martes, 28 de febrero de 2023

Entrevista capotiana a Carlos Reyero Hermosilla

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos Reyero Hermosilla.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Entre Sevilla y Cádiz, aunque, si sucediera, acabaría por reconocer que no es ese, ni por otra parte tampoco ningún otro, mi lugar.

¿Prefiere los animales a la gente? Los únicos animales que me rodean son los pájaros que se posan en el alféizar de la ventana a comer las migas de pan. Me gustan libres, como las personas.

¿Es usted cruel? En absoluto.

¿Tiene muchos amigos? No.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que no me adulen.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Quien no se haya llevado alguna decepción en su vida que tire la primera piedra.

¿Es usted una persona sincera? Con los demás, sí. Yo me engaño a mí mismo para resistir.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Escuchando, hablando, mirando, leyendo, escribiendo (¡Qué horror, cuánto gerundio junto! Imposible hacerlo todo el mismo día).

¿Qué le da más miedo? Tengo claustrofobia.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Cualquier daño a una persona desvalida.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No creo que ser escritor sea una decisión, al menos no es una opción comparable a la de ser médico o abogado, que se elige antes de atender a un paciente o participar en un juicio. Uno se convierte en escritor después de haber escrito. En mi caso, ha sido una consecuencia de mi trabajo como profesor e investigador en historia del arte. De escribir libros académicos a la escritura de ficción no hay tanta distancia como parece. Toda escritura nace de una experiencia propia o ajena.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Nado de vez en cuando.

¿Sabe cocinar? Me cocino. Saber, saber…

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A lo mejor Walt Whitman. Pero, si de verdad pudiera elegir, buscaría, más bien, algún tipo provinciano que pintó o escribió, sin que su fama trascendiera la frontera de sus amigos, su familia o su pueblo. Así se convertiría en inolvidable. A Whitman no le hace fata.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Siempre me ha fascinado la palabra ultramar.

¿Y la más peligrosa? Tortura.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Nunca.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Aspiro a que lleguen a superarse las desigualdades sociales; a que el conocimiento y el sentido crítico se impongan sobre los atavismos; a que las diferencias de origen, apariencia física, género u orientación sexual no determinen el futuro de cada uno; a que la honradez presida toda acción política; a que el debate intelectual esté por encima de los populismos. Pero no soy dogmático. Conozco a muchas personas que tienen las mismas aspiraciones y no votan a los mismos partidos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Actor. Encuentro fascinante la posibilidad de ser otro. Aunque me temo que no sirvo.

¿Cuáles son sus vicios principales? Me gusta comer más que lo que debería.

¿Y sus virtudes? Hasta ahora me he demostrado a mí mismo que tengo bastante capacidad de adaptación. Debe de ser porque he aprendido a gestionar los fracasos.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Me produce tanto espanto que me cuesta imaginar lo que en ese momento se me pudiera venir a la cabeza. Seguramente un recuerdo de infancia.

T. M.