lunes, 30 de enero de 2023

Vida del padre de la bomba atómica

Todo apunta a que en julio se estrenará una película llamada a causar sensación, pues detrás de ella está un cineasta como Christopher Nolan, tan proclive a presentar, en sus siempre espectaculares y complejos filmes, asuntos que tienen que ver con la dimensión del tiempo de índole físico-matemática. Así, Cillian Murphy encabeza el reparto de “Oppenheimer”, junto a una pléyade impresionante de otras estrellas del cine norteamericano. La cinta contaría, según algunas informaciones, cómo el físico trabajó lideró el proceso que llevaría a la invención de la bomba atómica. Con este planteamiento, veríamos al personaje sufrir remordimientos frente a semejante arma, pues no en vano se mostró contrario a ella el resto de sus años.

Nolan ha adaptado el libro “Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer” (traducción de Raquel Marqués García), que publicaron en 2005 Kai Bird y Martin J. Sherwin y que les valió el premio Pulitzer al año siguiente. Y no es para menos a tenor del extraordinario trabajo de esta pareja de investigadores, el primero un autor especializado en las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y en las relaciones entre Estados Unidos y Oriente Próximo, y el segundo –muerto en 2021– un historiador experto en armas nucleares y profesor universitario. A raíz de haberse pasado treinta años entrevistando a familiares, amigos y colegas de Oppenheimer, o de rebuscar información en archivos del FBI, se fue haciendo esta biografía que es a la vez un análisis del periodo de la Guerra Fría y la conformación política y cultural estadounidense moderna.

El libro se abre avanzando uno de los momentos más críticos de la vida de Oppenheimer, cuando, un poco antes de la Navidad de 1953, se dirigía a casa de su abogado, en Washington D.C., tras haber recibido una carta proveniente del presidente de la Comisión de Energía Atómica. En ella, se le comunicaba que, “tras volver a revisar su historial y sus filiaciones políticas, se lo declaraba una amenaza para la seguridad nacional”; de este modo, se le especificaban treinta y cuatro cargos «que iban desde lo absurdo (“consta que en 1940 usted figuraba como contribuyente de los Amigos del Pueblo Chino”) hasta lo político (“desde el otoño de 1949 en adelante mostró una fuerte oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno”)».

Vigilado por ser “rojo”

Visto así, la trayectoria de Oppenheimer es la de un ascenso meteórico y una caída devastadora. Bird y Sherwin exploran tal cosa y además consiguen mostrar la personalidad y pensamientos de un Oppenheimer que, desde que se lanzaron las bombas atómicas en suelo nipón, “albergaba la vaga sensación de que en su camino lo esperaba algo oscuro y ominoso”. Era el tiempo en que se cernía el anticomunismo en los Estados Unidos de la posguerra, lo que derivó, en su caso, en que le pincharan los teléfonos de su casa y de su despacho, o que la prensa publicara infamias con respecto a su pasado. No en vano, como apuntan los autores, “las actividades izquierdistas que había llevado a cabo en la década de 1930 en Berkeley, combinadas con la oposición que había mostrado en la posguerra ante los planes de las Fuerzas Aéreas, que pretendían lanzar bombas atómicas de forma masiva y estratégica –planes que él calificaba de genocidas–, enfurecieron a muchas figuras poderosas de Washington, entre los que se encontraban J. Edgar Hoover, el director del FBI”.

“Prometeo americano” nos introduce en la vida de Oppenheimer desde su infancia en su natal Nueva York hasta Los Álamos (Nuevo México) y, cómo, en paralelo, vio la forma en que la ciencia evolucionó de forma extraordinaria desde su juventud; primero, vemos el modo en que se forma como estudiante en Gotinga, Alemania, en el emergente campo de la física cuántica, “una ciencia nueva que adoraba y de la que hacía proselitismo”, y a continuación lo veremos pisar la Universidad de California (Berkeley) mientras el país vive las consecuencias de la Gran Depresión y se va notando el advenimiento del fascismo incluso más allá de Europa.

En aquel 1954 que contempló la desesperación de Oppenheimer al verse humillado y señalado en plena época de McCarthy, acababa una vida profesional que lo había llevado a una colosal fama. Y es que «era el Prometeo de Estados Unidos, “el padre de la bomba atómica”, el hombre que había liderado la empresa de arrebatar a la naturaleza el impresionante fuego del sol para dárselo a su país en tiempos de guerra. Después había hablado con sensatez acerca de sus peligros y con esperanza acerca de sus beneficios potenciales». Pero ya su voz estaba silenciada. Así las cosas, Bird y Sherwin estudian cómo el científico fue primero alabado y luego defenestrado por la misma prensa, por los mismos políticos.

De héroe a mártir

Además, en la biografía, el lector podrá conocer su querencia por la literatura y la química, su paso por los Laboratorios Cavendish de Cambridge, cuando la física clásica iba a ser sustituida por la cuántica, o sus peripecias como mujeriego. Precisamente una de sus amantes, la psiquiatra, médico y reportera Jean Tatlock, induciría a Oppenheimer a compartir sus ideas antifascistas y simpatizar con el Partido Comunista. Semejante compromiso político acabaría siendo un toque de atención para él, al notar que ello podía perjudicar su reputación, de modo que abandonó esa relación y el activismo para acabar teniendo una vida apacible junto a la que se convertiría en su esposa, Kitty Harrison.

Pero, desde luego, lo más jugoso será conocer los antecedentes de lo que será la bomba atómica, al comienzo de los años cuarenta, con un Oppenheimer como director del laboratorio armamentístico del complejo militar de Los Álamos. El objetivo era un proyecto, denominado Manhattan, que al comienzo, curiosamente, a ojos del físico, podía contribuir a la paz mundial; y lo cierto es que estaba pensada para derrotar al ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Pero entonces Alemania se rindió en abril de 1945 y la bomba empezó a ser concebida para otro destino, que no fue otro que intimidar a soviéticos y japoneses. Hubo una primera prueba, en secreto, en el desierto en julio de aquel año, y la demostración de fuerza del artefacto fue de tales dimensiones, que Oppenheimer dijo a un colega: “Ahora somos todos unos hijos de puta”. Era el comienzo de sus dudas y al fin de su arrepentimiento.

Esta actitud, que empezaba a cuestionar su labor, con el punto de inflexión del lanzamiento de bombas de uranio sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto, le hará verse contra las cuerdas: “Truman tenía una curiosidad natural por conocer al famoso físico, de quien sabía, por la fama que lo precedía, que era una figura elocuente y carismática”, pero se indignó cuando este le espetó: “Señor presidente, siento que tengo las manos manchadas de sangre”. Sin embargo, esta franqueza le supuso ser llevado a juicio; no se podía permitir que “nadie se desviara de las posiciones más conservadoras en asuntos nucleares”, de tal manera que Oppenheimer pasaba a ser sospechoso. Había sido un héroe y un patriota, para luego convertirse en prácticamente un traidor. Pero entonces, en el plano internacional, su imagen gozó de cierta reparación, dado que pasó a ser algo aún más atractivo: un científico mártir, como Galileo”.

Publicado en La Razón, 21-I-2023