En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de María Iglesias.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? En la aldea montañesa de donde migró a Cádiz mi
bisabuelo a final del siglo XIX que inspiró mi primera novela, Lazos
de humo.
Es un lugar mágico, al borde del Cantábrico, entre dos rías, a los pies de un frondoso
monte de castaños, robles, eucaliptos y pinos que impregna de paz y armonía.
¿Prefiere los animales a la gente? Aunque
Sartre escribiera que “El infierno son los otros” yo creo que todos somos
infierno y paraíso para los demás y para nosotros. Nuestra es la
responsabilidad de esforzarnos en ser fraternos. Con animales he convivido poco.
Pero me marcó la perra Mirto del activista griego Thanasis Voulgarakis que me
acogió en su piso de Mitilene en 2018 para que yo pudiera cubrir el juicio a
los bomberos españoles injustamente acusados de tráfico de personas en el éxodo
de migrantes por el Egeo. Mirto me demostró una gran inteligencia emocional
pues el día en que volví devastada, aunque sin llorar, de los campos de
refugiados, me acompañó al cuarto, cosa que jamás hizo antes, y me apoyó
mientras escribía mi crónica.
¿Es usted cruel? Con conciencia de ello, no,
pero he herido y hiero a gente alrededor. Soy imperfecta, como todo humano.
¿Tiene muchos amigos? Da vértigo
decir que “muchos y buenos”, pero lo cierto es que me siento querida y
comprendida por un nutrido grupo de mujeres y hombres de lo más diversos y que
la amistad es puntal en mi vida. Y protagonista clave de mis tres novelas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? En mi
experiencia, la amistad, como el amor, no surge de la búsqueda de “cualidades”
sino de un chispazo de conexión. Luego esa química se desvanece o se hace más
fuerte a medida que se comparten tiempo, conversaciones y vivencias. Mis amigas
y amigos son gente buena y cálida que frente a los egoístas y cínicos,
sembradores de frío, reconcilia con la especie.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Tanto como
yo a ellos, imagino. Somos humanos, no espíritus angelicales y perfectos.
¿Es usted una persona sincera? Hasta
cuando callo. En los ojos se me leen los pensamientos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Conversando
con mi familia y amistades, paseando, leyendo, escuchando música en directo o
grabada, viendo cine o series, viajando, imaginando…
¿Qué le da más miedo? La deriva autodestructiva
de la especie humana causante de la catástrofe climática y de la explotación de
nuestras hermanas y hermanos del sur global. O sea, el capitalismo salvaje. Por
este camino explotaremos, algo que no merecen las jóvenes generaciones
inocentes. Pero podemos revertir el camino al desastre.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Más que escandalizar me indigna la injusticia, la
desigualdad sistémica del mundo tal como está montado donde para que una
minoría cada vez menor sea más y más rica la mayoría social, ya incluso en
nuestro Occidente privilegiado, vive cada vez peor.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? En los últimos ocho años he
desarrollado una pasión por las plantas y por el campo que antes no sentía así
que quizá me dedicara a la jardinería. Aunque también he comprobado que me
apasionan los puertos y otra vida soñada me llevaría a navegar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí,
entreno una tarde en semana y trato de salir a caminar rápido otras tres por un
hermoso parque.
¿Sabe cocinar? Sé, pero no es mi fuerte.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Sani
Ladan a quien conocí en 2018 como joven camerunés que salió de su casa
en Duala con 15 años, que había escapado en Nigeria de Boko Haram escondido en
un camión de tomates, que había sobrevivido al Sáhara donde murió su amigo
Ibrahim y cruzado a nado de Marruecos a Ceuta hasta acabar estudiando
Relaciones Internacionales en Córdoba y Sevilla. Ladan, luego, ha llegado a ser
un prestigioso analista, asesor del Ministerio de Asuntos Sociales de España,
de la vicepresidenta colombiana y de distintas entidades. Ha inspirado al
protagonista de mi novela Horizonte
(Edhasa) y ha escrito su libro de memorias, La
luna está en Duala (Plaza y Janés).
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? A mí me reconforta mucho la fraternidad, ese amor que
surge instantáneo, instintivo, que yo sentí, como narro en El granado de Lesbos, cuando
huidos de la guerra siria, del devastado Irak, del polvorín afgano
desembarcaban de madrugada, de sus precarias pateras, en una playa griega y sin
hablar, mirándonos, nos comunicábamos y nos sentíamos hermanos.
¿Y la más peligrosa? Me
desagrada “patria” porque se ha utilizado y se usa para enfrentar a las
personas cuando los países son sus gentes y ningún concepto está por encima de
las vidas. Dicho lo cual, ninguna a palabra es peligrosa o gloriosa per se, depende de cómo se
emplee.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Jamás.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy una
mujer progresista, de izquierdas como sabe todo quien me conoce en persona o
lee mis novelas y/o mis artículos de elDiario.es.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Cuando ya
no pueda yo me gustaría volver a la madre Tierra y contribuir al ciclo de la
naturaleza. Ojalá en algún paraje de mi amada Cantabria de donde procedo.
Idealmente en un bosque donde convertirme en parte de un árbol, como esos de
uno de los cuentos que me acompaña desde niña, el Soy un árbol de José Luis García Sánchez
y Miguel Ángel Pacheco.
¿Cuáles son sus vicios principales? Supongo
que mi vehemencia que agota al más pintado, incluida yo misma y el transmitir
tanta seguridad que llego a apabullar. Además del vino blanco, claro.
¿Y sus virtudes? Lo que más me gusta de mí,
porque me hace disfrutar, es mi curiosidad, mis ganas de conocer y aprender.
Vivo atenta. También soy comprometida con la gente y con mis principios,
pagando los precios que conlleva.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sé, porque
una vez sufrí un episodio inquietante en un vuelo, que ante el riesgo de morir
lo que veo son las caras de mis hijos y de mi compañero. Pensé en ellos, en su
desamparo. Habrían sido lo último que vi si todo hubiera acabado. Por suerte no
ocurrió y sigo avanzando hacia el Horizonte.
T. M.