Hoy, en la localidad de Illiers-Combray, los reposteros comercializan lo
que en su día acabó siendo uno de los iconos del poder de la memoria: la
magdalena más famosa de la historia de la literatura. Así, el protagonista de
«Por el camino de Swann» (1913), evocaba el recuerdo del sabor de una «conchita»
que mojaba en el té que le ofrecía su tía. Ese detalle es el más célebre de «En
busca del tiempo perdido», ciclo novelístico compuesto de siete volúmenes al
que Proust dedicó los años 1909-1922 y que aún nos deparan sorpresas. Como esta
que ha traducido Alan Pauls y que nos trae el
hallazgo de un manuscrito que tenía tintes míticos y que vio la luz tras la
muerte de su propietario, Bernard de Fallois, editor de dos obras proustianas.
Se trata de escritos
entre 1907 y 1908, esbozos de lo que sería su obra definitiva y que nos sirven
para comprender mejor las iniciales dudas del autor, pues no sabía a
dónde iba a llevarle su escritura: al ensayo, al estudio filosófico o a lo
narrativo. Estos “setenta y cinco folios” son la génesis de su creación, con un prólogo del gran experto
Jean-Yves Tadié, que no tiene mayor interés comparado con el estupendo epílogo
de Nathalie Mauriac Dyer. Esta logrará despertar la curiosidad del lector y
apreciar algo que podría tener solamente sentido en el terreno filológico, pues
siempre cabe relativizar las páginas inéditas de cualquier autor, por
importante que sea, si en su día fueron descartadas.
Publicado en La Razón, 15-I-2022