En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fermín Goñi.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La isla de Culebra, en Puerto Rico.
¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a
mi perro, un Alaskan Malamute que lleva casi once años viviendo con nosotros,
que a cualquier persona. Los perros son los más leales y fieles compañeros.
¿Es usted cruel? No. En ninguna
circunstancia, además.
¿Tiene muchos amigos? Algunos.
Muchos, no. Pero sí que conozco a muchas personas que dicen ser mis amigas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que se
comporten como tales en todo tipo de situaciones.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Por
supuesto. Como casi todas las personas, en ocasiones. Es consustancial al ser
humano.
¿Es usted una persona sincera? Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? En cuatro “ocupaciones”:
andar en moto, bucear, dedicarme a la jardinería y leer.
¿Qué le da más miedo? Pensar en
que puedo morirme con sufrimiento. Algo que ya vi en mis padres.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La hipocresía.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Hubiera sido jardinero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Practico
submarinismo, ando en moto, camino muchísimo, todo lo que puedo. Sueño que
vuelvo a esquiar y jugar a pelota vasca, pero una lesión en las vértebras
lumbares me lo impide.
¿Sabe cocinar? Por supuesto. La duda
ofende.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Al general
Francisco de Miranda, que tuvo una vida
fuera de lo normal.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Vida.
¿Y la más peligrosa? Fanatismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Todavía no
he tenido esa tentación. Y si la tuviera, que me parece imposible, sería
incapaz. Además, tarde o temprano, la muerte nos llega a todos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Me
interesa la res pública. La partitocracia me espanta. Creo —pura ingenuidad— en
la socialdemocracia europea.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Arquitecto
de sueños.
¿Cuáles son sus vicios principales? El único
vicio confesable se llama txantxigorri. Pero tiene mucha grasa y dispara el
colesterol.
¿Y sus virtudes? Pocas. Soy un ciudadano
normal que trata de ser sincero, ayudar en lo posible y hacer el bien (o no
hacer daño a nadie). Si la imaginación es virtuosa… entonces, si: tengo esa
virtud.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Una sola:
me muero. Me suele pasar ocasionalmente cuando buceo a cierta profundidad y
asumo que un fallo en el regulador me ahogaría en segundos.
T. M.