martes, 17 de mayo de 2022

Entrevista capotiana a German Barrera Toro

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de German Barrera Toro.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? A pesar de mis errores y contradicciones, elegiría vivir en mí mismo.

¿Prefiere los animales a la gente? Depende del animal y de la gente a la que enfrenta. Ahora, en la mayoría de los casos y ocasiones, preferiré a mi perra, Akane. Ella está por encima de casi todos los que puedan entrar en esta categoría.

¿Es usted cruel? Solo en el papel.

¿Tiene muchos amigos? No. Pero no cierro las puertas.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Química y genuinidad, supongo.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Difícilmente, si son verdaderamente amigos.

¿Es usted una persona sincera? Más de lo que debería.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? No tengo tiempo libre. Cada segundo de mi vida está ocupado enteramente en lo que amo. En mi trabajo, en la escritura, en los cuatro o cinco que adoro con todo el corazón. Hace años que no sé qué es tener el tiempo libre.  

¿Qué le da más miedo? La indiferencia. Eso me da pavor. Y sobre todo verla en los seres humanos que respeto. Sin duda, eso me horroriza.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Justamente eso: la indiferencia, la indolencia, la sevicia. Puedo entender que en muchas ocasiones la hibris tome el control de lo que somos, pero nunca que siga estando en nosotros cuando pasa la efervescencia de esa emoción y es la soberbia la que se convierte en la dueña de nuestros actos y termina arrasando con todo lo que se encuentra. Eso me escandaliza y entristece.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Morir.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Caminar. A veces correr. Pero amaría volver a mi infancia para jugar horas y horas al fútbol o al baloncesto y perderme en esa poderosa experiencia de lo que es vivir absolutamente en el presente. Es tan valiosa. Pero cada vez es más difícil volver. El gran anhelo de la vida: volver.

¿Sabe cocinar? No como quisiera.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? George Milton. De la novela de John Steinbeck, De Ratones y hombres, especialmente, en la última acción que toma en el relato. Para mí, en esos últimos párrafos, Steinbeck nos muestra algo inenarrable que sucede dentro de la humanidad de George que no solo es imposible de olvidar una vez que se ha leído, sino que se vuelve una pregunta casi existencial: por qué hizo lo que hizo. Acaso, ¿no había otra oportunidad? ¿De dónde, demonios, sale de un hombre como él ese amor tan infinito?

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Vida.

¿Y la más peligrosa? Desdén.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Casi todos los días.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Las que busquen la justicia.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? El buda.

¿Cuáles son sus vicios principales? El trabajo.

¿Y sus virtudes? El trabajo.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? El agua.

T. M.