domingo, 14 de agosto de 2022

La vida en una remota isla griega

Hay algo atrayente para el viajero a la hora de visitar islas. Desde la ficción, lo aventurero-isleño en la narrativa se ha prodigado hasta el infinito, con obras que vuelven a rescatarse, como ha ocurrido con el libro de R. M. Ballantine “La isla de coral” (Zenda/Edhasa), que cuenta cómo un barco naufraga en los arrecifes de una pequeña isla del océano Pacífico, quedando solo tres supervivientes. A veces, por otra parte, lo real y lo literario confluyen en libros maravillosos, como tal vez el mejor de todos los que se han dedicado en este ámbito vivencial, “Las islas Aran”, de John M. Synge, un dramaturgo que pretendió alejarse del teatro convencional de la época para acercarlo a la realidad del pueblo irlandés, rural y miserable.

La génesis de «Las islas Aran» (1907) resulta atractiva. Synge llega a un París vanguardista que ya vivía la revolución teatral, y allí se encuentra con Yeats, quien le convence de que regrese a Irlanda para conocer las islas Aranmor, Inishmaan e Inishere, de donde podrá extraer interesantes argumentos para sus dramas. Synge descubre esas tierras gracias a cuatro viajes desde 1898 a 1902, naciendo de sus experiencias un libro, ilustrado por Jack Yeats, hermano del poeta. Sin sentimentalismo, con un elegante estilo por su densidad y sencillez, el visitante realiza la crónica vital de unos hombres que «viven olvidados en este mundo de nieblas». Uno evoca esta obra al leer una novedad de este verano cuya intrahistoria es la siguiente: el matrimonio formado por Charmian Clift y George Johnston, un día de mediados de los años cincuenta, dejó su casa londinense para, junto a sus hijos, irse a una isla griega. Clift escribió allí dos autobiografías y dos novelas.

Uno de estos libros nos llega ahora, “Cantos de sirena” (traducción de Patricia Antón), y describe un lugar tan pobre –no hay agua corriente, ni electricidad, ni muebles– como asilvestrado. «Llegamos a la isla de Kálimnos en el Angellico, un pequeño caique gris, rodeando punta Cali con un siroco que arreciaba desde el suroeste, un triángulo de vela negra y remendada flameando sobre nuestras cabezas». Así reza el comienzo, y enseguida se asoman los inevitables personajes que responden a los tópicos de lo que el viajero esperará encontrar en ese lugar remoto.

Una pareja legendaria

Este es el comienzo de la aventura para una familia que irá descubriendo las bondades y crueldades del lugar, aceptando la naturaleza de la isla y el retraso en que vive su población. La autora compone un libro de viajes notable, captando el alma del lugar y el trabajo marítimo de las gentes, además de sus supersticiones. El año que se planteó la pareja quedarse se alargó diez, por lo que a Clift le dio tiempo para adentrarse en las vidas de los buceadores de esponjas, en sus celebraciones, en especial las de Semana Santa, y en la capacidad de sufrimiento de los habitantes. Algunos de ellos son destacables, como Manolis, una suerte de escudero local, y la asistenta doméstica Sevasti, en el entorno de una sociedad supersticiosa, primitiva y patriarcal.

Clift es de la misma estirpe que Synge: observadores, y ansiosos por ampliar su horizonte de expectativas humano. Se trata esta de una buena oportunidad para conocer una autora que, tras este libro, escribió «Peel Me a Lotus». Aquí, Clift se encontraba embarazada de su tercer hijo. Otros artistas de renombre, a medida que «Cantos de sirena» se hacía un hueco entre lo mejor de la crónica viajera del siglo XX, convirtieron en legendaria a la pareja: «Bebían y escribían más que nadie, se enfermaban y se curaban más que nadie, maldecían y bendecían más que nadie, y eran de lejos los más solidarios. Fueron una fuente de inspiración», dijo de ellos el mismo Leonard Cohen.

Publicado en La Razón, 13-VIII-2022