En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Men Marías.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La redacción de «El mensajero Ruso», una revista literaria publicada en Rusia que fue fundada en 1808. Entraría ahí y no volvería a salir nunca. Esta revista publicó semanalmente, por capítulos, las grandes obras de la literatura rusa: El Idiota, Crimen y Castigo y Los hermanos Karamázov de Dostoyevski; Padres e hijos, de Turguénev, Anna Karenina y Guerra y Paz, de Tolstói o Gentes de la Iglesia, de Leskov. No puedo imaginar lo que sería trabajar allí y estar esperando la llegada del próximo capítulo en el que se revela, por ejemplo, si Raskolnikov entra o no en prisión. No puedo imaginarlo. Solo puedo arder al pensar en ello. Sin lugar a duda, viviría ahí el resto de mi vida. El resto de mis vidas.
¿Prefiere
los animales a la gente? Una persona puede ser un león, un
caballo o un gato. Pero un caballo solo puede ser un caballo. Un perro no va a
dejar de ser un perro. Tú sí puedes convertirte en el gato. Adquirir sus
capacidades es una cualidad fascinante del ser humano.
¿Es
usted cruel? Mucho. Todo lo que puedo. Ojalá lograra serlo más. ¿Cómo no
podría serlo si me dedico a la literatura? Termino «La última paloma»,
precisamente, con una nota en la que digo que la crueldad, como cualquier
forma de dolor, no es necesariamente mala. La rechazamos de manera instintiva
porque no la entendemos. El entendimiento es la otra cara de lo útil. Por
supuesto, no me refiero a la crueldad entendida como ese ejercicio de
exposición de la verdad que prescinde de la empatía. Me refiero a la crueldad
como el proceso por el cual nos liberamos de toda esa narrativa mental
ridícula, cursi y remilgada que no nos deja vivir y aceptamos de una vez por
todas que nuestro dolor es el mismo que el del resto de la humanidad. Que no
somos tan especiales y que pretender serlo nos aleja de una vida exitosa. La
crueldad es un regalo de la vida que, aplicado sobre uno mismo, nos acerca al
éxito de manera inexorable.
¿Tiene
muchos amigos? Puedo presumir —y presumo— de estar rodeada
de seres que me elevan, me saben llevar, me perdonan, me escuchan, no me
escuchan, me dan paz. Es uno de mis mayores tesoros.
¿Qué
cualidades busca en sus amigos? La que busco, en general, en las
personas que van a rodearme: bondad. Cada día soy más consciente de la
importancia de ser una buena persona, o, al menos, de la importancia de
intentar serlo.
¿Suelen
decepcionarle sus amigos? Nunca espero nada de las personas o
intento no esperarlo. Prefiero vivir siendo muy consciente de que, cada vez que
alguien me hace sentir ilusionada, me hace un regalo. Nadie está obligado a los
regalos. Si me llega, lo tomo encantada y agradecida. En caso contrario, pienso
que nada tenía… y nada tengo.
¿Es
usted una persona sincera? No. La sinceridad está sobrevalorada.
Sinceridad implica ausencia de fingimiento y, a veces, distorsionar una
determinada realidad es la mejor opción. La más inteligente. La más amable. La
correcta. No soy partidaria de la mentira, pero tampoco de la verdad que no
participa afectivamente de la realidad de otra persona.
¿Cómo
prefiere ocupar su tiempo libre? ¡Me reservo esta respuesta para cuando
lo tenga!
¿Qué
le da más miedo? No poder ser la persona que
verdaderamente soy. No saber haces las paces con el entorno que me rodea de forma
que podamos existir ambos.
¿Qué
le escandaliza, si hay algo que le escandalice? La
consideración de los animales como seres de segunda sometidos al ser humano. Me
escandaliza y es una de mis luchas.
Si
no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? En
mi caso, ser escritora no es una opción. No tengo más alternativas, a veces por
suerte, a veces por desgracia. Sería como estar en contra del sol o a favor de
la existencia del vidrio. Hay cosas que, simplemente, son. Con esto hay que
tener mucho cuidado, por cierto, ya que, ante la eterna pregunta que se plantea
si el escritor nace o se hace, mi respuesta es que nace, pero se tiene que
hacer. Igual que alguien con la vocación de la Medicina ha de estudiar para ser
médico y no puede pretender pasar a la cirugía en cuanto advierte esa
inclinación natural que trae consigo. Yo no puedo ser otra cosa que escritora,
y con ser, me refiero a ser, no a ser a medias. Estudié
Derecho, soy abogada. Pero ese soy es un soy a medias, lo que no
significa nada más que bovarismo, insatisfacción crónica. Soy escritora.
¿Practica
algún tipo de ejercicio físico? Desde luego, no puedo vivir sin él.
Practico boxeo y artes marciales a diario. Más horas de las recomendables, a
decir verdad, pero, junto a la literatura, es el único lugar en el que
encuentro certeza. Me gusta vivir desde el cuerpo, entender desde el cuerpo.
Olvidarme da la mente, vieja mentirosa que todo lo manipula.
¿Sabe
cocinar? Sé cocinar y, además, me encanta. A quienes no sé si les
gusta tanto es a los que tienen que comérselo. Porque soy boxeadora. Se lo
comen.
Si
el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A cualquier enfermero
o enfermera que, durante la pandemia, haya estado jugándose la vida por cuidar
a otros. Inolvidables son ellos y espero que no pierdan nunca esa condición.
Ese artículo del que habla en el Reader’s Digest debería escribirse.
¿Cuál
es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Kintsugi.
En japonés significa «carpintería de oro». Es un arte tradicional para la
reparación de la cerámica rota. Lejos de ocultar las grietas, las espolvorean
con un barniz de resina y polvo de oro para resaltarlas. Los japoneses insisten
en exhibirlas en lugar de ocultarlas porque embellecen el objeto y, a la vez,
lo hacen más fuerte. Cada vez que oigo esa palabra pienso en las cicatrices. En
las nuestras.
¿Y
la más peligrosa? Nafs. Es una palabra
árabe que aparece en el Corán que, literalmente, significa «yo». Se traduce de
múltiples formas. Yo, aquí, me refiero a la de «ego».
¿Alguna
vez ha querido matar a alguien? La pulsión homicida es innata al ser
humano. El asesinato es consustancial a la naturaleza y nosotros somos animales.
Claro que alguna vez he querido a matar a alguien, soy un animal.
¿Cuáles
son sus tendencias políticas? Cuando en nuestro país exista Política,
estará encantada de tenerlas. Hasta entonces seguiré intentando que la puerta
de mi casa jamás la cruce una televisión y que determinadas palabras sigan
vetadas en mis redes sociales.
Si
pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una estatua dentro de
un templo religioso, de cualquiera. Para observar. Sería muy feliz si pudiera
observar como lo hace una estatua que vive en un templo religioso.
¿Cuáles
son sus vicios principales? Los gatos, el tatami y la lectura.
¿Y
sus virtudes? Soy una persona leal. Para mí es importante serlo. Siento un
profundo respeto por mis principios morales y por los compromisos que adquiero
con otros.
Imagine
que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían
por la cabeza? Las primeras veces, porque no estaba
preparada para ellas. Como si se pudiera estar preparada para la vida, ¿verdad?
Los mejores momentos de mi vida han sido aquellos para los que no estaba
preparada.
T. M.