“La anomalía” (traducción
de Pablo Martín Sánchez) debe su título precisamente a su definición de
diccionario: “desviación o discrepancia de una regla o de un uso”. El autor,
así, desvía lo real, discrepa de la lógica y rompe las reglas físicas para
adentrarse en un libro nada convencional, que tiene rasgos de comedia,
reflexión metafísica, reto lúdico, thriller… El caso es que un día de marzo de este
mismo año 2021, los doscientos cuarenta y tres pasajeros de un avión procedente
de París padecen una intimidante tormenta antes de aterrizar en Nueva York.
Tres meses más tarde llega el elemento fantástico, pues un avión idéntico a
aquel, incluso con los mismos integrantes, vuelve a estar en el aire. El
desdoblamiento de los personajes y lo que ello implica está servido, con el
añadido de que Le Tellier añade a todo este desafío borgeano y propio de la
literatura de ciencia ficción un detalle metaliterario, esto es, el hecho de
que un personaje, Victor Miesel, está escribiendo “La anomalía”: “No es una
novela, tampoco una confesión (…) es un libro extraño, de ritmo obsesivo, de
esos que te enganchan y no te sueltan”, leemos.
De hecho, esta vertiente de
divertimento en la escritura es muy propia de la andadura de este francés de
sesenta y tres años, pues ha sido editor de autores que también se
caracterizaron por jugar con el lenguaje o las estructuras narrativas o
poéticas, como Raymond Queneau o Georges Perec, y desde hace ya casi tres
décadas es miembro del grupo de experimentación vanguardista Oulipo. De tal
modo que irán apareciendo, en unas páginas en las que no faltan las referencias
a asuntos o personas de actualidad, una serie de personajes de comportamiento
anómalo, lo que “podría demostrar que la realidad no es real”.
Publicado en La Razón, 10-IV-2021