sábado, 6 de agosto de 2022

Historia del kilómetro cero de la cultura occidental


Siempre reconoció que no sentía nostalgia de los lugares, fiel a su talante alejado de lo sentimental, pero sin duda le emocionaría recordar, siquiera una pizca, el tiempo en el que vivió en su casa de Ravello, frente al mar Tirreno, con el que fue su pareja durante cincuenta años, Howard Austen. poco antes de la muerte de este, Gore Vidal dejó definitivamente Italia en 2003 para instalarse en el sur de California. Su larga relación con el país trasalpino nació cuando, con doce años, visitó Roma por vez primera y se quedó deslumbrado ante la Basílica de Massenzio, en el centro de la Ciudad Eterna. En 1948, regresó junto a Tennessee Williams, y en 1959, recaló allí una temporada porque el cineasta William Wyler lo contrató, junto con el dramaturgo Christopher Fry, para el guion de "Ben Hur"; incluso haría un cameo en el filme «Roma», de Federico Fellini, en 1972.

Es un ejemplo este, de entre mil, del poder que ejerce la ciudad de Roma en el alma del foráneo. El listado de artistas que han filmado, escrito, fotografiado, pintado la capital italiana es interminable, y siempre resulta interesante todo libro que dé un nuevo enfoque de lo que lleva allí. Lo ha hecho Juan Claudio de Ramón en «Roma desordenada. La ciudad y lo demás». Estamos ante un libro que mezcla datos y observaciones, trayendo a colación lugares y artistas, hechos históricos, curiosidades gastronómicas o referencias literarias.

El libro cuenta con un prólogo de Ignacio Peyró, que comparte una cita del Doctor Johnson sobre que el hombre que no conoce Italia es siempre consciente de una inferioridad. Asimismo, nos recuerda a uno de los poetas a los que tratará De Ramón, John Keats, que acabaría muriendo y en Roma, y otros como John Ruskin o John Milton. «Los foráneos siempre hemos asociado Roma e Italia a una cierta felicidad, y este libro, capaz de hacerme olvidar la hora de la cena, cumple con todas sus promesas», afirma Peyró.

Ciudad abierta pero secreta

De Ramón nos conduce con amenidad y erudición por las tumbas de los etruscos o la Via Veneto, y a lo largo de las páginas el anecdotario se va enriqueciendo con referencias a Nerón o Pasolini, pero sobre todo haciendo hincapié en Caravaggio, Bernini o Borromini y Winckelmann. Hay pasajes preparados para hablar de la relación de diversos intelectuales españoles con Roma; muy destacadamente, Rafael Alberti, que publicó «Roma, peligro para caminantes» en 1968 mostrándose andando por un paisaje urbano lleno de basura, grietas y monumentos. También, María Zambrano, de la que hay una cita a modo de epígrafe sobre el hecho de que Roma parece estar enteramente abierta, «como preparada para ser recorrida», pero «cuando el viajero o el pasajero –o el peregrino, más bien– se detiene, comienza a darse cuenta de que Roma es hermética y secreta».

De Ramón intenta desvelar los enigmas de una ciudad porque, como dice, Roma es un lugar que «creemos conocer, pues su imagen coloniza la mente mucho antes de traspasar su umbral. La hemos visto miles de veces en fotografías, libros ilustrados, películas, camisetas, tazas, llaveros o monedas». De Ramón nos introduce en una ciudad que no es exactamente una ciudad, al considerar que más bien se trata de un arca de Noé del maremágnum de la cultura europea. Es un refugio de los saberes ancestrales, donde Occidente aún sobrevive en potencia; de tal modo que «decir que todos los caminos llevan a Roma es menos exacto que decir que de Roma salen todos los caminos». Como si, en efecto, esta ciudad representara el kilómetro cero de nuestra cultura y, por así decirlo, fuéramos todos sus ciudadanos.

Publicado en La Razón, 6-VIII-2022