lunes, 22 de agosto de 2022

Entrevista capotiana a Miguel Sánchez Robles

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Sánchez Robles.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Ahí la palabra “lugar” es demasiado ambigua y relativa. Un lugar grande y abierto: Sierra Seca, Revolcadores. Un lugar “medio” y cerrado: la piel de una mujer en la habitación de un hotel de cuatro estrellas. Un lugar pequeño y preciso: las comisuras de unos labios.

¿Prefiere los animales a la gente? No. Prefiero a la gente.

¿Es usted cruel? En absoluto. Soy más bien “anticruel”, piadoso.

¿Tiene muchos amigos? Sí. Creo que sí. Y me gusta mucho tenerlos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Inteligencia y sinceridad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? En realidad no. Muy pocas veces he sentido verdadera decepción con ellos.

¿Es usted una persona sincera? Rotundamente sí. Era la virtud que más apreciaba de mi padre y creo que la he heredado de él.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Escribiendo y caminando o nadando.

¿Qué le da más miedo? Morir. No saber cuánto tiempo vamos a estar muertos.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La hipocresía. La falsedad con la que hablan quienes salen por la televisión.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Estudiar Biología.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí. Bicicleta, nadar y senderismo.

¿Sabe cocinar? No. No lo he hecho jamás.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Al indio de “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Utopía.

¿Y la más peligrosa? Ganancia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Jamás.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Ya casi no tengo. Pero he sido muy idealista en ese sentido y demasiado ingenuo.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Director de cine.

¿Cuáles son sus vicios principales? El Martini y el póker.

¿Y sus virtudes? Decir siempre lo que pienso y ser compasivo y empático.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi madre metiendo un botón de mi camisa en el ojal correcto mientras yo la miraba de pie unas horas antes de que muriera de un derrame cerebral a los cuarenta y nueve años en una cama en el pasillo de La Arrixaca. El día en que aprobé muy joven la oposición de profesor y me senté frente al mar en Almería y me fumé muy tranquilo un cigarrillo rubio sin boquilla. El primer “colorín” que cacé con visco... cosas así, supongo.

T. M.