lunes, 15 de noviembre de 2021

Entrevista capotiana a Cristina Rentería Garita

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Cristina Rentería Garita.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La Península de Yucatán, sin duda. A pesar de que yo soy de Altiplano (Puebla), junto al volcán, de secano puro, desde la universidad he viajado mucho por todo el sureste mexicano (cuestión fortuita, la verdad) y hay algo en ese verde esmeralda, en esa humedad eterna y en ese olor, que, desde entonces, me emociona. ¿Será que hay agua por todos lados? ¿Será que la gente habla maya por las calles? ¿Será que las mujeres llevan con orgullo y mucho garbo sus hermosos huipiles? No lo sé. ¿Será la comida? ¿Las haciendas que te hacen entender cómo funcionó la esclavitud en México? ¿Será la felicidad de admirar lo bello de lo inmenso? No lo sé, pero no tengo la menor duda: si he de elegir un punto desde el que esperar mi vuelta a lo eterno, me quedo con Yucatán.  

¿Prefiere los animales a la gente? No realmente. Los animales me gustan, pero me gusta más la gente. Soy positiva al respecto. Me creo con una buena capacidad de empatizar casi con cualquier persona, de sacarle su lado bueno, de entender el hilo de sus ideas (todos hablamos desde nuestro lugar en el mundo, que es, usando teoría feminista, interseccional). En ese sentido, todos vemos el mundo desde un caleidoscopio a medida y, por ello, no me cuesta empatizar con las personas. Sin embargo, ya, si hablamos de convivir y construir, se empatiza y se ve el hilo de las ideas, pero se analizan, sobre todo los intereses. En lo individual entiendo y empatizo, pero en lo colectivo, entiendo y disecciono lo que oigo bajo mis propias posturas del bien y del mal, que están muy claras: si las personas priman su bienestar egoísta e individual, demeritan mi respeto. Aún así, prefiero a la gente. ¿Qué clase de antropóloga sería si no?

¿Es usted cruel? Supongo que sí porque soy muy sincera y eso, a veces, es cruel. Muchas reglas sociales, especialmente en España donde siempre se guardan las formas, las sonrisas incómodas y los comentarios de cajón, no sólo no las comparto, sino que no las entiendo. Por ejemplo, hace unos veinte años (¡Dios!) estaba en la Selva Lacandona, en un proyecto de alfabetización. Un chico tzeltal describió a una profesora como “la muchacha gorda”. Todos nos miramos con incomodidad, pero la verdad es que él estaba describiendo lo que veía, que no era ni más ni menos que decir, “la del pelo negro” (todos los idiomas son distintos porque en ellos se vierten muchas cargas socioculturales y el tzeltal no iba a ser distinto). Muchos dirían que el chico fue “cruel”, pero no es así: el chico no lo había hecho con intención de ofender, sino de describir. Nosotros, en Occidente, hemos vestido la palabra “gorda”, por ejemplo, de crueldad, cuando no es más que un adjetivo. En ese sentido, puedo ser cruel, porque para mí, las palabras son códigos de precisión, pero entiendo que existen algunas que no se han decir en las primeras tomas de contacto y, conste, no es porque quiera ofender a nadie, sino porque los códigos culturales, en ocasiones, no los manejo (¡Vaya antropóloga!).  

¿Tiene muchos amigos? Pues creo que no, aunque tengo mucha facilidad para generar buen rollito y quedar con mucha gente. A saber lo que es un amigo. Si es una persona que se sabe mi vida desde hace más de 10 años, sí, tengo al menos cinco personas; si se trata de gente a la que llamo cuando algo me sale bien o mal, también tengo unos tres de cabecera; si se trata de gente a la que llamo al menos una vez a la semana, una. y dos contando a mi madre, jaja. Aunque ya viendo lo que he descrito, parece que sí, que tengo la suerte de tener algunos amigos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que escuche y comparta; que le guste salir para comer.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Entiendo el caleidoscopio y, a veces, las lentes van cambiando a las personas.

¿Es usted una persona sincera? Uff, bastante. Lo peor, mi cara es más sincera que mi cerebro, reacciona al instante.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Haciendo todo eso que tengo pendiente. Tenido en cuenta que parte de la actividad por la que cobro dinero —profesora— (que disfruto y me divierte), trabajo en cosas que me gustan. De este modo, leer tal libro, escribir tal artículo, responder a cierta entrevista (😉), es trabajo, pero también es mi hobbie, por llamarlo de alguna manera. Libre, libre no tengo ningún tiempo porque todo es una constante inversión en mí, nunca descansa. Tanto así que hasta mi hora de yoga lo es.

