En toda banda de música hay, con suerte, y si ha habido una
perseverancia y un trabajo arduos previamente, un punto de inflexión en que lo
que ha ocurrido en el pasado parece cuajar en un presente iluminador. Eso les
pasó a la banda de música CapiNàs este mes, cuando, la noche del día 11, la
sala barcelonesa La Nau se llenó para verles actuar en su propuesta de irresistible
rumba fusión. Una noche memorable y emotiva para los presentes.
Su líder, David González, compositor,
cantante y guitarra española, está acostumbrado a levantar al público de sus
asientos en los bares y eventos públicos en los que ameniza el rato de forma
absolutamente espectacular, conectando un sinfín de canciones sin apenas
respiro y haciendo bailar a diferentes generaciones. Ahora, con otros magníficos
músicos publica el álbum Visceral, y
el resultado no puede ser más apetecible.
Quererse a uno mismo al querer a otro, la
verdadera simplicidad del amor, dejarse de mandangas y fluir, el choque entre
la imaginación y la realidad, afrontar la vida de manera natural sin frustrarse
ante las cosas que no salgan como esperabas, el carpe diem de sentir que jamás seremos tan jóvenes como hoy… Estos
asuntos, más el simpático hecho de dejarse engatusar para acabar disfrutando de
una noche de fiesta –y en donde caben también cosas negativas, como la
precariedad laboral o los desengaños de la adultez–, es el trasfondo argumental
que se asoma a lo largo de una serie de canciones formidablemente pegadizas, en
catalán y castellano, con tonos salseros y una producción musical detrás
impecable de Carlos Manzanares.
González no es un poeta lírico; es un
escritor que, haciendo versos con el difícil ingenio de la sencillez, describe nuestra
prosa cotidiana, y ejemplifica lo que su banda y los jóvenes de su entorno
experimentan cada día: todos ellos, me parece a mí, tienen la desgracia de
vivir en un Occidente moribundo culturalmente, en que la desinformación y el
analfabetismo artístico e histórico están a la orden del día, en que no eres
nadie si no produces y en que la soledad te hace sentir nada. Y sin embargo, con
su modo de encarar el existir, con la valentía de ser felices y apuntarse a un
bombardeo, nos superarán a todos los que nos hemos cultivado con nuestra
pedantería de pacotilla, con una hiperestesia afectada por el miedo y los
prejuicios. Y es que su fresca mirada frente a la sociedad y la convivencia es
infinitamente más sabia que haber leído todos los libros, que haber escrito las
mejores páginas posibles.
Además, en algunas de las piezas surgen colaboraciones
diversas que dan color a una recopilación a la que pudiéramos “reprochar” que
sea demasiado breve (ocho temas), porque la calidad del conjunto da ganas de
más, mucho más; una de tales colaboraciones es la maravillosa voz aflamencada
de dos integrantes del grupo Maruja Limón, en la canción “Es lo que hay”. Una
pieza que, como todo el resto, encarna el humor, el coloquialismo, la sapiencia
de ser joven y ser consciente de ello, y que nos transmite la idea del
altruismo de la generosidad –con letras y melodías que arrancan sonrisas,
fuerza e ilusión–, de hacer dichosos a los demás, de recordarnos que hemos de
practicar eso que de repente sentimos al escuchar este conjunto de canciones y
que no podemos llamar más que alegría.