De Somerset Maugham, el autor de la novela Servidumbre humana (1915), de calado autobiográfico y juvenil, y El filo de la navaja (1944), el más célebre de sus títulos, se cuenta que, en los años treinta, era el autor mejor pagado del mundo; en cualquier caso, fue tremendamente prolífico, pues a lo largo de su recorrido literario —nació en 1874 y murió en 1965—, escribió veintiuna novelas y veinticuatro obras teatrales, además de biografías, ensayos y libros de viajes, y alrededor de cien cuentos. Es en este género donde la marca británica se aprecia con rotundidad, con reuniones de la alta sociedad, amantes que obligan a una doble vida durante décadas, políticos de grandes ambiciones y ausencia de sentimientos…
En sus mejores historias, de las que ofreció dos antología la editorial Atalanta hace unos pocos años, Maugham desplegó sus virtudes narrativas —el diálogo fluido, el estudio psicológico de los personajes—, destacando en ellas el ambiente exótico que tanto frecuentó el autor, como en el cuento titulado «Pecios», sobre una extraña pareja que acogía a un hombre que sufría malaria en Borneo y que escondía un sórdido y violento suceso detrás. En ese territorio Maugham consiguió tramas hondas y entretenidas, siendo capaz de transmitir al lector, por ejemplo, el asfixiante calor samoano en torno a una mujer de vida licenciosa y un misionero intransigente, lo cual sucedía en su cuento más célebre, “Lluvia”; en él, se podía conocer al Maugham viajero que, desde su nacimiento, en la embajada inglesa de París —para así evitar en un futuro ser llamado a filas por el ejército francés—, hasta su muerte en Niza, estuvo marcado por el descubrimiento de lo remoto.
Esa vida cosmopolita tanto en Europa (de Londres a Alemania, de Sevilla a Grecia) como Estados Unidos, y sobre todo el sureste asiático y el Pacífico, se refleja en buena parte de sus narraciones, que sin embargo, tradicionalmente, han sido poco estimadas por la crítica. Sin duda, uno de los motivos para ser visto así fue el hecho de que Maugham fue realmente un autor de estilo sencillo y directo, muy prolífico y de éxito descomunal en los escenarios londinenses o en las adaptaciones que Hollywood hizo de sus obras. Ahora, reaparece para el lector español con una de sus obras menos conocidas, "Hoy como ayer” (traducción de Dolores Payás), “Then and Now”, en el original, que se publicó en 1946.
El siglo XVI y los Borgia
Se trata de una incursión histórica, sobre todo en el entorno de Imola, cerca de Bolonia, pero también en otras ciudades italianas como la que vio nacer a Nicolás Maquiavelo, Florencia. Cuánto, por cierto, se cita a este político, diplomático, filósofo y escritor renacentista, tan sólo de modo referencial y superficial alrededor de su escrito más importante, “El príncipe”, creado durante su periodo de exilio en 1513 (fue publicado póstumamente, en 1531) e inspirado en el duque César Borgia. El sustantivo maquiavelismo o su adjetivo maquiavélico se asocia casi siempre a una perspectiva malvada, de astucia engañosa, llena de doblez y perfidia, como dice el diccionario de la Real Academia Española. Maquiavelo expresó la preeminencia de la razón de Estado sobre cualquier otra de carácter moral o religioso, en pos de mantener el poder, por lo que desarrolló una teoría sobre cómo debería ser el gobernante ideal. En ello, ciertamente, no faltaban la manipulación, pero también la resistencia y otras cualidades.
“Maquiavelo era un hombre de disposición afable, buen amigo de sus amigos”, se dice en la segunda página, cuando tiene que llevarse de viaje a su sobrino Piero, para un trabajo en la cancillería, el 6 de octubre de 1520. Desde ese momento, se desarrollarán tres meses de la vida de Niccolò Machiavelli, que se nos presenta como un mujeriego y hombre de mente brillante, también dado a contar historias picantes. Un detalle este muy pertinente de hacer notar porque la novela se basará en el intento de seducción de Maquiavelo a la joven esposa de su anfitrión en Imola. Dicho intento, fallido, le daría al autor la idea de escribir su primera comedia, “La mandrágora” –que se convierte en un tratado de estrategia política–, de tal modo que Maugham pareció combinar las dos obras más conocidas de Maquiavelo.
Este aparece casi como un hombre receloso, pensativo, severo y frío. “Si algo quedaba claro es que, con un hombre así, uno no debía andarse con bromas”, escribe el narrador inglés. Y en efecto, esa actitud reflexiva de continuo se apreciará en los diálogos que se irán sucediendo, con César Borgia y a raíz de unas negociaciones de carácter diplomático, alrededor de asuntos que tienen que ver con la sociedad, la ética o la vida en general. En paralelo, y como se demuestra al leer la nota inicial del autor, que cita las obras que consultó, se habla de los conflictos de las ciudades-estado y de los protectorados de Italia, lo cual puede confundir algo al lector si no está familiarizado de antemano con ese contexto histórico.
Leer por placer
Es, por lo dicho, una buena obra, aunque irregular, pero en todo caso de interés innegable por el ambiente y el tiempo que se recrean. Además, siempre se podrá hacer caso al propio Maugham, tenía las ideas muy claras al respecto de cómo el lector ha de encarar la literatura. Lo explicó en «El arte de la ficción», texto que actuaba de prólogo a su libro “Diez grandes autores y sus novelas”, fruto de la idea lanzada, por parte de una revista norteamericana, de que hiciera una lista con las mejores novelas de la historia. A esa lista Maugham acompañó una nota que decía: «El lector prudente obtendrá el máximo placer de su lectura si es capaz de aprender el útil arte de saltarse texto». Con ello quería defender que la gente lee por voluntad propia en busca de entretenerse, y que a veces no todas las páginas merecen seguir la lectura.
«Hay pocas novelas que puedan leerse de principio a fin sin que el interés decaiga», decía con total honestidad, aludiendo a la opinión de Coleridge de que “El Quijote” es un libro que debe leerse una sola vez entero pero después sólo hojearse —Maugham decía haberlo leído íntegramente cinco veces, tres de ellas en español—; y en verdad, «el lector que lee por placer, no se perdería nada si se saltara los pasajes carentes de interés». Y algo similar podrían pensar esos críticos que menospreciaban las narraciones largas de Maugham, que a su propia pregunta lanzada en «El arte de la ficción» sobre si la finalidad de la novela es instruir o deleitar, se decantaría por lo segundo sin discusión.
Claramente, para Maugham la literatura no era un púlpito o un estrado con el que transmitir conocimientos o hacer propaganda —como hacía, a su gusto, H. G. Wells—, y en este Diez grandes novelas y sus autores daba una lección como el gran lector que fue, profundo y a la vez sencillo y franco. En cambio, como narrador tal vez no le fueron demasiado bien las distancias largas, pues, como dice Vicente Molina Foix en el prólogo a Lluvia y otros cuentos, «la mayoría de sus novelas son grandes aparatos en los que prima una tendencia a la ornamentación anodina».
Publicado en La Razón, 15-VII-2023