En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pepe Colubi.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Texlahoma, ese asteroide que se inventó Coupland
donde siempre es 1974.
¿Prefiere los animales a la gente? Las
cosas mejorarían si los animales asimilaran que hemos ganado la partida. Temo que
llegue el día en que los perros y gatos descubran que a los humanos con los que
conviven los llamamos “dueños de mascotas”.
¿Es usted cruel? Cuando
nadie me ve.
¿Tiene muchos amigos? Tengo
un concepto bastante laxo de la amistad, frente a esa idea épica, trascendente
y asfixiante; la gente, más que amigos, busca tablas de salvación. Considero
que un buen amigo no te abrasa con sus problemas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Conversación.
Saber no estar. Discreción. Que toda trivialidad sea útil. De los buenos amigos
no necesitas despedirte.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Si lo hacen es que no eran tan amigos, pero eso
siempre lo aprecias a toro pasado. He tenido un par de decepciones abismales,
espléndidas, deslumbrantes. Trágicas si no fueran miserables.
¿Es usted una persona sincera? Cuando
nadie me ve. La sinceridad está sobrevalorada, es más: no es necesaria, no hace
falta. Se le ha concedido una relevancia absurda. Si algo no te gusta, ahórrate
el falso elogio, habla del tiempo. La mejor sinceridad es el disimulo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me
hace mucha gracia la expresión “tiempo libre”, como si hubiera distintas
magnitudes físicas. El tiempo es inexorable; en mi tiempo libre, como en mis
otros tiempos, lo que hago es envejecer lentamente.
¿Qué le da más miedo? Caerme
del guindo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Me
escandaliza la gente maleducada, la falta de cortesía, la ausencia de
urbanidad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Yo
nunca he decidido ser escritor, pero el azar me ha llevado hacia eso,
asombrosamente. No he decidido nada de lo que me ha ocurrido en la vida. Lo
mejor para no defraudarte es carecer de expectativas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Con
el tiempo he llegado a no sentir rechazo a caminar, lo cual, visto mi
historial, no es un logro escaso. Eso sí, sabiendo de dónde vengo y a dónde
voy.
¿Sabe cocinar? Cuando
nadie me ve.
Si el Reader’s
Digest
le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable»,
¿a quién elegiría? Ya que decimos
personaje, elegiría al Señor Chang de la serie Community.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena
de esperanza? Me decanto por una
portuguesa: “saudade”.
¿Y la más peligrosa? Egagrópila.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Cada
vez que viajo en AVE y alguien habla a voces por teléfono desde su asiento.
Conversaciones largas, irritantes, agresivas. Ruido blanco de fondo que
fractura la placentera sensación de deslizarse a esa velocidad por un paisaje.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? No
soy tendencioso.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me
gustaría ser un Satisfyer.
¿Cuáles son sus vicios principales? No
existe el vicio, toda sensación placentera es válida.
¿Y sus virtudes? Mi
egoísmo. Nadie mejor que uno mismo para hacerse el bien.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro
del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? En
mi cabeza estaría Naranjito, la mascota del Mundial 82. Todo el rato, mirándome
fijamente como si disfrutara con mi desgracia.
T. M.