Saberlo todo de Proust
En cuanto a las recuperaciones, Espuela de Plata vuelve a proporcionar “Los salones y la vida de París”, una serie de artículos que nos revelan algunas claves importantes de la psicología y del mundo personal de Proust en torno a la alta sociedad francesa. Por otro lado, Elenvés recupera la obra de Blas Matamoro “Por el camino de Proust”, pasados más de treinta años de su primera edición. Es un ensayo que ahonda en las claves proustianas y que indaga en campos como la memoria y la realidad, la cultura, el arte, la sociedad, la filosofía y la identidad del yo.
También, disponemos del curioso libro “El proustógrafo” (Alianza), que reúne en torno a 100 infografías información variada para saber todo de Proust. ¿Cuántos libros vendió?, ¿a qué idiomas se han traducido sus novelas?, ¿cuáles eran sus autores favoritos?, ¿cuál es la verdadera historia de la magdalena?, ¿en qué año comenzó a usar su particular bigote?, son algunas de las preguntas que se contesta esta verdadera enciclopedia visual proustiana. Por último, tenemos “Escribir. Escritos sobre arte y literatura”, que aglutina asuntos que le interesaron especialmente: pintura, música y literatura, moda, exposiciones y catedrales, escritores como Baudelaire, Flaubert, Goethe o Tolstói, o artistas como Rembrandt o Moreau.
Pero, muy especialmente, tenemos que destacar el trabajo de Estela Ocampo, que presenta unas “Cartas escogidas”, unas doscientas, que ha estructura sobre la base de su contenido (lo sentimental o lo que opinaba Proust sobre literatura, por ejemplo), que nos revela un escritor en la intimidad. Ocampo insiste en el prólogo en la discreción de Proust a la hora de hablar de sus relaciones homosexuales por carta, pero en estas páginas pueden respirarse sus vínculos con amantes convertidos en amigos como el músico venezolano Reynaldo Hahn, cuyas epístolas “están codificadas, escritas en un lenguaje inventado, de claves y sobreentendidos”.
Amor e indecencia
Ocampo expuso en su momento, en “Cinco lecciones de amor proustiano” (Siruela, 2006), al autor en el terreno del deseo amoroso, en los celos o en el desamor, y demuestra claramente, tras haber consultado las seis mil cartas conservadas, que Proust, lejos de ser una figura adscrita al tópico de la torre de marfil, tumbado escribiendo en la cama, a menudo enfermo, fue un hombre pegado a su tiempo, en continua comunicación con todo tipo de personajes de la sociedad parisina. El centro absoluto de su vida familiar fue su madre, pero también el lector encontrará cartas a personas del mundo literario muy relevantes, como André Gide o Gaston Gallimard, al que le dice que “Sodoma y Gomorra” carece de intención inmoral, aunque sí es “un retrato muy fiel y atrevido”.
Curiosamente, en otra carta, califica “À la recherche du tems perdu” como de un “libro extremadamente realista”, e insistirá en avisar a sus interlocutores de que a su obra se la habría calificado en otro tiempo de indecente, hasta decir que “tengo a tal punto la sensación de que una obra es algo que nace de nosotros, pero que vale más que nosotros, que me parece de lo más natural preocuparme por ella, como un padre por su hijo”. Javier Cercas, en el artículo «La novia perdida», al mencionar algunos de sus libros predilectos, cuenta cómo a los veinte años no pasó de las primeras páginas de la obra proustiana, tal fue el aburrimiento que sintió ante «la desazón enfermiza» del protagonista; sin embargo, pasados unos años, «se convirtió en mi obsesión y los volúmenes de su aventura en una aventura moral que me mantuvo desvelado durante meses». La onomástica proustiana nos invita a tener tamaña experiencia.
Publicado en La Razón, 28-X-2022