miércoles, 14 de julio de 2021

Entrevista capotiana a Miguel Herráez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Herráez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sin que quede pedante, moviendo el objetivo de la cámara de más a menos y eligiendo tal como se me pide uno solo: Europa, Francia, París, el distrito 6, un apartamentito en la rue Guynemer. Lo que se ve desde él.

¿Prefiere los animales a la gente? A alguna gente, la soporto a ratos. Soy un fiel defensor de los animales. Aborrezco todo lo que signifique maltrato de los mismos por mucho que quieran cubrir esas acciones siniestras con palabras solemnes como tradición (la caza, por ejemplo) o cultura (la llamada, no por mí, fiesta nacional, también por ejemplo). Si hay sufrimiento, no cabe ningún argumento que justifique esos sucesos gratuitos.

¿Es usted cruel? No.

¿Tiene muchos amigos? No. Soy bastante lobo estepario, lo reconozco. Y desde siempre. Prefiero caminar solo por la ciudad a asistir a una tertulia, pongamos, literaria.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La ausencia de egolatría es muy importante. Que nadie se crea que de él va a quedar algo en este mundo que tiene el tiempo medido. Que sepan compartir señales del imaginario colectivo, que se pueda dialogar con ellos sin necesidad de hablar.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Como tengo tan pocos, los que se mantienen nunca me decepcionan. Pero, sí, claro, me han decepcionado a lo largo de la vida. He vivido sorpresas de rencor inexplicables.

¿Es usted una persona sincera? Sinceridad social, entendida esta como consecuencia de un pacto colectivo, no. Nunca le digo al vecino o vecina en el ascensor que me molestan sus taconeos a las dos de la madrugada, si se producen. Pero soy sincero en lo profundo de la vida, la búsqueda de la coherencia me importa mucho.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me gusta mucho observar la vida. No me canso de hacerlo. Fijarme en la gente. No sé si fue Flaubert quien le dijo a Maupassant que la observación era la base de todo. Me fijo en cómo gesticulan o charlan las personas, cómo entran en un comercio, si alguien se encuentra con otro e intercambian palabras junto a la acera y se colocan bajo una marquesina porque empieza a chispear, el tipo que toma café cada día en el mismo rincón del bar y no habla con nadie pero sí lee, en cómo un perro te recibe al llegar a casa. Aparte de desarrollar esa mirada permanente o ejercicio diario, el cine, la literatura y la pintura me absorben el mayor tiempo.

¿Qué le da más miedo? No poder decidir cuándo se ha acabado todo. Me refiero a la vida. Más que la muerte, verme mentalmente fuera de este mundo, en un proceso degenerativo incontrolado.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Determinadas formas de entender la política por algunos sectores conservadores de este país. El que piensen que los demás somos idiotas.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Siempre, desde pequeño, me atrajo la imagen del escritor. Pero una cosa es esa imagen y otra es escribir. Siempre me cuesta escribir. Siempre me ha costado. No acabo de entender, o quizá deba decir que envidio, a esas personas que dicen que escriben todos los días. Puedo comprenderlo en un pintor, que añade, modifica, elabora o reelabora. Un pintor siempre tiene dónde actuar, pero, si no estoy metido en un libro, me hallo frente a la pantalla del HP quieto, hipnotizado como un insecto ante la luz de una bombilla. Me habría gustado trabajar en cine, aunque hubiera sido desde el otro lado del espacio creativo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino. Camino por las ciudades, me dejo llevar, camino por sus calles y pasajes y plazas y cruzo sus parques, me aventuro por callejones si merecen la pena, me apoyo en una esquina y observo. En el campo, sin embargo, me aburro. Me resulta tedioso, salvo que sea Islandia o la Patagonia, y aun así. Soy capaz de caminar doce o quince kilómetros diarios, si la ciudad en cuestión (por ejemplo, París o Londres o Buenos Aires o Roma), aunque la haya recorrido decenas y decenas de veces, me atrapa. Lo he hecho y lo hago continuamente.

¿Sabe cocinar? Sí, me defiendo bastante bien. Soy autónomo en ese sentido, no recurro a las conservas ni los platos preparados. Tampoco me fascina hasta el punto de interpretar la cocina como algo creativo. No soporto los programas gastronómicos ni la cocina de diseño ni nada de eso. No entiendo que la cocina haya entrado como grado universitario en nuestras universidades, la verdad.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Ya lo he hecho, pero no por encargo del Reader´s. He escrito una biografía de Julio Cortázar.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Compasión.

¿Y la más peligrosa? Autoritarismo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Nunca. No cabe en mi cerebro esa acepción del diccionario.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Me considero de tendencias progresistas. Viví, siendo muy joven, el tardofranquismo, que era, desde el 73, con la muerte de Carrero Blanco, el anuncio de una dictadura con fecha de caducidad. Me vacuné en aquellos años contra ese régimen y sus soflamas de por vida.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Pianista, aunque no tengo ni idea de tocar el piano.

¿Cuáles son sus vicios principales? No sé si es un vicio pero se le parece: la compra compulsiva de libros, pero no porque quiera tenerlos ya apenas los descubro como novedad, sino porque, tal como está el mercado, si no compras de inmediato ese título que de golpe te importa más que ninguno, desaparece. Y lo que ocurre es que tengo un abanico de intereses temáticos enorme.

¿Y sus virtudes? Soy tolerante en general. Me adapto a las normativas sociales, pero a la vez soy exigente con quien las incumple.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No tengo ni idea, pero me gustaría que fuese una foto fija. Por ejemplo, lo que se ve desde ese apartamentito de la rue Guynemer: un trozo de vida.

T. M.