sábado, 25 de noviembre de 2023

Entrevista capotiana a Daniel Díez Carpintero

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Daniel Díez Carpintero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una ciudad en la que estuviesen los seres a los que quiero. Ahora están muy dispersos. A algunos no los veo nunca. Los juntaría a todos en una ciudad en las montañas, con librerías y sitios en los que sirvan buen vino y un pintoresco festival de jazz en julio.

¿Prefiere los animales a la gente? Cada persona tiene un animal dentro (hormiga, escarabajo, ciempiés). Y desde los tiempos de Pitágoras se sabe que todos los animales tienen alma humana. Así que, como diría mi querida abuela, «los prefiero a los dos igual».

¿Es usted cruel? Escribiendo soy muy cruel. Y también tierno. Fuera de la escritura (en ese lugar hostil) podría ser igualmente cruel. Pero me doy cuenta a tiempo.

¿Tiene muchos amigos? Los quiero mucho. Pero tengo pocos. Soy muy tímido. Y, como nunca les digo que los quiero, probablemente no lo saben. Y, como casi nunca los veo (porque soy un tipo que apenas sale), probablemente ni siquiera se consideren amigos míos. Pero los quiero mucho. Aunque sean pocos. Y aunque ni siquiera sepan que son mis amigos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean dulces y cariñosos. Nada de competiciones, ni de jugar a ver quién tiene las ruedas del coche más gordas. Mis amigos son suaves y tiernos. Amables. Y a todos les gusta King Crimson.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Nunca. Una vez que me doy cuenta de que alguien es mi amigo o mi amiga, ya es imposible que me decepcione. Haga lo que haga. Salvo si deja de gustarle King Crimson. En ese caso rompo la relación para siempre.

¿Es usted una persona sincera? Soy tan sincero que me he visto obligado a hacerme escritor para poder mentir.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Desearía no hacer nada en un lugar idílico, en las montañas. Pero en vez de eso hago muchas cosas en una ciudad fea. Lo típico: leer, limarme las uñas, leer otra página, acordarme de ese disco…, leer otra página, dar un beso a mi hijo.

¿Qué le da más miedo? Una persona como yo, que nunca se ha sentido parte de un grupo social o un conjunto humano de ningún tipo, lo que más teme es la expulsión (y la vergüenza y el rechazo que conlleva).

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La mala educación en todos sus grados: desde evitar devolver el saludo o no decir gracias hasta el asesinato y el genocidio.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Si no pudiese hacer ninguna tarea artística, de la variedad que sea, me enfriaría poco a poco e iría dejando de tener emociones, y me dedicaría a estudiar a mis iguales: entomólogo o algo así. Pero me deprimiría mucho.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Voy en bicicleta.

¿Sabe cocinar? Toda la autocrítica feroz que ejerzo sobre mí mismo en cualquier ámbito desaparece cuando me pongo el delantal. Así que puede decirse que soy un cocinero feliz y poco exigente.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Un músico de jazz de los años cincuenta o sesenta. Seres extraordinarios, de una sensibilidad inigualable, seres tremendamente dulces, que pasaron por manicomios y fueron yonquis y muy pobres, y a los que se trataba como a esclavos. El guitarrista Grant Greene.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Asocio con la esperanza las palabras que usaba de niño. Y ninguna designa cosas invisibles o abstractas. «Casa», «mar», «montaña», «mujer». Si tuviera que elegir una sola, elegiría «hogar».

¿Y la más peligrosa? La palabra más peligrosa es al mismo tiempo la más curativa. En todo caso, es una verdad que da en el clavo, y desata la ira más atroz en unos, y en otros desencadena el reconocimiento y la aceptación. Es un asunto personal. No creo que haya una sola palabra.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Desde luego. Y lo he hecho en mi mente, con detalles sangrientos. Y ha sido un gran alivio.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La defensa del débil o pequeño o poco adaptado, en todo momento y en cualquier circunstancia.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Músico.

¿Cuáles son sus vicios principales? Alcohol (ya voy por mi segundo ataque de gota) y fantasías eróticas muy numerosas a lo largo del día, todos los días. Creía que esto último se suavizaría al cumplir los cuarenta. Pero no.

¿Y sus virtudes? Soy cariñoso y educado.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sentiría algo parecido a cuando sales de vacaciones, después de dos o tres meses planeando el viaje, y al cabo de cincuenta kilómetros el coche se estropea. Me reprocharía no haberlo llevado al taller a que lo revisaran. ¡Cómo he sido tan tonto! En el caso del ahogamiento, pensaría con cierta vergüenza en conflictos sin resolver, conversaciones que debería haber tenido, cosas que debería haber hecho, y en que así no es posible irse de viaje. ¡Debo volver y llevar el coche mi taller de confianza! Pero en este caso no hay regreso posible: tendría que seguir caminando o haciendo autoestop, y sintiéndome muy vulnerable y desnudo. En fin.

T. M.