viernes, 18 de agosto de 2023

Entrevista capotiana a María Teresa Andruetto

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de María Teresa Andruetto.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Donde ahora vivo, de modo permanente desde hace 23 años. Un poblado en las sierras chicas de Córdoba, a 40 kilómetros de la capital provincial. Un terreno grande, con pollos, gallinas y conejos para nuestro consumo, algo de huerta y algunos frutales, tres perras y una gata. Incluso ya hice la experiencia sin salir de nuestro predio durante al menos un año de pandemia.

¿Prefiere los animales a la gente? No.

¿Es usted cruel? No, aunque siendo joven, algunas veces lo he sido. Es decir, se hacerlo.

¿Tiene muchos amigos? Sí, se me da fácil, aunque tengo amigos y amigas de distintas gradaciones. Las más amigas son mujeres. Conservo y cuido (provoco encuentros, estoy disponible si necesitan, trato de hacerme tiempo para escucharlas, verlas) la amistad con ellas, las encontré en diversos momentos de mi vida, de muy pequeña, de adolescente, en la universidad, en tiempos de compartir una habitación mientras estudiaba, en lugares donde trabajé, vecinas de lugares donde viví, la mayoría de ellas encontradas en épocas duras, difíciles para mí. Pocas tienen que ver con lo que hago, hacen otras cosas, algunas tienen condiciones de vida muy diferentes a la mía. Después tengo otros y otras amigos/amigas, relacionados con mis trabajos, los de mi marido, la vida familiar, la escritura, cierta vida social. Algunos de ellos de otros lugares, conocidos en invitaciones fuera del país, a los que me une afecto y coincidencias, y a los que veo cada tanto.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? A esas amigas las quiero, especialmente por las experiencias compartidas. Por el tiempo que nos hemos regalado unas a otras. Juntas, ellas y yo, recuperamos zonas de nuestras vidas que hemos compartido, dolores que hemos podido sanar, ilusiones perdidas también. A los otros y otras, amigos mas sociales diría, por los intereses compartidos, por la forma de pensar, lo ideológico en su sentido más amplio.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Generalmente no, porque no les pido tanto. No les pido exclusividad. No me gusta eso. Aunque en dos ocasiones a lo largo de la vida (tengo 69 años) rompí una amistad, afectada por cuestiones éticas de esas amigas, no por cosas que me hubieran hecho a mí, sino por algo que les vi hacer a otros y que no me gusto, me repugnó.

¿Es usted una persona sincera? Sí, lo soy, pero no soy cruel y entonces si creo que una sinceridad cabal puede hacer daño, la dosifico. No me nace dañar gratuitamente al otro.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Encuentros familiares, salidas a cenar, caminatas, paseos, largas conversaciones con mi marido o con amigas, cine, teatro, lecturas (aunque las lecturas ocupan todo tipo de tiempos).

¿Qué le da más miedo? La muerte de las personas mas queridas, la muerte propia, la muerte colectiva.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La degradación social, la maldad, el desprecio a otras personas.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? De chica estudiaba piano y quería escribir música. Durante muchos años no fui (públicamente hablando) escritora, fui profesora, di talleres, iba a leer a distintos grupos sociales. Era un trabajo creativo. También me gusta la cocina.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Yoga Yiengar dos veces por semana y caminatas.

¿Sabe cocinar? Sí, me gusta improvisar en la cocina.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Conocí a muchos inolvidables, la mayoría desconocidos para el gran público. Creo que elegiría a Eva L. una mujer austriaca que estuvo varios años en uno de mis talleres. Llego cuando tenía 80 y compartimos ahí unos diez años, había tenido  una vida extraordinaria, hija de una aristócrata austriaca y de un amigo/compañero de andanzas de Lawrence de Arabia y había pasado de ese mundo de opulencia a vivir en un conventillo en Buenos Aires. Una mujer de avanzada, muy divertida, un personaje de novela.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Todo depende de cómo se use. Una misma palabra, según el tono o el lugar en la sintaxis, podría ser un insulto a una muestra de cariño, una expresión de paz o de violencia.

¿Y la más peligrosa? Del mismo modo. Las palabras se gastan, si se usan mucho para agredir, pierden su fuerza, se desactivan. Es increíble el acecho que lo muerto, lo dormido, lo estereotipado, el clise, hacen sobre la materia viva de la lengua.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, no recuerdo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Me considero de izquierda. Una izquierda que no sea de elite, que salte sobre lo intelectual, que se condiga con lo popular.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Mis intereses siempre han oscilado entre la ayuda a otros y el buceo en la propia creatividad. Pude haber sido trabajadora social, misionera en África o maestra en la Puna.

¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes? Mis vicios son mis virtudes y mis virtudes mis vicios. Me llama el dolor de los demás, pero a veces eso se vuelve excesivo, no ayuda y me daña. Tengo una energía dadora que tiende a volverse excesiva. Soy autoexigente. He trabajado mucho mi forma de ser, mi autoconocimiento para moderar eso. Fui fumadora compulsiva hasta los 39 años.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No lo dije antes, pero no sé nadar y le tengo miedo al agua. No se si en la desesperación lograría pensar en otra cosa más que en mi propia desesperación.

T. M.