sábado, 23 de abril de 2022

Entrevista capotiana a Eduardo Fernán-López


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eduardo Fernán-López.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La ciudad de Buenos Aires. Sin duda. Desde que tuve la oportunidad de vivir en ella no me la saco de la cabeza. Vuelvo siempre que puedo y ahora mismo estoy escribiendo sobre ella. Tal vez dentro de unos años, cuando la vejez me busque, mi elección sea un lugar mucho más tranquilo, en Villalpando, mi pueblo zamorano, o en algún lugar cercano a la playa en Galicia. Al final todos intentamos volver a nuestras raíces, pero de momento apúntame Buenos Aires.

¿Prefiere los animales a la gente? Me encanta la gente, hasta cuando me saturan. Soy fiel defensor de que sin los demás no somos nadie. No tengo animales, porque me gusta viajar mucho y no me parecería justo dejarlos solos o al cuidado de alguien que no sea su dueño, pero si algún día tuviese alguno sin duda sería un perro. Sobre todo, porque cuando sales a pasear con él tienes contacto con otras personas que hacen lo mismo.

¿Es usted cruel? Intento no serlo, aunque puede que en algún momento de mi vida lo haya sido. Sobre todo durante la adolescencia, cuando todos tenemos los sentimientos tan a flor de piel que a veces nos llevan a decir o hacer cosas que no deberíamos. En la actualidad intento ser lo más cordial posible y cuando me encuentro con alguien que saca lo peor de mí, me aparto. No vale la pena hacerse mala sangre.

¿Tiene muchos amigos? Como se suele decir, tengo los suficientes. Bromas aparte, tengo muchos conocidos con los que no tengo ningún problema en interactuar y pasar unos buenos momentos. Amigos como tal, con los que hablas a diario y con los que puedes pasar meses sin verte y que parezca que os habéis visto la tarde anterior, no tantos. La madurez, supongo, tiene esas consecuencias. Sin embargo, conservo a un buen grupo de amigos de la infancia y a lo largo de los años de vida he ido haciendo un círculo lo suficientemente amplio y férreo como para sentirme feliz de tenerlos cerca. Aunque a algunos, por nuestro devenir vital y la maldita pandemia, no esté viendo tanto como me gustaría.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La sinceridad. Que sean como siempre han sido. Nunca he tenido problema en tener amigos de diferentes países, idiomas, creencias o ideologías. Si hay verdadera amistad eso es secundario. Bueno, y que disfruten de una buena comida y una sobremesa charlando, riendo y recordando viejos tiempos. Eso es imprescindible.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No suelen, no. Tengo esa suerte. En otros tiempos, cuando la juventud estaba en su pleno esplendor solía estar más abierto a conocer más gente y eso hacía, casi por probabilidad, que algunos te decepcionaran, pero con el paso de los años vas conociendo a los verdaderos amigos y sabes como es cada uno. Supongo que a ellos les ocurre algo similar conmigo.

¿Es usted una persona sincera? Creo que sí, aunque creo que no debería ser yo quien lo dijera. Al menos tengo la certeza de que duermo con la conciencia muy tranquila.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? No suelo tener mucho tiempo libre, porque siempre tengo varios proyectos abiertos y en marcha, pero cuando lo tengo lo invierto en estar con mi gente, en viajar, en leer o en pasear sin rumbo. No soy demasiado original.

¿Qué le da más miedo? La enfermedad y los políticos ineptos con poder absoluto. Por desgracia el día a día de cualquier informativo actual.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Siempre me escandalizó la corrupción política, pero por desgracia se ha convertido en algo tan común que ya no lo hace tanto. Han conseguido que sea tan normal que ya solo me asquea y me crea desencanto. Lo que no deja de escandalizarme, por muchas veces que se repita, el daño gratuito que nos rodea: las muertes violentas, las palizas, las violaciones, las guerras…

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Me falta mucho para que pueda considerarme escritor, pero se agradece el cumplido. Sin duda me hubiera volcado en algo que tuviera que ver con la educación y la cultura. Siempre lo tuve claro, pues a la hora de elegir qué estudiar me decanté por el arte y la historia, a pesar de que, a simple vista y viendo cómo está el mundo laboral, pareciera una locura. Además, los trabajos con lo que más he disfrutado siempre han tenido que ver, de una u otra manera, con ello. También me hubiera gustado ser librero.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Me encanta caminar, salgo a la calle y camino sin rumbo hasta que ya no puedo más. Es algo que no solo me sirve como ejercicio físico sino también mental, pues me ayuda a pensar con más claridad. Siempre tengo presente una frase que le escuché a Manuel Rivas en una presentación: «Un escritor tiene que leer mucho y caminar mucho más». La sigo al pie de la letra.

¿Sabe cocinar? Sí, claro. Además, es una de las cosas que más disfruto cuando no estoy entre libros. Me relaja mucho. Aprendí a cocinar cuando me fui a la universidad, primero con indicaciones de mi madre y después de manera autodidacta. Una de las primeras cosas que hago cuando llego a una ciudad que no conozco es visitar el mercado central, sabiendo lo que se come en cada lugar es más fácil entender y socializar con sus habitantes.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Como lector seguramente elegiría a un escritor: tal vez Cortázar, por todo lo que supuso su descubrimiento en mi juventud. Como historiador especialista en siglo XIX te diría que a Napoleón Bonaparte.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Saudade, del portugués. Es una palabra cargada de significado, por un lado expresa la nostalgia por el tiempo vivido, mientas que por otro muestra la necesidad de volver a un lugar donde has sido feliz. Es una puerta abierta en el presente, pero que sirve de paso entre el pasado y el futuro.

¿Y la más peligrosa? La más peligrosa sin duda es poder. Todos los que llegan a tenerlo realmente, o creen que pueden llegar a él, se transforman. No sé que tiene el poder, pero nadie quiere soltarlo cuando lo tiene y cuando lo pierde jamás vuelve a ser la misma persona.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, jamás. Por suerte nunca me he cruzado en la vida con nadie que me haya llevado a ese punto de hartazgo o de desesperación. Además, si un día tengo esa necesidad puedo volcarla en a alguno de mis personajes. Seguro que estarían dispuestos a sacrificarse.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy descreído en todo lo que tenga que ver con la política actual porque cada día se superan más en mostrarse lejanos a los ciudadanos de a pie. Sin embargo, como historiador me encanta estar al tanto de todo lo que ocurre. Es una especie de amor odio, aunque jamás me afiliaría a ningún partido político ni me presentaría en unas listas electorales. A la hora de ver el mundo soy defensor de lo público, sobre todo de la educación y de la sanidad, y creo en la lucha por la mejora de los derechos sociales del individuo.   

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un viajero en el tiempo.

¿Cuáles son sus vicios principales? El café, sin duda el café. Hasta que no me tomo uno bien cargado por la mañana no se me puede hablar.

¿Y sus virtudes? Eso deberían decirlo los que me sufren a diario. Aunque me decantaría por la obstinación y la lucha para conseguir lo que me propongo.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Seguro que los buenos momentos y las grandes personas que me ha regalado la vida, que por suerte son más que las malas.

T. M.