sábado, 20 de mayo de 2023

Entrevista capotiana a Alfredo Saldaña

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alfredo Saldaña.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Un lugar lo más alejado posible de mí mismo. Ese sitio tiene un nombre, la otredad, y responde a un deseo, ojalá.

¿Prefiere los animales a la gente? En absoluto. Aunque me gustan mucho los animales y los documentales que sobre ellos veo en la televisión, prefiero a las personas, pero de una en una.

¿Es usted cruel? Puedo serlo hasta extremos insospechados.

¿Tiene muchos amigos? Muy pocos, los suficientes.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No sé si es eso lo que busco, pero valoro la empatía, la capacidad de escucha.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No.

¿Es usted una persona sincera? Intento serlo, incluso cuando miento o callo la verdad.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Caminando, leyendo y, de vez en cuando, escribiendo.

¿Qué le da más miedo? La enfermedad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El deterioro y el desmantelamiento de lo público, la creciente privatización del sistema público de salud, la aniquilación del componente crítico en el sistema educativo, la precariedad laboral, la creciente xenofobia, la conversión de la cultura en negocio y espectáculo.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Soy un lector que de vez en cuando escribe; en ocasiones, también con el silencio. En la poesía encuentro la vida, la vida que he tenido, la vida que me sostiene y la vida a la que aspiro; procuro enfrentarme a ella con respeto, dejándola respirar, tratando de escuchar los silencios que la envuelven y protegen. Sin embargo, se puede llevar una vida creativa sin haber escrito una sola línea; de hecho, conozco a personas que, sin haber escrito nada, llevan una vida muy poética. Vivir ya es en sí mismo, puede serlo, una oportunidad para crear.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino.

¿Sabe cocinar? Sí, y es algo que me gusta mucho, sobre todo cuando lo hago para compartirlo con los demás.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A un nómada, una sin techo borrada de la historia, un anónimo que sin ventura ni pertenencias caminara hacia ningún sitio, hacia cualquier lugar. Sería un contrasentido porque, como sabemos muy bien desde el Fedro, con la escritura no logramos sino paralizar en unas cuantas imágenes el movimiento incesante de la vida.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Conciencia, como nos enseñara Hannah Arendt.

¿Y la más peligrosa? Conciencia, como nos recordara Hannah Arendt.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, aunque probablemente lo haya pensado más de una vez.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Milité en el PCE. Mi espacio político está en la izquierda.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un pájaro, o un pez, para volar hacia lo más hondo, o bucear hacia lo más alto.

¿Cuáles son sus vicios principales? Entre los confesables, aunque no sé si se trata de vicios, leo, bebo, fumo e intento pensar.

¿Y sus virtudes? Sé escuchar y, a veces, colocarme en el lugar del otro.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Ni idea, ni siquiera sé si esa imagen responde o no a un determinado estatuto clásico, pero creo que en ese momento crepuscular me gustaría contemplar un rostro con los ojos cerrados que transmitiera placidez y tocado por un rayo de sol en una fría mañana de invierno.

T. M.