente como para evitar ciertas sorpresas desagradables. Imagino que he llegado ya a esa edad en la que cierta tranquilidad en cuanto a las expectativas no es ni mucho menos algo que lamentar. Por lo demás, trato de no decepcionarles yo.

¿Es usted una persona sincera? Excesivamente. Me estoy quitando.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me gusta no diferenciar exactamente entre tiempo libre y ese-otro-tiempo (¿sería el tiempo esclavo? ¿Tiempo cautivo?). Dedicarme a la literatura y a la gestión cultural, que son, al fin y al cabo, pasiones relacionadas con la vocación, me ayuda a conseguir difuminar esas fronteras.

¿Qué le da más miedo? Ser insensible al miedo de los demás. No entender sus raíces. Presionar excesivamente, sin querer, pero sin poder evitarlo, en el miedo de alguien que sólo necesita apoyo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Casi todo lo que tiene relación con las instituciones, la política, la organización estructural de la comunidad. Que hayamos olvidado la energía tremebunda que nace de esa misma comunidad. La falta de equidad que esto produce. Y un largo etcétera.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Cualquier otra cosa. Es difícil escoger entre tantas opciones atractivas. Me hubiera gustado ser escultor, trapecista, presentador de lucha libre mexicana, coctelero, botánico, aviador, amo de llaves, chambelán, guardia de corps, horticultor…

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Me gusta caminar, y todos los que parecen un juego. Me siento extraño moviéndome en el espacio sin un objetivo concreto. Pero estoy obligándome a cambiar de parecer.

¿Sabe cocinar? Medianamente bien. Es importante, ¿verdad? Aprender a alimentarse, parece algo realmente básico. Merece la pena ejercitar esa capacidad. Se puede usar sólo para sobrevivir, pero también se puede convertir en una dedicación compleja, sorprendente y gratificante. Algo así pasa con el lenguaje, creo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Me divierte mucho ese vendedor de humo maravilloso que fue Rasputín.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Naturaleza.

¿Y la más peligrosa? Concejal.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? En numerosas ocasiones. Por supuesto siempre en el ámbito de la fantasía. La imaginación nos permite esos placeres, claro.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Trato de parecerme a Hakim Bey, promotor del anarquismo ontológico. Pero parto de la premisa de que he fracasado políticamente. No es un mal punto de partida. Me identifico mucho con un verso de Claudio Rodríguez: estamos en derrota, nunca en doma.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Algún personaje literario. El aristócrata melancólico de “De sobremesa”, de José Asunción Silva, el Hiperión de Hölderlin, Febo… Me hubiera gustado ser Catulo. O una mujer. El poeta Nezahualcóyotl. Chavela Vargas. Chet Baker. Ser cualquier otra cosa es muy atractivo. Un clavel.

¿Cuáles son sus vicios principales? Pierdo bastante el tiempo, digo muchas tonterías, no soy todo lo fiel que debería a mis principios y el resto prefiero que los vayan ustedes adivinando poco a poco.

¿Y sus virtudes? Tengo mucha capacidad para trabajar muchas horas seguidas, sé cuánto abono necesitan las plantas, creo firmemente en las pocas cosas en las que creo y me gusta que la gente se encuentre cómoda y feliz cuando yo estoy cerca.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No conozco el esquema clásico de la gente que se está ahogando, pero es una imagen que no me gusta nada. Soy claustrofóbico: pienso que casi todo ahoga. Imagino que patalearía y me comportaría como un cobarde asustadizo e histérico. Sí, es una imagen que me representa.

T. M.