viernes, 15 de abril de 2022

Entrevista capotiana a Marta Gordo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Marta Gordo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El planeta Tierra. O un hotel en Madrid que tuviera de todo.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Y me gustan mucho; de niña quería ser zoóloga.

¿Es usted cruel? No.

¿Tiene muchos amigos? ¡Sí!

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que me quieran.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, al contrario. Si me sorprenden es para bien, o sea, para mejor. Me siento en deuda constante con mis amigos y amigas.

¿Es usted una persona sincera? Si me cogen por las solapas y me lo piden, lo intento con fuerza.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, escribiendo, haciendo cualquier cosa con mis seres queridos, o confinándome.

¿Qué le da más miedo? Hacer daño, que me hagan daño.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Ser desagradecida. Y que nos olvidemos tan intensamente de que existir es muy raro.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Lo de la vida creativa de los artistas me suena un poco soñador y de otro tiempo (aunque disfruto la imagen). Pero bueno, si no pudiera escribir, me costaría mucho imaginar una vida feliz. No veo alternativa que supliera esa falta. Si encima no pudiera leer, mejor lo dejamos.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Cruzo los pasos de cebra rápido.

¿Sabe cocinar? Sí, claro. ¿Bien? No, para nada. Además siempre cocino tarde, cuando tengo hambre ya, y todo es un poco precipitado e irremediable.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Rechazaría el encargo. Pero se lo cambiaría por una entrevista a Joy Williams, por ejemplo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? (Ay, me da un poco de vergüenza esta pregunta, perdón. Aquí he sido sincera, mire.) Pero “café”.

¿Y la más peligrosa? Si estás al borde de un precipicio,  “salta”.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Si es que no hace falta.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Pues  tengo tendencias políticas suicidas: creo que somos una especie voraz que ha puesto o en marcha una maquinaria de dominios y de consumo del mundo que parece que solo va a frenar si se atasca ella misma. Pero simpatizo con los movimientos de resistencia, el esfuerzo de las causas políticas concretas, algunas aparentemente pequeñas. Y la lucha de las mujeres en todas sus variantes me parece noble siempre. Pero me callo, que no me gusta ponerme grandilocuente a costa de la política.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Algo que vuele, el hombre invisible, arquitecta. Las tres cosas a la vez.

¿Cuáles son sus vicios principales? El café y la tendencia al autoconfinamiento, ahora que lo he probado.

¿Y sus virtudes? Eso no se dice.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Pues me acabo de dar cuenta de que en la respuesta sobre los miedos añadiría ahogarme. Me gustaría que me pasaran por la cabeza imágenes parecidas a las que le debieron rondar al bueno de Wittgenstein para que le dijera a su médico al morir aquello de: “Dígales que he tenido una vida maravillosa y he sido muy feliz”.

T. M.