¿Qué le da más miedo? Cuando en temporada de alergia, de noche, todo está oscuro, en silencio y no puedo recostarme boca abajo. Con todo oscuro, si no puedo respirar, me aterro: siento que así debe ser el momento previo a la muerte.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que no se sigan las reglas de manera individual. Me molesta porque demuestra una gran falta de empatía, muchísimo egoísmo. Si juntamos muchas individualidades e intereses personales, hacemos una gran colectividad narcisista, y peor, desatomizada (ni siquiera comparten un interés común más que el saltarse la regla).

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No creo que de mi persona-personalidad pudiera haberse erradicado el componente creatividad, pero quizá me hubiera gustado el tema político. En mi caleidoscopio, el mundo político siempre ha estado muy presente, tanto en mi crianza como en la gente que me rodea; siempre he estado politizada, más desde la izquierda marxista (mis tíos paternos eran profesores rurales en los setenta, con mucho Castrismo, mucho Ché;) hasta el partido de Estado (otros, en este caso tíos maternos, ocuparon puestos importantes como técnicos políticos del PRI). Por lo tanto y con ese gen sindicalista que además llevo, la política es un lenguaje teórico que entiendo y que, viendo lo visto, soy proclive a aprender. La cuestión, sigo, es que para mí la política deber ser una herramienta hacia el bien común y esa deber ser la meta a alcanzar.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? ¡Sí! Creo que soy de esa masa (a saber si grande o chica) a la que el confinamiento le ha venido bien: he aprendido poesía, he dejado de comer fuera, he conocido YouTube como gimnasio a medida: cardio, fuerza, yoga. Me gusta mucho y, además, sólo cuesta nuestros datos 😉 (de ahí que me lleguen bots del Dechatlon todo el rato).

¿Sabe cocinar? Yo creo que sí, al menos puedo entender si lo que he cocinado está crudo o no. Como inmigrante, has de aprender a cocinar algo que sepa bueno, ya no una receta en concreto o técnica específica. Por tanto, aunque es muy útil ver recetas e intentar seguirlas (en especial cuando más de la mitad de los ingredientes con los que te criaste no existen en el país en el que vives), prefiero dejarme llevar, a lo loco y ver lo que sale. Eso sí, mantra Master Chef México: “saber cocinar la proteína”. Lo demás, sale solo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi tía Lupe: luchadora, hijaeputa, sarcástica, sufriente, atormentada, sonriente, sensible, buena persona, emotiva, sindicalista, inconforme, conforme, exmilitar, mujer, víctima del patriarcado. Ella es uno de los ejes de mi poemario Las Catas Rebeldes.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Para mí, en español, verano. Lo que me gusta es que la luz del verano me llena de vida, no me importa el calor, sino que los días comienzan temprano y acaban tarde, da la impresión de poder hacer muchas cosas y esa energía me produce más energía. Supongo que, en esto como en todo, hablo desde un caleidoscopio de privilegio. 

¿Y la más peligrosa? Opinión. Vivimos en una dictadura de la opinión donde el ser individual se justifica como tal y como merecedor de respeto por su simple opinión (de ahí tanto tertuliano en la tele o tanta gente diciendo “en mi opinión” o “yo respeto tu pero tu respeta la mía”. La subjetividad se parapeta en la opinión y, mediante ella, se exige espacio y respeto. Si la opinión fuera una disertación profunda sería otra cosa, pero hoy en día, la opinión es una forma de sacar de lo privado lo que antes no se sacaba a lo público. Por lo general, las opiniones, en nuestro siglo, van de cuestiones políticas o de valores sociales, donde “cada uno tiene su opinión”; sin embargo, hay verdades absolutas, eso los filósofos lo saben, como que el agua moja. Las opiniones, si tocan a alguien más, no hacen falta; si hacen daño, no hacen falta. Creo que no valen todas las opiniones y tampoco no valen las de todos. No somos tan importantes.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Matar a alguien supone un largo proceso, ya sea previo (de planeación hasta la ejecución) o posterior (desde limpiar para no ser inculpado o asumirse culpable, y ya sabemos lo rollo y lento que va la justicia en este país). Por tanto, nadie ni nada merece tanto esfuerzo por mi parte.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierda, crítica al capitalismo y, si me apuras, a la democracia.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Cielo azul en un sitio con viento.

¿Cuáles son sus vicios principales? Mirar el AliExpress (sí, sí, en contra de todo eso del capitalismo, pero me puedo embobar horas y horas ante la inmensidad de “si lo has imaginado, seguro está en AliExpress”).

¿Y sus virtudes? Soy leal, cariñosa y, sobre todo, muy constante. Doy mi 100% a todo lo que hago.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi marido y mi hijo, mis padres, lo negro en espera de abrir los ojos, a saber dónde.

T. M.