Sin duda, ha emocionado al público y a la crítica especializada cómo
Makkai ha recreado lo que genera, sentimental y socialmente, la enfermedad y la
muerte, y el modo íntimo en que los afectos o la amistad repercuten en ello.
Así las cosas, construye de manera convincente la cotidianidad de la comunidad
gay en los años ochenta, cuando ser seropositivo era sinónimo a perder la vida.
Y lo hace mediante el joven Yale y su grupo de amigos, los cuales van
enfermando por culpa del sida, y de Fiona, que treinta años más tarde, en París,
hará lo posible por reencontrase con su hija, que no quiso un día saber nada
más de ella, haciendo de la novela una convergencia de dramas en la que, en
efecto, impera el optimismo pese a todo.
Publicado en La Razón, 9-X-2021