Se tituló, originalmente, en 2010, Provizorat, es decir, ‘provisional’ en rumano, y tuvo una notable repercusión en Francia bajo el nombre de Situation provisoire, ‘situación provisional’. Ahora, llega en español con otro matiz en el título, acaso más adecuado porque, no en vano, son las vidas de diversos personajes, que se desarrollan de forma no definitiva, que son incompletas o al cabo insatisfactorias, a la espera de algo mejor, la médula espinal de esta novela.
La firma Gabriela Adameșteanu, nacida en Târgu Ocna, en 1942; alguien que conoce el diabólico entramado comunista desde que, en el primer lustro de los años sesenta, acudió a la Facultad de Literatura de la Universidad de Bucarest, donde se graduó con una tesis sobre Marcel Proust. Empezó a publicar en 1975, como narradora, con El mismo camino de todos los días (Premio de la Academia Rumana), y trabajó como editora en los ochenta, estando muy comprometida en intentar sortear la censura que establecía el régimen de Nicolae Ceaușescu.
No fue hasta diciembre de 1989, después de días de violentas protestas contra este dictador que llevaba más de dos décadas en el poder, que la República Socialista de Rumanía dio un cambio de rumbo político. Adameșteanu ya había ganado gran relevancia literaria desde 1983 merced a Una mañana perdida, que obtuvo el Premio de la Unión de Escritores y se convirtió en obra teatral cuatro años después.
Y justamente, recordando toda aquella fase tan gris y trágica se va construyendo Vidas provisionales, a raíz de la relación adúltera que tienen dos funcionarios de una institución cultural de propaganda comunista durante los años setenta. Un tiempo en que la existencia más privada era objeto de vigilancia por unos organismos gubernamentales que llevaban a cabo un control kafkiano de la población.
El amor clandestino de esta pareja, formada por Sorin y Letiţia, que se suelen ver en un piso miserable que les presta un amigo, será el pretexto para reflejar ese ambiente totalitario que genera escenas simplemente absurdas. En el mismo edificio en que trabajan, se desenvolverán todo tipo de intrigas y sospechas por parte de gentes retorcidas que perfila muy bien la escritora, haciendo que se asomen asuntos que han marcado el devenir de la Europa del Este, destruida por dos guerras mundiales.
De hecho, Adameșteanu, en obras como El camino igual de todos los días (que publicó Ediciones Xorki en 2016) ya había abordado lo que es vivir bajo el jugo estalinista, en la década de los cincuenta, y la presente novela precisamente se abre con un epígrafe del diario del escritor rumano Mihail Sebastian, sobre un sueño que tuvo en que salía Stalin. Es un ejemplo de la sugestión en la que se vive metido en un sistema represivo y que lleva a no confiar en nadie.
Y es que, como se dice en el texto, hasta tu mejor amigo te podría tirar a la Securitate. Letiţia no puede creer ni siquiera a su marido, violento y embustero, dado que el hecho de caer en desgracia depende del comentario más insignificante que te ponga en el punto de mira. Frente a eso, se yergue el amor, el erotismo entre Sorin y Letiţia como válvula de escape. Pero, a la vez, el terror por quedarse embarazada en una nación que castiga el aborto con la cárcel la lleva a ella a tener otra vida, la de la fantasía y el miedo, que no la deja salir de ese estado provisional. Al final, se verá bien justificando el otro epígrafe con que empezaba todo, de Mircea Eliade, sobre el hecho de presentir que el destino puede deparar una jugarreta en cualquier instante.
Publicado en Cultura/s, 2-X-2022