lunes, 4 de julio de 2022

Una amistad bajo la batuta de Hitler

Verdaderamente, muchas veces, nada hay más íntimo que la correspondencia sincera, privada, que se dirige a otro interlocutor en el que se deposita la confianza y se comparte el malestar, el miedo, la problemática emocional y material. Stefan Zweig fue el receptor de muchas misivas de incontables personalidades del mundo de la cultura que, juntas, nos retratan toda una época y, en su caso, el desmoronamiento de Europa. En este sentido, la editorial Acantilado nos ha proporcionado la manera de adentrarnos en la privacidad del autor austriaco mediante la correspondencia que mantuvo con su mujer Friderike y los escritores Hermann Hesse y Joseph Roth, que siempre vieron a Zweig generoso y solidario, preocupado y leal.

También al autor de “El mundo de ayer” le interesó profundamente la música clásica, y escribió libretos para este ámbito, además de ser un fervoroso coleccionista de partituras y cartas de músicos. Y precisamente ese es el primer asunto que se asoma en esta “Correspondencia (1931-1935)” entre él y Richard Strauss (traducción de Carlos Fortea): concretamente, el hecho de que Zweig le envía a su admirado músico una epístola de Mozart que ha editado de forma reciente para darla a conocer. Asimismo, surge el Strauss en la recta final de su carrera como compositor operístico, muy marcado por la desaparición del que había sido su principal libretista, Hugo von Hofmannsthal.

De hecho, en varios momentos Strauss se muestra alicaído, destinado a un retiro indeseado, si Zweig no acaba colaborando con él en el proyecto de su ópera “La mujer silenciosa”, de gran calidad pero que se ha representado muy poco en las últimas décadas, por cierto. Y es que Zweig estaba en el punto de mira de las autoridades del Reich, que querían impedir al escritor judío trabajar con el músico, que acabaría permaneciendo en la Alemania nazi y dirigiendo óperas y conciertos en los siguientes años y durante la Segunda Guerra. Con todo, su última misiva a Zweig, en diciembre de 1935, fue interceptada por la Gestapo y el propio gobernador de Sajonia, Martin Mutschmann, se la envió a Hitler, jactándose de que en la segunda representación de la obra, apenas hubo público y que la tercera función fue cancelada. Unas palabras que hacían bueno un comentario de Zweig a Strauss: “Es una pena que yo mismo no pueda trabajar libre y abiertamente para usted. Pero las medidas oficiales, lejos de relajarse, se han vuelto más severas”.

Publicado en La Razón, 18-VI-2022