viernes, 15 de diciembre de 2023

Entrevista capotiana a Alejandro Molina

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alejandro Molina.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Islandia. Ha sido el único lugar del que he vuelto sintiendo que algo mío que se quedaba allí. O eso, o de algún modo Islandia tenía un pedazo de mí mucho antes de que yo la visitara y no lo supe hasta entonces.

¿Prefiere los animales a la gente? Sin dudarlo un solo instante. Los prefiero porque me confrontan conmigo mismo. Sacan lo mejor de mí, pero también lo peor, y es absolutamente necesario enfrentarse a uno mismo del modo más descarnado posible.

¿Es usted cruel? Lo soy. Lo soy cuando pierdo la paciencia, o cuando el estrés se transforma en algo muy parecido a la ira. Pero esto es algo que enfrento a solas. No lo manifiesto jamás en público ni lo pago con allegados.

¿Tiene muchos amigos? Amigo es una palabra que respeto, por lo que procuro no utilizarla con ligereza. Así que no. No tengo muchos amigos. Diría que cinco.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No diría que haya buscado cualidades en ninguno de mis amigos. Más bien hemos sido amigos, y a partir de ahí he descubierto las razones por la que he conectado de esa modo con esa persona. Y las razones suelen ser siempre similares: son personas con un rico mundo interior, a menudo artístico; son comprometidas políticamente hablando, y muy de izquierdas; son empáticas y tienen un sentido del humor negro que está siempre presente y dispuesto a tomar parte de cualquier conversación.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Si alguien me decepciona (o nos decepcionamos mutuamente), suelo romper relaciones.

¿Es usted una persona sincera? Sí. Aunque duela. Creo que por eso puedo contar mis amigos con los dedos de una mano.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo. Y releyendo. Podría pasar los días leyendo una y otra vez Gente Independiente, de Halldór Laxness; Pedro Páramo, de Rulfo; El coronel no tiene quien le escriba, Mientras agonizo, Meridiano de Sangre, Moby Dick, Tiempo de Silencio, Los Miserables… Me encantaría empaparme de esas obras como merecen. También me gusta escuchar música. Tanto mientras leo como mientras camino o cocino. La verdad es que escucho música constantemente, aunque el mejor modo de hacerlo es a oscuras y con auriculares. Sumergirte en un disco. Me gusta el momento del desayuno. El café y las tostadas y algún libro de poesía o de Historia, con el amanecer al otro lado de la ventana, o cuando es aún de noche. También soy muy dado a la lectura a la hora del café, después de comer, sobre todo en invierno, cuando el sol calienta y te entregas a ese confort a sabiendas de que luego volverá el aire gélido. Ir al cine ha sido igualmente una de mis mayores aficiones. Adoro el olor a palomitas, el ambiente previo a la proyección y el momento del visionado en sí. No me importa el género, aunque si es ciencia ficción o serie B y terror, mejor que mejor. El cine es como un refugio para mí. No es raro que acuda a ver una película como remedio a un parón literario. Si me estanco o me bloqueo, el cine (al igual que la ducha o un paseo), suele ayudarme. Por último, aunque no menos importante, me encanta pasear o hacer rutas. Pasar tiempo en la naturaleza, con mis perros, viéndolos disfrutar, pero también conectando con la soledad y los sonidos del campo.

¿Qué le da más miedo? El sufrimiento físico y la pérdida de aquellos a quienes amamos. Aunque no sé si lo llamaría miedo. Asumo que ambas cosas nos ocurren con mayor o menor frecuencia, que nos pasarán factura tarde o temprano, así que no les temo como se teme a una catástrofe o a lo desconocido. Es más bien pereza. Me da mucha pereza afrontar o disponer el espíritu para afrontar esa clase de situaciones.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Hoy por hoy, lo que hace Israel con Palestina. Y por norma general, todas y cada una de las muestras de deshumanización que dirigentes de la talla de países como Estados Unidos hacen gala. También me escandaliza el vasallaje de países como España, Francia o Alemania. Me escandaliza la falta de empatía de la que hacen gala las sociedades actuales, así como la normalización de la insondable desconexión entre gobernantes y gobernados.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? De algún modo, esa decisión la tomo día a día. Es como el plebiscito cotidiano o la decisión diario de ser franceses, que decía Ernest Renan respecto a los nacionalismos. En tanto que no puedo dedicarme a la escritura por completo, cada día decido trabajar como profesor de Historia en un instituto. Supongo que esa ha sido mi decisión. De lo contrario, me dedicaría a otra cosa. Si pudiera elegir, por supuesto, no trabajaría en absolutamente nada.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Hago flexiones todos los días, y antes iba a correr. Pero cada día soy más vago. Cada día dedico más tiempo a los libros y a escribir, como si diera por hecho que moriré pronto, y que no importa que haga ejercicio si no logro terminar las obras que me gustaría escribir.

¿Sabe cocinar? Sí. Siempre he cocinado. Además, desde que me hice vegano, estoy obligado a buscar recetas o a inventarlas. Me encanta la comida vietnamita y la japonesa, y procuro adaptar muchas de sus recetas a mi dieta. Me gusta pasar tiempo en la cocina, siempre y cuando haya tenido una jornada literaria fructífera. De lo contrario, prefiero pasar sin comer o comerme un mendrugo de pan y listo. Lo importante es escribir.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Creo que elegiría a Neil Young o a Grant Morrison. Los considero, a cada uno en su área, auténticos genios, y me interesa el modo en el que afrontan la creatividad y la compaginan con su vida (supongo que hasta cierto punto son indesligables). Sería una excusa estupenda para bucear en sus vidas y aprender más de ellos.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Empatía.

¿Y la más peligrosa? Ignorancia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí. Pero solo en supuestos imaginativos a los que a veces me encomiendo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Me identifico perfectamente con los ideales libertarios, con el anarquismo, sin ninguna duda. Y si debo posicionarme con políticas parlamentarias y representativas, lo más a la izquierda posible, siempre y cuando esta no esgrima argumentos nacionalistas ni liberales en términos económicos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Sería dibujante de cómics. Me encantaría poder vivir dibujando.

¿Cuáles son sus vicios principales? Entendiendo vicio como mal hábito, las patatas fritas a deshoras. El cine de acción. La compra de cómics y libros de segunda mano. Ver jugar al Betis.  

¿Y sus virtudes? Yo diría que la paciencia y la convicción en las segundas oportunidades. Creo que todo el mundo puede cambiar, y que el mundo sería un lugar mejor si apostáramos por ello, aun a riesgo de salir escaldados. Según dicen, también se me da bien escuchar, aunque esto es algo que considero inherente a la paciencia. Poco más. No soy precisamente una persona virtuosa.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La novela que esté escribiendo en ese momento. El relato que tenga a medias. Pensaría en cómo lo acabaría, en qué me he dejado a medias, en qué cosas debería haber corregido. Vería una frase que no me gusta nada o un párrafo débil o típico, un diálogo insulso o una imagen grotescamente común o almibarada, y moriría con una muy, pero que muy mala opinión de mí mismo.

T. M.