En 1972, Truman Capote publicó un original
texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló
«Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra
cara, la de la vida, de Adrián Desiderato.
Si tuviera que vivir en
un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un hipódromo; de preferencia,
Palermo, el que amaba Gardel y donde compartí tanta tarde con mi viejo, a la
altura de la señal demarcatoria de los últimos 250 metros, en la tribuna
Popular. Y, de paso, un saludo para Fernando Savater, que espero lo reciba y no
esté en un hipódromo.
¿Prefiere los animales a la gente?
La
gente es sólo un animal más sobre la Tierra.
¿Es usted cruel?
No, pero tampoco soy políticamente
correcto.
¿Tiene muchos amigos?
Los necesarios, es decir,
pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad
siempre fue un sustantivo que no conocen los políticos, y ésa es una gran
referencia.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Jamás
me decepcionó Quinto Horacio Flaco.
¿Es usted una persona sincera?
Sí,
pero no soy políticamente correcto, ¿lo dije ya?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Qué
es el "tiempo libre", fuera del objetivo de una vida.
¿Qué le da más miedo?
Es una pregunta tan
interesante que no sé cómo contestarla, por miedo a dejar afuera al miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El capitalismo y la religión
escandalizan a cualquiera que crea que el ser humano quizá pueda construirse un
destino.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No se decide ser poeta, se es
poeta, pero también jugaba muy bien al fútbol y siempre amé los barcos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Vivir,
aunque no ame particularmente la vida.
¿Sabe cocinar?
Lo mínimo. Siempre me he
preparado yo la comida, pero las épocas de cocineros me dan náuseas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A
Maradona, durante los segundos que dura esa carrera inolvidable del segundo gol
a los ingleses en México '86, mientras va desovillando en su cabeza el hilo del
"barrilete cósmico" del que
habló Víctor Hugo, no el francés, sino Morales, el uruguayo. Aunque no me
gustaría que el artículo se publique en el Reader's Digest, sino en una publicación
de otro lugar del mundo, quizá de África, quizás en Mozambique, donde misiona
un cura argentino que es hincha de Racing.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La esperanza es impotencia,
inacción, plegaria. O, como dijo William Blake, «el que desea pero no actúa engendra pestilencias». También vienen
al caso las palabras de Samuel Johnson: «Casarse
por segunda vez es el triunfo de la esperanza sobre la experiencia».
¿Y la más peligrosa?
Dinero.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Heinrich
Heine puede responderlo por mí, y mejor; en Gedanken
und Einfälle, dice: «Yo tengo las
intenciones más pacíficas. Mis deseos son: una modesta choza con techo de paja,
pero un buen lecho, buena comida, leche y pan muy frescos; frente a la ventana,
flores, y algunos hermosos árboles a mi puerta; y si el buen Dios quiere hacerme
completamente dichoso, que me dé la alegría de que de esos árboles cuelguen
seis o siete de mis enemigos. De todo corazón les perdonaré, muertos, todas las
iniquidades que me hicieron en vida... Sí: uno debe perdonar a sus enemigos,
pero no antes de que sean ahorcados». Sólo dos objeciones: sobra la palabra
"Dios" y yo no los perdonaría después de muertos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El
comunismo implica una organización social superior, a pesar de los comunistas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Alguien
que no nació.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Fumé,
y me costó mucho dejar de fumar, de lo que en agosto se cumplirán treinta y
cuatro años de haberlo conseguido.
¿Y sus virtudes?
No tengo virtudes. Las tres
únicas que conozco son las teologales y detesto a las tres.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Esta pregunta la cambiaría por
la eutanasia, que hubiera sido mi regalo incondicional a Ramón Sampedro.
T. M.