sábado, 19 de febrero de 2022

Entrevista capotiana a Christian T. Arjona

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Christian T. Arjona.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Las Lagunas de Chacahua, en Oaxaca, México, tal como las conocí hace veinte años.

¿Prefiere los animales a la gente? Sí, prefiero a los animales, sin lugar a dudas. Con algunas —contadas— excepciones humanas.

¿Es usted cruel? No. Aborrezco la crueldad y el sadismo; rasgos humanos, demasiado humanos.

¿Tiene muchos amigos? Tengo bastantes y de diversos países; pero en la amistad valoro la calidad por encima de la cantidad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busco sus cualidades, las agradezco y disfruto cuando las hallo en ellos/as.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Muy raramente, porque no me creo expectativas forzadas sobre ellos: dejo que las relaciones fluyan, tratando de que no crezca la hierba en el camino de la amistad.

¿Es usted una persona sincera? Eso intento, aunque soy consciente de que la transparencia, citando a Samuel Beckett, es un punto de llegada, no de partida; y de que, en ocasiones, como decía un verso de Fernando Pessoa, “el poeta es un fingidor”.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con algunos amigos/as y con mi familia, mi mujer y mis hijos, junto a la lumbre, por ejemplo; o en gozosa soledad: con buenos libros, en la naturaleza, pintando, escribiendo y escuchando música.

¿Qué le da más miedo? La sociedad que se está creando actualmente, basada precisamente en el miedo y en el estrés; la robotización de las almas; la estupidez ubicua; la violencia normalizada.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Todo lo anterior: la normalización —y hasta imposición— del Absurdo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No concibo mi vida, mi “yo”, sin la creatividad.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? El senderismo, los plácidos errabundajes del andariego. Y, como decía Woody Allen, también “algún que otro ataque de ansiedad”.

¿Sabe cocinar? Lo suficiente para que resulte un humilde placer, pero sin mucha sofisticación.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Gary Snyder, por ejemplo, poeta de la Generación Beat y defensor de la ecosofía.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Una podría ser la “Heiterkeit” nietzscheana (serenidad, jovialidad, alegría), sin la cual la vida resulta grave y ominosa.

¿Y la más peligrosa? Hay muchas. Me preocupan términos como “arma inteligente”, “guerra preventiva”, “normalidad” o “nuevo orden mundial”.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? “Tirando a zurdo en sus ideas, por donde escora Bakunin”.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Árbol centenario o ave canora.

¿Cuáles son sus vicios principales? “No hay vicios sino dosis”, como diría el gran Antonio Escohotado refiriéndose a las drogas.

¿Y sus virtudes? No me corresponde a mí decirlo.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Probablemente, aparte de imágenes líquidas y espumosas, la de una tabla de salvación, el azul del cielo, el Sol… o un rostro amado.

T. M.